Miraba su pequeño cuchillo de bolsillo, brillante, jamás usado. En éste, su rostro carente de alegría se reflejaba como si de un espejo se tratase. Ignacio había concebido un curioso plan que consistía en grabar con su celular lo que sucedía para luego poder utilizarlo en contra de aquel desagradable hombre. Pero pensaba en su seguridad y en su cobardía, y por esa razón había decidido llevar su pequeño cuchillo. Aquel hombre robusto lo llenaba de miedo, y con razón, pues le sacaba unas dos cabezas. Se refregó los ojos y guardó el afilado objeto en el bolsillo de su saco, sintiendo el temor de tener que enfrentarse a aquel hombre.
-Espero que todo salga como lo pensamos.
"-Estaré rezando para que todo salga bien".
Partió hacia la casa de su objetivo a medianoche y luego, al llegar, esperó unos momentos en su auto. No se escuchaban gritos ni discusiones, solo la melodía que producían los grillos opacada por los ladridos de algunos perros en la lejanía. El cielo estrellado acompañaba esa sensación de paz que llenaba a Ignacio de una tranquilidad casi tan aterradora como los hechos que rememoraba.
Y sintió que era el momento de poner en marcha el plan cuando, desde el interior de la casa, se escuchó lo que parecía ser un cristal destrozándose contra el suelo.
-Es hora, ¿verdad? -dijo Ignacio. Un escalofrío heló su espalda al mezclarse con el helado viento que recorría la calle.
"-Ten cuidado, por favor -dijo Victoria, mostrando preocupación en su rostro".
Comenzó a caminar hacia la casa, desde la cual se podía escuchar cómo algunos objetos seguían rompiéndose, y luego llegaron los gritos. Su aliento era visible y el frío se hacía sentir.
-¡Basta, tranquilízate! -gritó una mujer.
-¡Me estás metiendo los cuernos! -gritó un hombre-. ¿Cuántas veces te dije que dejes de visitar a ese doctorcito? Ahora veo por qué no dejas de ir.
-No es así. ¡Por favor, tranquilo!
Ignacio, en el medio de la calle, comenzó la grabación con su celular. Aunque no tenía imágenes aún de la pareja, los gritos podían escucharse de manera muy clara. Luego de saltar la pequeña cerca con discreción, se acercó hasta una de las ventanas y puso su celular en posición, grabando aquellas crueles escenas.
-¿No ves que haces llorar a Tati? -dijo la mujer, entre sollozos, mientras la niña lloraba de manera desconsolada.
Era un triste espectáculo que lo llenaba de impotencia. Si a ese hombre no le importaba hacer trizas los lazos de su familia, entonces no habrá tenido piedad alguna con Victoria. No podía ser de otra manera.
"-Es muy triste -dijo Victoria mientras miraba por la ventana, como aprovechando la ventaja que tenía al ser invisible ante todas las demás personas".
Y, dentro de la casa, la familia no detenía sus discusiones.
-Me voy, me voy a la mierda -dijo la mujer llorando.
-Váyanse de aquí. Para lo único que sirven es para arruinarme la vida -dijo con frialdad el hombre.
Esa era una frase que Ignacio ya había escuchado antes, hacía mucho tiempo. Una frase que le causaba un extraño dolor en su corazón y que odiaba recordar. Una frase como la que había pronunciado su ex pareja, llena de frialdad y de tristeza al mismo tiempo.
"Me voy de acá. Sólo sirves para arruinarme la vida".
Ignacio tragó saliva al recordar esas palabras y sintió un súbito arrepentimiento. Dejó de grabar con su celular y, con los gritos de fondo y sentado en el húmedo césped sobrecrecido, suspiró. Sintió que viejas memorias reprimidas lo atormentaban.
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Los tristes ojos de Victoria
Narrativa generaleIgnacio esperaba el autobús que lo llevaría devuelta a su casa, cuando fue testigo de una horrible escena que involucraba a Victoria, una hermosa universitaria de ojos azules. Su falta de empatía lo llevó a ignorar tal situación; sin embargo algo en...