El olor de la habitación con sus luces brillantes era inconfundible, al igual que el sonido intermitente de aquella máquina. La mujer había visitado hospitales varias veces, pero era la primera vez que iba a uno a verlo a él.
Ella ahora tenía una vida más tranquila y pacífica. Se había librado del tormento de vivir con aquel hombre quien alguna vez había sido una persona cariñosa y atenta. En el pasado, ella podía ver cómo el comportamiento de su marido cambiaba para peor. Había hecho todo lo posible para que Ignacio siga siendo el mismo, pero a pesar de haberse puesto a su total disposición, todo parecía ser en vano. Al final, su paciencia no pudo más. El dolor y la tristeza acumulada durante varios años habían explotado. Decidió hablar, decidió pelear por la libertad que poco a poco iba perdiendo. Fue entonces cuando abandonó su hogar para volver a empezar de cero. A partir de allí, su vida mejoró.
—Está así hace once meses —dijo dijo el doctor vistiendo su inmaculado delantal blanco—. Si por casualidad despierta, no va a poder mover su cuerpo.
—¿Por casualidad? —preguntó la mujer.
—No podemos saber si algún día despertará del coma —dijo, frío, el médico—, pero podemos saber con certeza que si algún día lo hace no podrá mover su cuerpo del cuello hacia abajo. Sufrió una lesión muy grave. Sus vértebras... El conductor del autobús que lo chocó dijo que no lo vio a tiempo y que golpear contra él era inevitable. Estuvo en el aire algunos segundos antes de caer al suelo en una mala postura. Es un milagro que no haya muerto de forma instantánea. Cuando llegó al hospital ya se encontraba en coma.
—¿No hay manera de curarlo? —preguntó la mujer.
—En casos como éste, solemos decir que el paciente "está en manos de Dios".
Sintió algo de melancolía, pero nada de tristeza. No podía sentirse triste al ver que el hombre que había hecho de su vida un infierno durante casi diez años estaba al borde de la muerte. Pero tampoco se sentía bien por verlo así. Nunca le había deseado el mal a nadie, ni siquiera a su marido.
Ella había sido ubicada por los médicos hacía dos días. Había recibido una llamada del hospital donde aquel hombre estaba siendo atendido. Según las personas que la contactaron, no se había podido encontrar a familiares directos ni tampoco a amigos o conocidos del hombre. Hasta poder encontrarla a ella habían pasado once meses. En esos once meses, él se mantuvo quieto en aquella cama, con un tubo respiratorio y sueros que lo mantenían con vida. Varios cables, además, lo unían a una máquina.
—Cuando lo conocí pensé que se había enamorado de mí, pero no fue así -dijo ella.
— ¿A qué se refiere? — preguntó el doctor con curiosidad.
—Ignacio se había enamorado de mis ojos y nada más que de mis ojos.
—Tiene unos hermosos ojos azules —dijo el doctor, con timidez—, y debo confesar que es difícil no notarlos.
La mujer no se inmutó ante el comentario del doctor y prosiguió con sus palabras. Parecía que necesitaba sacar todo aquello que llevaba adentro.
—Tal fue el amor que le tenía a mis ojos, que idealizó a una persona diferente para ellos. Parecía querer vivir en un sueño, en una fantasía. Pero la realidad era diferente y yo no era la persona que él quería. El amor, entonces, se fue apagando y él fue transformándose en alguien diferente. Había comenzado a ser un hombre arrogante y frío, alguien que se creía el centro del mundo. Quería que yo haga lo que él dijera, quería que sus conocidos lo asistan en todo y que sus amigos sólo se centren en él. Él no perdonaba ninguna "traición", y así se fue quedando solo. Pero yo... yo no soy así. Yo lo voy a perdonar. Voy a perdonar tus gritos, tus maltratos. Voy a perdonar todos tus pecados.
La mujer, entonces, caminó hacia uno de los lados de la cama y se sentó junto a él. Percibió un fuerte olor a desinfectante. Quien en su momento había sido su marido tenía sus párpados secos, su pómulos pronunciados, sus brazos más delgados... había perdido peso. No lo veía hacía cinco años. Parecía una persona completamente diferente a la que conocía.
—No te preocupes, Ignacio —susurró ella—. No voy a dejar que sufras. Yo no soy como aquel hombre que me maltrataba. —Presionó, entonces, el brazo del hombre con gentileza—. Voy a liberarte de todo este dolor.
Ella acercó sus labios a la frente de Ignacio. Fue un pequeño y corto beso de despedida. Ya no recordaba cuándo fue la última vez que le dio un beso así. Ni siquiera podía encontrar memorias de eso en los momentos que compartió con él. El único beso que recordaba era el del día de su casamiento, todo lo demás parecía haberse esfumado de su mente. Luego de su separación y del tiempo transcurrido, ella nunca creyó que lo volvería a ver, pero estaba segura de que esta vez sería la última.
—¿Estará soñando con algo? —preguntó la mujer.
—No lo podemos saber con certeza —dijo el médico.
La mujer, luego de un suspiro, se puso de pie y volvió a caminar hacia el profesional.
—¿Qué desea hacer? —preguntó el médico.
—No puedo verlo así. Por más odioso y horrible que haya sido en el pasado, no puedo dejarlo así. Y, a pesar de todo, aún sigo siendo su esposa.
—Entonces...
—Sí —interrumpió la mujer de profundos y fríos ojos azules—. Proceda, doctor, con la desconexión. Él no merece una vida así, ni siquiera a pesar de todo lo que me hizo. Esta misericordia será mi último acto de bondad para con él.
~
Adiós, Ignacio. Que en paz descanses.
~
Los tristes ojos de Victoria.
---------
Gracias por leer "Los tristes ojos de Victoria". Espero que hayas pasado una amena lectura. ¿Odiaste a Ignacio? ¿Acaso sentiste un poquito de empatía por él? Quizás aquello que llaman disonancia cognitiva...
La historia originalmente terminaba en el "Capítulo Final" el cual por sí solo es algo ambiguo e incierto. Pero mi postura para con el joven (que es una amalgama de la forma de pensar de algunas personas que me crucé en la vida) terminó haciendo conflicto con lo que quería contar. Se podría decir que me volví un "hater" de mi propio personaje así que escribí el epílogo, donde aparece quien en un principio fue su esposa. ¿Quién mejor que ella para decidir su destino?
Si alguna vez se te presenta la oportunidad de ayudar a alguien, no lo dudes y hazlo. Y no solo me refiero situaciones como las que ocurrieron dentro de la historia. Tampoco hace falta que intervengas directamente; sin embargo el ignorar la situación podría ser tan grave como provocarla.
Otra vez: ¡Gracias por leer "Los tristes ojos de Victoria"!
ESTÁS LEYENDO
Los tristes ojos de Victoria
Ficción GeneralIgnacio esperaba el autobús que lo llevaría devuelta a su casa, cuando fue testigo de una horrible escena que involucraba a Victoria, una hermosa universitaria de ojos azules. Su falta de empatía lo llevó a ignorar tal situación; sin embargo algo en...