En perenne metamorfosis me arrastro por el cielo;
marchitos fulgores y tenaces humaredas
sois en el paisaje tan esenciales como las inmemoriales estrellas y las ligeras nubes,
como la sonrisa en el rostro y los sollozos que se ahogan en los ojos.
Hay un ópalo apagándose en mi pecho,
diáfano cuerpo que se torna lívido y mortecino,
dejando una estela de tenues latidos e ignotos deseos
sin más despedida que un exhausto cerrar de ojos.
En perenne metamorfosis me alzo sobre el suelo;
en su cíclico trayecto,
palpitan en mi pecho dolores y alegrías
que celebro con un gran asentimiento.