Sospechas

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Liva recorrió los pasillos lentamente, acariciando los fríos muros de piedra a su paso, con añoranza. Habían pasado siete largos años y nunca pensó que volvería a estar allí, pero cuando recibieron la notificación de ayuda en San Mungo, decidieron enviarla a ella. Había demostrado, desde que era estudiante en el hospital, que era una de las mejores. Se había interesado en investigar las técnicas muggles y sacarles provecho para aquello que la magia no podía lograr, y había conseguido grandes avances aunando ambas disciplinas. Su interés por complementar el mundo mágico y el mundo muggle le venía desde muy pequeña, cuando descubrieron que su hermano era un squib. Su hermano era muy importante para ella, y pensó que si hay gente tan maravillosa que no puede hacer magia, merecía la pena aprender de ellos. Al fin y al cabo, habían inventado cosas tan espectaculares como la electricidad o la televisión, que bien podía considerarse un tipo diferente de magia.

Serpenteó por los pasillos del primer piso hasta llegar al pequeño despacho que le habían preparado a modo de habitación mientras durase su estancia. No estaba muy lejos de la enfermería, por lo que podría acudir rápido si era llamada. La estancia era muy austera, con una cama sencilla, una mesa y una silla, una pequeña estantería y un lavamanos. Esperaba no tener que quedarse mucho tiempo allí, así que no le molestó. Durante todas las vacaciones de navidad se turnó con la señora Pomfrey para vigilar al chico en la enfermería, y cuando no le tocaba turno, bajaba a las mazmorras para echar una mano con las pociones o llevar nuevas muestras de sangre. Pero no lograban ningún avance.

-He oído que hay un nuevo profesor de Pociones, ¿dónde está? -preguntó Liva una tarde mientras asistía a Snape con el enésimo antídoto que probaban.

-Lleva días encerrado en su despacho -dijo él con una mueca de desprecio-. Ni siquiera va al Gran Comedor. Alguien debería vigilarle.

-¿Por qué? Quizá esté intentando buscar una cura.

-O quizá fue él quien envenenó al chico -apuntó Snape, como si llevara días guardándose ese pensamiento dentro.

-¿Un profesor? ¿Cómo va un profesor...?

-No sería la primera vez -dijo Snape recordando a Quirrell y al falso Moody con un escalofrío.

-Sí... tienes razón -recordó ella también-. Pero recuerda que a ti también te juzgaron.

Snape se quedó en silencio, removiendo el caldero con parsimonia calculada. Parecía muy concentrado.

-Aunque yo nunca lo hice -continuó Liva, bajando el tono de voz hasta ser casi un susurro-. Después de... ya sabes. Sabía que había mucho más de lo que la gente contaba.

-Podrías haber estado equivocada.

-Pero tenía razón. Te conocía mucho mejor que esos malditos periódicos sensacionalistas.

-No me conocías en absoluto. Y ahora tampoco.

-Sé que te cuesta aceptar la ayuda de otros. Sé que te preocupas por los demás aunque por fuera lleves una coraza fría. Y sé que por alguna razón no me quieres aquí.

-Yo no he...

-No hace falta que lo digas -le cortó ella-. Lo noto. Estás tenso, incómodo. Supongo que no te hace gracia tenerme por aquí después de lo que pasó... entre nosotros. Lo entiendo -dijo, bajando la mirada-. Aunque pensé que después de tantos años esto no afectaría a nuestro trabajo.

Se hizo un silencio incómodo, profundo. Snape seguía revolviendo la poción, aunque mucho más desconcentrado. Pensaba para sí que ella tenía razón, que después de tantos años, algo así no debería afectarle. Hasta aquel momento lo había llevado relativamente bien, pero desde que ella había empezado a hablar de aquel tema, no podía dejar de recordar aquellos momentos que habían vivido juntos, cuando era su profesor. Y estando allí, en el aula de pociones, le costaba no entremezclar los recuerdos con la realidad.

Ella notaba la tensión en el cuerpo de Snape, que estaba rígido. Notaba en su rostro crispado que estaba pensando en algo que no le agradaba. Quizá no hubiera sido buena idea recordarle cosas del pasado. Después del minuto más eterno de su vida, Liva cogió una ramita de valeriana, muy seca, y se la tendió a Snape. Él se sorprendió por la exactitud del cálculo de tiempo de la chica para el siguiente ingrediente y, al recogerlo, sus dedos se rozaron un instante.

Sus ojos se encontraron y se quedaron mirando en un silencio asfixiante. Liva fue incapaz de evitar desviar su mirada hacia los labios de Snape, recordando cada una de las clases particulares que habían tenido en esa misma aula. El cuerpo de Liva se aproximó inconscientemente al de Snape, muy despacio, acortando la distancia entre los dos. Snape cada vez estaba más rígido, pero era incapaz de apartarse. Sus labios estaban cada vez más cerca.

-Siento interrumpir, Severus -dijo la voz de Elliot desde la puerta-. Oh, tú eres la doctora Gyllenblom, ¿verdad? Te he visto por los pasillos, pero no he tenido el placer de presentarme -dijo, fijando la atención en Liva-. Soy Elliot Tyler, profesor de Pociones.

-Encantada. Pero llámame Liva, por favor -dijo ella, aún turbada por la interrupción del momento con Snape.

-Liva... es un nombre precioso -dijo Elliot con una amplia y blanca sonrisa.

-¿Qué has estado haciendo estos días, Elliot? Apenas se te ha visto por el castillo desde que alguien envenenó a ese chico -dijo Snape con dureza.

-Sí, sí... una tragedia terrible, sin duda. Pobre chico. Por suerte contamos con la encantadora Liva para cuidarle -dijo agarrando suavemente la mano de Liva y besándola.

-No has contestado a la pregunta -contestó Snape, cortante.

-He estado investigando, claro. La salud de los alumnos es nuestra mayor prioridad.

-¿Y has encontrado algo de utilidad? -preguntó Liva.

-He investigado algunas de mis notas, y aunque no he conseguido dar con una cura, creo que he averiguado cómo mejorar algunos síntomas. He traído un poco -dijo mostrando un pequeño frasco con un líquido color púrpura-, por si quieren probarlo. La elaboré anoche.

Snape no apartaba los ojos de Elliot, desconfiando cada vez más de él. Le resultaba demasiado sospechoso, por no decir cuánto le irritaban las sonrisas que le dedicaba a la joven sanadora. Siguió a Elliot y Liva hasta la enfermería y ella le administró la poción al chico. Después de tantos intentos a lo largo de los últimos días, ya ninguno esperaba ningún cambio, pero en menos de cinco minutos el chico abrió los ojos y movió los labios azules sin articular ningún sonido.

Estaba consciente.

✔️ Liva- parte 2/3: El fin de una guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora