III-Trueque

69 4 13
                                    

A la mañana siguiente me levanté con un dolor de cabeza impresionante. No recordaba haber tenido tanta emoción desde puff, ni lo recuerdo. ¿A que hora llegaría a casa? Ni idea, pero apenas había dormido más de dos horas y por desgracia, tenía que levantarme para ayudar a mi padre en el puerto. Es martes, tocaba negociar con el padre de Andy, Stefan. Desde hace varios años realizamos trueques con esta familia, proveniente de las afueras de la ciudad. Ellos conocen muy bien la rama de la herbología y destacan por sus maravillosos tés que se venden a buen precio en el mercado, además de tener en su posesión un enorme huerto donde plantan tomates, cebollas, zanahorias etc.. Y no es lo único que tienen. De pequeño solía ir a su granja a jugar con los cerdos y las ovejas, cosa que a mi madre no le gustaba pues siempre llegaba a casa ensuciando todo de barro y dejando un rastro de olor a pocilga importante. Más de una vez he tenido que bañarme en tomate para quitarme el olor de las dichosas mofetas que acechaban esa granja.

Mi padre y yo no somos ricos que digamos, nos mantenemos lo justo para sobrevivir y tener algo que llevar a la boca cada día. Una vez a la semana mi padre le lleva un cargamento de pesca especialmente para ellos. Pescado fresco recién recogido del mar esa misma mañana y ellos, a cambio, nos dan verduras y hortalizas para la semana. Son muy agradables, pues hasta en época de festejos nos regalan una pata de jamón. Como para no devolverles el favor, alguna que otra vez he ido a arreglarles los establos gracias a las inquietudes y coces de su yegua más joven, India, quien siempre me saluda eufóricamente.

- ¡Lucas!- gritó mi padre desde el piso de abajo. No quise responder, estaba demasiado cansado.- ¡Lucas, joder! ¡Vamos a llegar tarde! ¿Se puede saber dónde estuviste ayer?

- Ya voy, papá- respondí al oírle subir las escaleras a toda prisa.

- ¿Cuantas veces te tengo dicho que no quiero que salgas hasta tan tarde? Venga, los Wilson nos esperan. Y ah... una cosa- continuó frenándose en la puerta de mi habitación- procura ser amable con Andy, hoy es su cumpleaños.

- Si, papá. Voy a ser súper amable con ella- dije, con la intención de que se notara mi sarcasmo.

Andy es la hija menor de los Wilson. Una muchacha encantadora, al menos para la mayoría de la gente del pueblo, pero a mi, no es que me caiga muy en gracia. Es de las chicas más populares. Siempre va a todas las fiestas y le gusta mucho ir por ahí haciéndose notar. A pesar de conocerla desde hace ocho años, en el instituto nunca tuve una relación con ella íntima ni personal. Simplemente ella estaba ahí, yo lo sabía y me la resbalaba, al igual que ella conmigo. Sin embargo, desde hace un par de años la veo a veces demasiado atenta a lo que hago, como queriendo llamar mi atención. Recuerdo la vez que fui al monte a por leña y mientras cortaba los troncos, se quedó en bikini tomando el sol. Porque es lo lógico, tiene una playa en su pueblo pero "prefiere" tomar el sol en el monte dónde los árboles tapan la mayor parte de los rayos del, haciéndome compañía, como si la necesitase.

Me vestí corriendo tras darme una ducha y bajé las escaleras con el desayuno casi en la boca. Mi padre, metiéndome toda la prisa posible, arrancó nuestra querida vieja y oxidada furgoneta roja y emprendió camino al puerto. Una vez allí, los Wilson nos esperaban impacientes.

- ¿Que paso, compadre?- saludó el señor Wilson desde la puerta de su coche.

- Buenos días, Amancio- correspondió mi padre al saludo- Mi hijo, que le tiene gran cariño a las sábanas.

- Aaay esta juventud de hoy en día. Como decía mi abuelo, "divina juventud, divino tesoro", ¿no es cierto?

- Nunca mejor dicho- rieron- Venga, Lucas, espabila. Pásame esa caja.

Tal y como ordenó hice el amago, vagamente ,de coger la caja.

- ¿No falta otra caja?- preguntó el señor Wilson.

Pequeño Lobo de MarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora