Jugaba a ser guerrera

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Jugaba a ser guerrera luchando contra enemigos mucho más fuertes que ella: el odio, el miedo, la tristeza, la ira. Por poderosos que fueran, no podían hacer nada contra su valor, porque el valor, creía ella, consistía exactamente en ser lo suficientemente imprudente para enfrentarte a ellos y, al mismo tiempo, lo suficientemente precavido como para no permitir que te hirieran con sus horribles garras.

Jugaba a ser guerrera, pero cuando los monstruos comenzaron a amenazar a aquellas personas a las que quería, pasó a ser su profesión. Jamás permitió que los tocaran; a cambio, se llevó unas buenas heridas que, lejos de detenerla, la impulsaron a nuevas batallas. Mientras, sus seres queridos vivían tranquilos, lejos de la guerra. 

El miedo le había abierto una herida en el pecho y por culpa de la ira sangraban sus manos. La tristeza, por su parte, había conseguido que sus mejillas estuvieran siempre húmedas y los golpes del odio no la dejaban dormir por las noches. Un día fue a visitar a sus seres queridos, que la recibieron de una manera un tanto inesperada. "¿Por qué no te esfuerzas más? No es suficiente", dijeron algunos de ellos a la moribunda guerrera. Fue entonces cuando comprendió que, de algún modo, siempre habían estado infectados.

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