Esta noche escribo a la luz de una vela ausente, buscando la lumbre perdida en los siglos y el rumor de su esplendorosa decadencia. La inspiración yace marchita sobre el papel en blanco, donde los conceptos se gestan con la forma de un infinito incesto. Pero existe una cierta belleza recóndita en lo amorfo, lo horrendo, lo desmembrado, en esos versos que se enfrentan a la luna con el cuerpo aún húmedo de tinta y arrugado: es la belleza de la finitud, de lo terriblemente humano, de la poesía que se escribe a ciegas en las noches por el amargo placer de sentir algún verso en los labios.