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Mateo 

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Mateo 

  — Bueno Micaela ¿Quisieras bailar conmigo?-le seguí la corriente

  — ¿Por qué no?-respondió.

La música llegaba a todos los rincones del Gimnasio, la gente bailaba con los tragos arriba como si fueran un trofeo (eran de esos tragos para nuestra edad, las que no tenías mucho alcohol).

Tenerla bailando conmigo y hacer que sonría y ría con cada paso estúpido que yo hacía, era algo maravilloso, era como si fuéramos solo ella y yo, solos, bailando en la oscuridad de la noche ,en cámara lenta.

Bailamos, reímos, bebimos unos tragos y luego Micaela me pidió que si la podía acompañar a tomar aire.

La lleve a fuera de la escuela.

  —Aquí no es donde suelo tomar aire —sonrió.

  — ¿A dónde sugieres ir?— le pregunté.

  —Ven conmigo. —Tomo mi mano y me dirigió hacia mi auto.

   —¿Puedes conducir? —preguntó agarrando la manija de la puerta del carro.

Asentí y nos subimos mi coche. Mica me indicaba porque calle ir, si era por la izquierda o por la derecha.

  —Aquí . —Soltó de repente, detuve el auto y bajamos.

Micaela me indico que la sigua con un movimiento de su mano, ella me había traído hasta el parque Antonio Raimondi, es un parque cerca al mar, cerca de la Costa Verde

  —Aquí es a donde yo venía cuando era niña—hablo.   

  —¿Y porque venias?—pregunté.

— Bueno cuando llegue a Lima, quería regresar a Estados unidos, pero no podía, así que me escapaba de mi casa y venia acá. —Puso sus codos encima de la valla de cemento.

  — ¿Naciste en Estados unidos?—pregunté.

  —No, yo nací acá en Perú, pero cuando tenía cuatro años mis padres decidieron mudarse a U.S.A porque mi padre había conseguido trabajo en ese país. —Suspiro—. Pero después de unos años ellos se divorciaron y mi madre decidió traerme acá, y mi padre pensó que eso era lo mejor.

  —¿Y todavía quieres regresar a Estados Unidos?—pregunté después de unos segundos de silencio.

  — No, bueno no lo sé, hace años que deje de pensarlo. —Se puso un mechón de pelo detrás de su oreja y me miro a los ojos.

  —Ven sígueme—me dijo y luego salió corriendo.

   —¡Espérame!—grité.

Corrí detrás de ella hasta que llegamos a un pequeño puente, ella me pidió que le sostuviera por mientras su pequeña mochila en la cual había puesto sus tacos y había sacados unos tenis para ponérselos. La altura entre el puente y el piso era de unos dos metros y medio, así que tendría que saber dónde pisar para no caer. 

A través de las palabras #AT2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora