Capítulo III - Ignacio y su promesa

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«¿Qué tengo que hacer? ¿Debería salir y hablar? ¿Debería contarle a sus familiares que Victoria habla conmigo para que puedan despedirse de ella? Aunque lo más probable es que crean que estoy loco. Y si les digo que atestigüé todo quizás se enojen conmigo».

—Mejor me guardo todo para mí. Hablarles no revivirá a Victoria —se dijo, y alguien, de forma inesperada, le respondió.
"—Espero que tus decisiones sean las correctas".

Esa dulce voz se pudo oír otra vez. Su rostro, casi de manera inmediata, dibujó una sonrisa. Sentada en la mesa de la cocina, la joven de los ojos azules estaba presente. Aquel traje elegante la hacía ver sobria, y su manera de sentar demostraba sus modales. Ignacio, tratando de mantener la compostura y mostrándose educado ante Victoria, caminó hasta la mesa y se sentó delante de ella. Estaba atónito, pero verla lo tranquilizaba.

—¿Dices que debo hablar? —preguntó Ignacio.
"—Debes decidirlo tú mismo".

Ignacio no podía dejar de ver esos ojos cuya mirada parecía penetrar en su alma, en su mente. Unos ojos tan hermosos que podrían convencer a cualquier persona de realizar incluso los más viles actos. Unos ojos puros e inocentes. Unos ojos que ponían nervioso al joven, amenazando con hacerlo llorar.

Pero él no lloraba. El hombre nunca lloró, ni siquiera cuando se fue de su casa, abandonando a sus padres y a sus hermanos. Tampoco lloró cuando su mujer lo dejó, ni cuando perdió el trabajo. Ignacio era demasiado orgulloso como para llorar.

—No puedo dejar de recordar. No puedo dejar de imaginar lo que te hicieron esa noche. No puedo, me tortura. Me carcome, Victoria.
"—Deberás vivir con eso —dijo la joven, con tono serio—. Es tu castigo".

Ignacio apoyó su cabeza sobre la mesa maldiciéndose a sí mismo. Se lamentaba por no haber hecho nada para ayudar a Victoria. Se culpaba a él mismo de todo lo que había sucedido. Entonces aceptó lo que Victoria le dijo, aceptó llevar esa carga. Recordar cada momento sería su castigo; un recuerdo de su pecado.

"—Pero, siempre hay un poco de esperanza. No dejes que la pena te invada. Vive, vuelve a intentarlo. Quizás ahora sí puedas encontrar a ese ser querido que tanto te hace falta".

Ignacio permaneció en silencio, recostado sobre la mesa. Las palabras de Victoria lo alentaban. Quizás si vivía de una manera diferente podría sobrellevar su carga. Viviría por Victoria, cambiaría sólo por ella. Encararía cada uno de los días de su vida con valor y optimismo mirando a las personas de una manera diferente. Sentía incluso que quizás, gracias a las sabias palabras de la joven de ojos azules, podría cambiar, aunque sea un poquito, el mundo. Podría dejar una huella. Decidió verla nuevamente a los ojos, para pedirle disculpas por todo lo que había sucedido.

Pero Victoria ya no estaba más.

—Victoria, viviré de una forma diferente. Esta vez te juro que cambiaré mi vida. Lo haré por ti. Lo prometo.

Sintió que una nueva vida lo estaba esperando.  

Los tristes ojos de VictoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora