IV- Riesgo de ceguera

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Cuando me desperté todo transcurrió como un día normal. Por la mañana una pesca considerable y por la tarde lo mismo, así sucesivamente durante un par de semanas. Cada noche buscaba un un hueco, aunque fuera mínimo para poder componer alguna que otra canción y como no, acababa pasándome las pocas horas libres que tenía viendo el retrato de Álex. Parecía un sueño. Un sueño precioso que se desvanecía en la realidad y a veces hasta parecía inverosímil su existencia. Suena ridículo, pero a la vez pienso que las cosas ocurren por algo. Apenas sabía cosas de ella así que en un hueco que tuve ese día me fui a la biblioteca del pueblo y pedí prestado uno de los ordenadores. Busqué información sobre las sirenas, sobre su hábitat, sus costumbres, su dieta y en fin... no me pareció absolutamente nada fiable. ¿Soy idiota o qué? Voy a buscar en Internet algo que ha estado escondido durante siglos seguramente y ningún humano ha vivido para contarlo, a menos que fueran meras historias de poca monta mezcladas entre la realidad y la ficción. Los humanos tenemos una capacidad excepcional para inventar cualquier cosa. "Ningún humano ha vivido para contarlo...", pensé. Me quedé un momento mirando a la ventana hasta que recordé la historia del marinero que había conocido a aquella sirena. ¿Que ocurrió entre ellos al fin y al cabo? Abrí una nueva pestaña y en la barra de buscadores tecleé el nombre del marinero. Johan Adams, acusado de delirio por culpa de una supuesta medicación que estaba tomando. Su médico fue condenado a cinco años de prisión y una penalización económica bastante importante para compensar a la familia del marinero. Seguí leyendo pero todo era bazofia, páginas en las que cualquiera podría entrar y escribir lo que se le antojase. A cada rato empezaban a salir enlaces a páginas porno, búsquedas de hoteles "con vistas a espectaculares sirenas" siendo estas seguramente strippers. Posé mi cabeza en mi mano izquierda apoyando el codo en la mesa y con la derecha deslicé la barra lateral hacia abajo sin interés buscando un mínimo de coherencia por alguna parte.

- Vaya, al parecer no soy la única curiosa- dijo una voz a mis espaldas- ¿que estás intentando encontrar exactamente?

- ¿A ti que te importa?- respondí a la defensiva mientras minimizaba las pestañas dejando el escritorio a la vista.

- Realmente nada, pero me parece curioso que un chico como tú despreocupado se ponga una hermosa tarde de jueves a buscar ese tipo de historias- sonrió.

- ¿No tienes nada mejor que hacer, Andy? Es de mala educación espiar.

- No te estaba espiando, pasaba por aquí para buscar un libro de plantas aromáticas para mis padres, te he visto muy centrado en la pantalla del ordenador y he tenido curiosidad.- resumió.

- Vale, ¿puedes dejarme ya a solas?

- Puedo, pero si bien te conozco se que si buscas eso es porque realmente tienes interés. Por algo o... por alguien- se apoyó en la mesa que tenía detrás.

Andy no conocía a Álex, así que la siguiente persona que pasó por mi mente fue mi madre y como hablara de ella iba a enfadarme y mucho.

- Si lo busco o no, es cosa mía. No te incumbe. Procede a buscar el libro que viniste a buscar- dije haciéndole una especie de invitación con la mano.

- De acuerdo, ya nos veremos otro día- sonrió de nuevo.

Al cabo de un rato, desde que se fue, me sentí observado. Seguía siendo ella hablando con unas amigas suyas y cada dos por tres mirando para mi con cara de interesante. Me agobiaba que me observara, así que borré el historial del ordenador y lo apagué. Bajé las escaleras, me despedí de la secretaria y abrí la puerta para salir. Caminé unos poco pasos e intentando disimular me giré para ver la ventana por si estaba Andy y, efectivamente, allí estaba ella viendo como me alejaba. Miré hacia ella más detenidamente, intentando que captara que sabía que estaba ahí. De repente, escuchamos unas sirenas a la lejanía. En unos pocos segundos el sonido se hizo más cercano y ambos pudimos ver como el camión de los bomberos cruzó la rotonda en dirección a la Cabaña del Cazador. Rápidamente ella se fue y en cero coma se acercó a mi dándome una palmada en el hombro como haciendo amago a que subiera a su coche aparcado a unos pocos metros de donde estaba la biblioteca. Seguimos a los bomberos y cuando llegamos, desgraciadamente la Cabaña estaba ardiendo. De allí salió un hombre borracho sacudiendo su camiseta contra el suelo intentando apagar las llamas que de ella salían. Casi todo el pueblo estaba allí, rodeando la zona detrás de unas vallas que puso la policía cortando el paso. Me acerqué un poco más hasta llegar a la valla y en cuanto el hombre me miró señaló al piso de arriba antes de desmayarse, seguramente por el abrasador calor que haría allí dentro. Sin pensarlo, salté la valla pidiendo disculpas a un policía que estaba allí de pie intentando calmar a la gente. Andy intentó impedírmelo, supuso que es lo que haría pero no podía esperar a que algún bombero decidiera subir. Ya bastante estaban haciendo intentando apagar las llamas que surgían de las dos casetas contiguas mientras los sanitarios curaban las quemaduras de dos mujeres que al parecer debieron estar cercanas al lugar de la explosión y subiendo en una camilla al hombre que se desmayó.

Pequeño Lobo de MarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora