Parte 12

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«Quiero quedarme así toda la noche...» dijo Regina, estremeciéndose mientras la esponja guiada por las manos de Emma se deslizaba por su espalda.

«Pronto el agua se enfriará y cogerás frío» dijo la rubia

«Tu cuerpo me calienta, al igual que tus besos...» argumentó ella, girándose para que sus labios pudiesen alcanzar los de ella. Sus ojos ansiaban recorrer cada centímetro de aquel cuerpo cubierto por la espuma generada por las sales, y una sonrisa se hizo presente una vez más al comprobar que aquella mujer era dueña de una belleza deslumbrante. Para Regina, Emma era como una princesa entre los campesinos.

Emma, por su parte, no pasó por alto la expresión en los ojos castaños: la misma que le cortaba la respiración. Amor, pasión, admiración. Eran tantos los sentimientos reflejados en aquella mirada que llegaba a estremecer su alma.

«Vamos a la cama...quiero hacerte el amor» pidió, y sin pensarlo dos veces, Regina la condujo al cuarto entre besos y tropezones.

Un incendio espontaneo nació dentro de ellas cuando los cuerpos se unieron sobre la cama, y las bocas hambrientas se deslizaban una sobre la otra. Los dedos de Regina resbalaron entre los muslos de Emma, penetrando en ese húmedo calor, mientras olas de placer estremecían a ambos cuerpos. Como un animal salvaje degustando su presa, Regina deslizó la lengua por los hombros de Emma hasta alcanzar el cuello. Besos mojados seguidos de lametones y succiones fueron dejados ahí, y solo tras unos minutos, tomó posesión de los pechos. Con el corazón en la garganta, Emma hundió los dedos en los cortos cabellos de Regina.

«Oh, por Dios...me vuelves loca cuando haces eso...» murmuró Emma, refiriéndose a la deliciosa forma en cómo la boca de Regina "trabajaba" en sus pechos.

Pasados algunos minutos, Regina interrumpió las caricias, y se arrodilló lentamente, trayendo el cuerpo de Emma hacia el borde de la cama. Le abrió bien las piernas y se las colocó sobre sus hombros, enloquecida por el sonido de los gemidos y las insinuaciones que el cuerpo de ella hacía arqueando la pelvis en busca de más contacto. Sin prisa, el dedo índice de Regina descansó en el valle de sus pechos un momento y solo entonces lo deslizó por el abdomen hasta alcanzar la mojada hendidura.

«Eres deliciosa...» susurró Regina, mientras su dedo amenazaba con penetrarla. Inclinándose sobre ella, Regina le abrió un poco más las piernas para lamer su clítoris, al mismo tiempo que su dedo se adentraba en su intimidad, seguido de otro y luego de otro, empujando lo máximo que podía hasta el fondo.

Emma jadeó ante la ardiente sensación que la lengua de Regina le causaba junto con los dedos que la abrían entera. Casi desfalleció cuando sus muslos se estremecieron con los espasmos del orgasmo, y Regina la agarró por las caderas atrayéndola con más fuerza hacia su hambrienta boca, lamiendo con tanto deseo, que tuvo que morder la almohada para no echarse a gritar.

Mientras Emma se recuperaba del arrebatador orgasmo que acababa de experimentar, Regina dibujaba sinuosos círculos con la lengua por todo su cuerpo. Cuando las miradas se cruzaron, ambas sonrieron y Regina se dio cuenta de que había mucho más que deseo por su cuerpo. Había una necesidad de poseer su corazón para siempre.

«Te amo» dijo Emma, cubriendo sus pechos con sus manos y hundiéndose en su boca. Los alientos se mezclaban y las lenguas se enroscaban, unidas, intercambiando caricias mientras los gemidos eran ahogados por el beso «Quiero saborearte...quiero dormir con tu sabor en mi boca» añadió al interrumpir el beso. Regina se giró hacia un lado atrayendo a Emma sobre ella. Emma se sentó sobre su vientre, restregándose de forma lenta y provocativa, mojándole la piel con sus fluidos provocados por su placer. Regina arrastró sus manos por los muslos de Emma, subiendo por la cintura hasta alcanzar sus pechos. En aquel momento, ellas se perdieron en la profundidad de sus miradas, mientras innombrables emociones las embargan. Emma no se contuvo y con firmeza, agarró la muñeca derecha de Regina, llevando sus dedos hasta su boca, para luego, rápidamente, chuparlos, lubricándolos con su saliva, y después de dejarlos bien mojados, ella los guio de vuelta a donde se encontraban anteriormente. La sensación provocada por los húmedos dedos de Regina sobre el erecto pezón le causó estremecimientos jamás experimentados antes.

InfidelidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora