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Y así es como empecé a describirte, letra por letra, luego en palabras, en frases, en párrafos, en páginas y capítulos completos hasta que los caracteres se desbordaron del papel. Seguí escribiendo en el escritorio, en la pared y esa tinta cobraba forma, tenía tus líneas delgadas, era tu silueta la que se regocijaba en mi almohada. Tu cabello largo se tiraba al suelo, se clavaba en el suelo como dardos ponzoñosos, se hacía corto de los lados, se emparejaba y cambiaba tanto su forma como las noches lo hicieron desde tu llegada y partida. Tus ojos estaban por toda la casa con ese color miel, a veces más claros, oscuros cuando se ensimismaban. Seguían tus lunares como manchas, como estrellas negras pintando la pared formando constelaciones iguales a las de tu piel.

Era tinta y papel, eran recuerdos e imágenes las que me hacían el amor a hurtadillas, a escondidas, eran esas palabras las que me rasgaban la espalda, las que me besaban sexo. Tus manos en la cocina, tersas y delicadas, tus labios en la entrada, y tus restos por toda la casa.

Comencé a drogarme con tus letras, me volvía adicto a cada una de ellas, al sabor artífice de una droga sintética que emergía de una forma natural y naturalmente me hacía daño, se hundía en mis recuerdos y mientras más te deseaba, más te olvidaba, me olvidaba de tus palabras, de las noches con estrellas, de tus lágrimas y solo pensaba en volverte a sentir.

Cada día era más elocuente, menos cuerdo pero más lúcido. Vivía de mis fantasías, cada una de ellas descritas, la habitación ya era negra en su totalidad, la luz del sol no entraba y solo al desnudarme podía ver es cielo estrellado, se percibían los colores blancos del tapizado. Me di cuenta de que eras presa y no pesadilla, de que te tenía cautiva, en mi locura y te consumía en dosis largas, pequeñas y a todas horas. Te llevaba en la piel, en los bellos, en el sudor, en las uñas que rasgaban tus muslos de tinta y por un momento la habitación se inundo en una noche eterna. Dónde solo había un pensamiento, donde el deseo de vivirte era más fuerte que el éxtasis febril en la piel; donde la proeza y la canción del héroe era recompensada con el roce de tus labios estaba en el punto medio entre escribirte o vivirte...

Sólo Where stories live. Discover now