San Mungo

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Snape se despertó en una habitación blanca y verde, sintiéndose tan débil y mareado que sentía haber sido arrancando de los brazos de la propia muerte. Y no se equivocaba.
Oía el sonido de varias personas ajetreadas no muy lejos de él. De vez en cuando, una mano le tocaba la frente o le apretaba una muñeca para tomarle el pulso. Él no podía moverse ni decir nada y todo se entremezclaba con sueños febriles sobre una serpiente y una casa en ruinas.

—¡Enervate! —dijo una voz de mujer, y entonces Severus Snape despertó de un profundo y agitado sueño.
—¿Dónde...?
—Estás en San Mungo —contestó la voz al desorientado Snape—. ¿Cómo te encuentras?

Todo le daba vueltas. Veía borroso y no podía enfocar la vista. Sentía frío en el rostro, los brazos y las piernas, y una terrible presión le impedía respirar con normalidad. Antes de ser capaz de responder a la pregunta, su estómago se apretó y de pronto vomitó una mezcla de bilis y ácido. No tenía nada más dentro que pudiera expulsar, pero después de ello se sintió increíblemente más despejado, como cuando uno vomita el alcohol de una terrible borrachera para evitar una intoxicación.

—¿Mejor ahora? No te preocupes —dijo la voz con tono amable—, es normal. Enseguida te traerán un tónico. Mírame —dijo, y al mirarla vio una luz intensa saliendo de la punta de una varita.

Una mujer joven y rubia movía la varita delante de él y hablaba con alguien más que había en algún lugar de la habitación. Aún no entendía del todo la situación, pero Severus Snape estaba seguro de conocer aquellos ojos verdes...

—Parece bastante estable, pero sigue desorientado. Dadle el tónico y que descanse. Volveré en unas horas, mantenedme informada de sus constantes. Avisadme con el más mínimo cambio.
—Sí, doctora Gyllenblom.

• • •

—¿Qué ha pasado? —preguntó Snape varias horas más tarde desde su cama, ligeramente pálido pero con mejores signos vitales.
—Te trajeron aquí hace un par de días, durante la batalla de Hogwarts. No, no te levantes, quédate tumbado, has estado a un paso de la tumba, debes descansar.
—¿Qué pasó? Durante la batalla, ¿quién...? —comenzó a preguntar, sin valor para terminar la frase.

—Voldemort ha caído. Harry Potter consiguió vencerle —contestó la chica—. Todo ha terminado.
—¿Quién me trajo hasta aquí?
—Un par de muchachos, se aparecieron hasta aquí desde la Casa de los Gritos y después volvieron para la batalla. Si hubieran llegado unos minutos más tarde...
—¿Doctora Gyllenblom? —interrumpió otra voz— Han venido unos empleados del ministerio. Quieren aclarar unas cuantas cosas con el señor Snape.

Dos hombres, vestidos con largas gabardinas marrones y sobreros a juego entraron en la habitación de Severus Snape y comenzaron a hacer preguntas.

—Buenas tardes, señor Snape. Somos del Ministerio. Hay unas cuantas cuestiones a las que debe contestar —dijo el primero con cara de pocos amigos—. Es usted profesor de Hogwarts, ¿cierto?
—Así es.

—¿Dónde estaba durante la batalla, señor Snape?
—Muriéndome, al parecer. Por eso estoy aquí, ¿no cree? —respondió alzando una ceja con esfuerzo.

—Mire, seré directo. Todos han visto la marca tenebrosa en su brazo, señor Snape. Es sabido que era usted un mortífago.

—Hay un informe detallado al respecto en el Ministerio escrito por el propio Albus Dumbledore —contestó con rabia.

—Ya. Respecto a eso... —intervino el segundo hombre— verá, con el caos que ha habido en el Ministerio, ya no podemos asegurar la veracidad de los documentos.

—¿Me está diciendo que su incompetencia para mantener el orden en el Ministerio va a acarrearme algún tipo de contratiempo?

—Me temo, señor Snape, que no sabe en qué situación se encuentra —dijo apretando los dientes—. Tenemos orden de enviarle a Azkaban a no ser que aporte pruebas de la veracidad del papel que dice haber desempeñado los últimos años.

—Nadie se va a llevar a nadie de aquí —intervino Liva—. Ahora está al cuidado de San Mungo, y hasta que yo no le de el alta, no se moverá de aquí.

Los dos hombres se miraron un momento y tras asentir, se despidieron sin decir una palabra y se marcharon por donde habían venido.

—No irás a ningún sitio —repitió Liva—. No lo permitiré.

Severus Snape permaneció en San Mungo durante tres días más. Aunque se encontraba recuperado, Liva le mantenía retenido allí para mantenerle alejado de los inspectores del Ministerio mientras conseguía mover algunos hilos. Consiguió hablar con Harry Potter, que no dudó un momento en prestar toda su ayuda para limpiar el nombre de Severus Snape ante el Ministerio, aportando las pruebas necesarias para librarle de la condena en Azkaban.

Una mañana, cuando por fin todo se había arreglado y Snape podría irse, Liva entró en su habitación. Él estaba de pie mirando por una ventana, vestido con su levita negra.

—Puedes irte, acabo de firmar el informe de alta —dijo Liva, dejando los papeles sobre la cama pulcramente hecha.

—¿Por qué te has tomado tantas molestias?

—He cumplido con mi deber. Nada más. Sabía que Azkaban no era lugar para ti.

—¿Qué sabes tú de mí? —preguntó con dureza al darse la vuelta. Y sus ojos volvieron a cruzarse, y entonces él comprendió— Liva...

La puerta se abrió de un portazo y dos enfermeras entraron a la carrera.

—¡Doctora Gyllenblom, la necesitan, rápido!

Y Severus Snape se quedó allí plantado, junto a la ventana, comprendiendo quién era aquella mujer, quién había cuidado de él y quién le había salvado la vida. Liva Gyllenblom. Liva, su Liva. 

✔️ Liva- parte 2/3: El fin de una guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora