Este es un retrato de los años hirientes, de la edad esquiva que sucumbe ante la maldición del tedio, pues nada demacra más que la rutina parásita. Mírala, y de soslayo te devolverá el gesto. No hay rubor en su tez, pálida y antaño de lumbre onírica, mas que el que causa por su condición el insolente viento. Mírala, y tal vez descifres el lenguaje de su cabello, lengua oceánica de las olas suicidas. Así de eterna y efímera es ella, como una ola. ¡Y qué tenues son sus ojos! dos luceros apagados por los que yo, nave errante, me estrello.