La pisada congelada de un tiempo ilusorio que mece las horas sin sonido, sin más aliento que el de un río inerte. La ciudad desdichada, insonora, efímera, que se pega a los talones como el polvo, como el hastío, como una mirada extraña y caduca. La espera que no existe, el momento que no acaba porque nada empieza y la nada, virgen y hermosa, riéndose de un mundo que tiene demasiada prisa.