UN ENCUENTRO FORTUITO

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Roberto Serrano y su séquito de amigos, fueron expulsados a mediados del séptimo año debido a que vapulearon a un niño de tercer grado, quebrándole el brazo. Por lo que los últimos años de Salvador en el colegio fueron bastante tranquilos.

Terminó la escuela graduándose con honores, e ingresó a un colegio manejado por religiosos para terminar su educación superior. Una vez ahí las cosas no variaron gran cosa para él, excepto que encontró a quien sería su mejor amigo.

Su madre para aquel entonces, había ascendido a ser la gerente de ventas regional de la compañía, por lo que su horario era más demandante, pero sus viajes al interior habían disminuido. Los ingresos que ella percibía, le permitían costear el ingreso de Salvador al colegio, que era uno de los más elitistas de la ciudad.

El muchacho había desarrollado una aversión creciente por todos aquellos estirados que no hablaban de otra cosa que no fuera el dinero que sus padres tenían, a qué país irían a pasar sus vacaciones de verano, o si al finalizar el colegio que clase de automóvil sería su regalo de graduación.

Todo el ambiente era el epítome de la superficialidad y esnobismo, pláticas vacías y sin sentido de un grupo de muchachos que no tenían nada por dentro. Al menos, esa era la opinión de Salvador.

Su actitud hacia los profesores había cambiado de la sumisión al franco desafío. Se había percatado que su acervo cultural, algunas veces, estaba por encima de algunos educadores, que solo llegaban a cumplir con el programa y no hacían un esfuerzo serio por retar su mente. Se sentía inadecuado y fuera de lugar. El tiempo pasaba con una lentitud agobiante, y lo peor era que al día siguiente se volvería a repetir todo aquel ritual absurdo.

Un día de aquellos, un joven maestro de historia disertaba sobre la cronología de la Segunda Guerra Mundial, en concreto las operaciones del mariscal Rommel en el desierto de Egipto. En busca de alguna víctima a quien preguntar y humillar, fijó su atención en un muchacho pálido que observaba la ventana con mirada soñadora los cerros a la distancia. Verificando el apellido del chico en su lista, le disparó una pregunta destinada a asustarlo.

— Señor...uhmm...Alberti.... ¿podría decirnos el nombre de la operación que los Aliados utilizaron para romper el cerco nazi en la batalla de El Alamein, y en qué consistió?....eso sí está poniendo atención y no pensando en alguna novia......

La verdad era que Salvador, había dejado de poner atención desde hacía rato, ya había escuchado esa historia de alguien que estuvo y combatió en aquel desierto, por lo que estaba contando los minutos que faltaban para que aquel aficionado terminara de hablar.

— Operación "Lightfoot", los aliados necesitaban remover las minas colocadas por los nazis, por lo que varios contingentes se dedicaron a remover dichos artefactos, para poder darle paso al "XXX Cuerpo Británico" a cargo del teniente general Oliver Leese. — replicó Salvador con petulancia.

Luego añadió:

— Su presentación me parece anodina, se ahorraría mucho tiempo si solo nos indicara los capítulos que incluirá en el próximo examen....y nos dejara estudiar por nuestra cuenta.

El profesor se le quedó viendo con ojos bovinos sin poder articular una respuesta ante ese exabrupto.

Y sellando su destino Salvador preguntó:

— ¿Sabe a qué me refiero con "anodino"...verdad?

Con esas últimas palabras, el profesor lo mandó a la oficina del director, con una nota de amonestación a su expediente.

Mientras esperaba su turno, sentado a su lado había un chico de lentes, un poco pasado de peso que se veía igual de fastidiado que él. Vestía el uniforme deportivo por lo que Salvador dedujo que el estudiante era de primer año al igual que él, aunque pertenecía a la sección contigua. Solo para hacer conversación se dirigió al muchacho y le preguntó:

— ¿Y tú por que estas aquí?

El chico lo volvió a ver y sin mucho interés le contó que en la clase de educación física, casi le había clavado la jabalina al profesor en el pie, porque la arrojó en la dirección equivocada. Cuando a Salvador le tocó contar su historia, el muchacho pareció animarse y añadió:

— El profesor Carmona, se pasa de aburrido.... ¡Anodino!...Supongo que ahora está buscando la palabra en el diccionario.... – mientras esbozaba una sonrisa irónica y burlona al mismo tiempo.

Salvador solo atinó a reírse al mismo tiempo, mientras la secretaria del director los mandó a callar con un gesto autoritario que generó un ataque de risa más intenso en los jóvenes.

El nombre del muchacho era Víctor, ya partir de ese momento se convirtió en el mejor amigo de Salvador en el colegio y la Universidad. Tenían aficiones comunes y ambos padecían de una timidez crónica con el sexo opuesto. El chico tenía un coeficiente intelectual muy superior al promedio, por lo que con solo asistir a las clases y prestar atención podía pasar los exámenes sin problema. Al igual que Salvador tenía problemas en las clases de Educación Física, su sobrepeso y falta de coordinación lo traicionaban a cada momento, por lo que sus notas en esa materia era la única mancha de su record.

Tenía afición por la guitarra clásica, no era un virtuoso, pero no lo hacía mal. Vivía al oeste de la ciudad con sus padres y un hermano menor. Su casa se convirtió en el refugio de Salvador cuando este quería pasar tiempo alejado de las intromisiones de su madre. Además desde ahí, podía ir sin problema a la antigua casa de su abuelo a traer algún libro interesante, y dejárselo a guardar en casa de su camarada.

Su amigo poseía una vasta colección de comics que leían juntos en sus ratos de ocio, jugaban juegos de video y se enfrentaban en extensos debates tratando de demostrar puntos de vista alternativos a los más variopintos temas, como la posibilidad de la vida extraterrestre o si Batman era mejor superhéroe que Superman.

Sin embargo un tema vedado para ambos era la relación con el sexo opuesto, los dos eran legos en dicha materia, y ninguno quería demostrar al otro lo poco que sabían al respecto. Aunque Víctor tenía primas de su edad que pudieron orientarlo en algún momento, este sufría de ataques de pánico recurrente hacia ellas que ocultaba bajo una máscara de desinterés. Salvador por su lado, padecía la tiranía de las ideas de su madre.

La señora le había dicho que él debería tener novia hasta que saliera de la Universidad, que solo aceptaría que una chica llegara de visita a la casa si tenía planes serios de casamiento. El sexto mandamiento debía ser respetado, y la juventud de hoy se estaba perdiendo por su falta de amor a Dios. A ese paso, pensaba el chico, tendría siete años de celibato por delante, y esto no le hacía mucha gracia.

Las visitas asiduas de Salvador a la casa de su amigo lo convirtieron en un habitante más de aquel lugar, donde existía un ambiente de libertad que difería al que reinaba en su hogar, donde a media semana podías encontrar a un grupo de señoras que estudiaban la biblia por horas y que finalizaban todo aquello en medio de alabanzas estruendosas y un tanto desafinadas.

La madre de Salvador se había convertido en una espía aficionada que revisaba la habitación del chico en búsqueda de objetos sospechosos, desde el asunto del diario, ella no dejaba de examinar el lugar cuando él estaba fuera.

Salvador ya se había percatado de este comportamiento, por lo que los libros que se referían a temas ocultistas y sexualidad, estaban escondidos en casa de Víctor o en la biblioteca mayor. En su casa solo había textos inocuos que su madre aprobaría.

Su madre era muy exagerada con esos temas, un día Salvador leyó "El extranjero" de Camus, y el conflicto existencial había calado hondo en su mente adolescente. Se le ocurrió comentar aquello con su madre, pero esta había hecho una escena al respecto, diciéndole al chico que debía hablar con el psicólogo o el confesor del colegio para sacarse esas ideas que rozaban la herejía. Salvador a partir de ese momento dejó de hablar con ella acerca de los pensamientos que inquietaban a su mente.

LOS DONES DE LA SERPIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora