VI El beso de Rodin

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La eternidad esculpía su camino por aquellos labios de materia finita. Deslizándose por los útiles de la creación hacía de la inerte piedra brotar fugaces caricias de sempiterno roce para converger en un dionisíaco abrazo.¿Cómo puede la belleza, realidad exenta de todo juicio humano,verse condenada como envilecimiento del corazón? 

Si aquel beso encontró refugio en el clandestino instante, que el arte lo cobije en el mármol y que el ojo del artista resguarde a los amantes de los prejuicios humanos.

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