Capítulo VI - La desesperación de un corazón

109 7 0
                                    

"—¿Por dejaste a esa mujer? Tu vida, no dejes que vuelva a descarrilarse".

—Victoria, mi vida se descarriló en el momento que vi tus ojos. Esa brillante luz que emitías encegueció mi existencia. Ignorarte fue mi error. Hice de cuenta que no estabas allí y ahora me arrepiento, mucho.

Ignacio se sentía devastado. No podía olvidar los llantos desgarradores de Bárbara. La joven se había retirado de la casa hecha una piltrafa, su rostro lleno de depresión. Esa expresión triste le causó malestar. Se preguntaba cuál era la razón por la que le abrió su corazón siendo que éste ya estaba ocupado. «Sigo siendo la misma basura».

"—Debes olvidarme, como lo hicieron esos jóvenes, como lo hizo la sociedad. Olvídate de mí y sigue con tu vida. Busca una salida para esta pena".

—No puedo. No puedo olvidarte, no pude hacerlo ni por un segundo desde que te vi en aquel descampado, ¿Cómo esperas que de un día para el otro te olvide? No puedo, Victoria, amar a otras personas... porque te amo a ti. Cuando hice el amor con esa mujer, cada vez que la besaba, pensaba en ti. Es imposible que en esta vida sea un hombre normal.

"—Lo siento".

—Yo soy el que debería decir eso.

El lunes siguiente se despertó temprano, como de costumbre, con la idea de volver a trabajar. Pero la vergüenza se lo impidió. A duras penas pudo ver a Bárbara a los ojos cuando terminó con ella, y mucho menos podría verla en su trabajo. Sería algo muy incómodo para los dos, y la presencia de Victoria no ayudaría para nada. Entonces, con la excusa de seguir investigando al joven, siguió faltando al trabajo. Al llegar el jueves, supo entonces que el siguiente día sería el día decisivo.

—Quizás hablar con él me traiga paz. Quizás, incluso tú, Victoria, descanses en paz —dijo Ignacio.

Pero esta vez no hubo respuesta.

Durante la mañana del viernes, Ignacio se preparó mentalmente para la confrontación. Cargó un pequeño cuchillo de bolsillo, por seguridad, pues no tenía idea de cómo podría reaccionar ese joven que tanto mal había causado en su corazón, pero temía utilizarlo pues nunca había recurrido a la violencia para defenderse ni siquiera cuando era un niño abusado en la escuela por sus compañeros. "Ya se van a aburrir de molestarme, ya se van a aburrir de pegarme" solía repetirse, pero hasta que eso sucedió había pasado mucho tiempo.

Decidió esperarlo a metros de su casa para poder hablarle antes de que vaya a su trabajo, pero no todo sucedió de acuerdo a lo planeado. El joven cajero había salido de su hogar acompañado de su joven amante. Sus rostros se veían pacíficos y llenos de ilusión. Ignacio no se esperaba la presencia de la muchacha, pero aun así decidió seguirlos.

La pareja de jóvenes caminó de manera amena hasta la plaza donde solían juntarse, pero esta vez lo habían hecho a una hora muy temprana. A esas horas el sol acariciaba los rostros con su calor, y todos comenzaban a vivir el día.

La pareja se sentó en un banco, en el cual comenzaron una cálida charla. Era una escena tranquila y amena, una escena que inspiraba paz. Y esa paz era algo que Ignacio no comprendía. Los rostros de ambos mostraban una radiante sonrisa y un brillo angelical irradiaba desde sus ojos. Estaba claro que fueron felices desde el momento en el que se conocieron. La intensidad de la emoción aumentaba con cada segundo que pasaba. La sonrisa de la joven se volvía más enamorada con cada palabra que Leopoldo anunciaba.

—¿Qué es lo que le está diciendo? ¿Qué es lo que la está haciendo tan feliz? —dijo en voz baja Ignacio. Estaba algo molesto.

Pero algo sospechoso aconteció. Un hombre de suéter gris con capucha, a quien no se le veía la cara, se acercó hasta la pareja. Tanto Leopoldo como su novia, ante la presencia de aquel hombre, se pusieron de pie y comenzaron a caminar alejándose de la plaza. Iban bastante juntos, como tratando de esconder algo.

Los tristes ojos de VictoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora