Al cabo de una hora...

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Al cabo de una hora aproximadamente llegaron a casa de sus tíos. Vivían en una zona residencial, en un edificio de pocos pisos situado en una urbanización cerrada y rodeada de jardines. El conserje las saludo amablemente y, tras darle a su tía algunas cartas, les ayudo a meter las maletas en el ascensor.

Entraron a la vivienda por la puerta de la cocina.

-Bueno – dijo Trudi - esta es tu casa. Tu habitación aún no está preparada porque  hasta septiembre no vendremos aquí. En un ratito nos iremos a La Senda.

-¿La senda?

- Si… Así es como se llama la urbanización de la sierra donde te comenté que pasamos los veranos  y algunos fines de semana. Te gustará, ya verás. Solo hemos venido a recoger algunos papeles ¿Quieres dejar algo aquí?  Para La Senda solo necesitas ropa de verano, alguna prenda gruesa para la noche y un rompe vientos.

-Solo llevo la ropa de verano en la maleta. Todo lo demás está en el barco.

-Buscaré a ver qué encuentro que te pueda servir. Siéntate un ratito más mientras organizo unas cosas. ¿Quieres tomar algo? No sé qué habrá en el refrigerador. Echa un vistazo si quieres.

-De acuerdo. Gracias.

Se entretuvo mirando las fotos que descansaban en la estantería. Sus tíos tenían dos hijos: Samuel y Guille. En realidad, Samuel era el producto de un matrimonio anterior de su tío Lucas. Formaban una extraña familia, a la que ahora se  unía Jacqueline.

Le llamo la atención un primer plano de Samuel. Hacía tiempo que no lo veía en ninguna foto y le sorprendió descubrir que era más un hombre que un muchacho. Tenía diecinueve años, pero parecía mayor. Su tez morena y ese pelo y esos ojos tan profundamente negros marcaban sus angulosas facciones. Parecía seguirla con la mirada a cualquier lugar al que fuera. A pesar de tener una ligera sonrisa en los labios, su semblante era triste.

Guille tenía ocho años. En todas las fotos sonreía de oreja a oreja. No se parecía a Samuel: su tez y su pelo eran mucho más claros, tenía los ojos color aceituna y pecas ¡Odiaba las pecas! Aunque su piel no era demasiado blanca, ella siempre había tenido que vivir con ellas. Afortunadamente, ahora apenas se apreciaban, salvo en verano, cuando el sol las hacía resurgir. Parecía que el azar había  querido que compartieran ese gen. Decidió tomar algunas fotos de aquellos retratos para enviárselas a su amiga Phoebe.

Tenía la boca seca y una sensación punzante  en la garganta. Se dirigió a la cocina. Era muy moderna, con muebles lacados en rojo y electrodomésticos color acero. Le sorprendió lo pequeño que era el refrigerador comparado con los habituales de doble puerta que hay en cualquier hogar americano. Sacó  una lata del refrigerador prácticamente vacío y, al abrirla, el líquido espumeante rebosó los bordes de la lata hasta mojarle la mano. Se volteo  para  buscar algo con que secarse y, sobre una isla central, encontró rollo de papel de cocina que descansaba junto a un ejemplar del periódico, abierto en una de las páginas centrales. Le llamaron la atención los dibujos que alguien  había pintado en los márgenes blancos y se acercó para verlos con mayor detenimiento.

Había una anotación en una esquina <<Instituto anatómico forense. Dr. Márquez, 9:15>> Fue entonces cuando se fijó en la noticia, en la que se informaba que unos excursionistas habían descubierto el cadáver de un joven  en la sierra Norte de Madrid, en el término  municipal de Peñaranda. La policía aún estaba trabajando  en los labores de identificación y…

-Podemos irnos cuando quieras – Interrumpió Trudi - ¿Ese periódico es de hoy? Sin lentes no veo.

Jacqueline se fijó en la fecha.

-Es de ayer.

-Pues entonces, a reciclar –dijo mientras lo tiraba en un pequeño contenedor.

Nunca digas nunca - Amy Lab. EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora