VI- Dos no pelean si uno no quiere

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Otro día que me levanto revuelto. Supongo que será porque me acuesto demasiado tarde y me levanto demasiado pronto durmiendo apenas unas cuantas horas antes de levantarme para ir a trabajar. Me acostumbre a la vida nocturna, la cual me gustaba más que la diurna, pero que remedio me quedaba más que tener que levantarme cada mañana para ir a ayudar a mi padre al puerto para ganarme el sustento de cada mes. Y de tarde, ayudar en la Cabaña del Cazador. Apenas tenía para ponerme con los proyectos que tenía en mente y a menudo venían las señoras mayores a mi casa a preguntarme por los muebles que me pidieron que les diseñara, que los esperaban ansiosas. Lo siento por ellas pero no me pagan por ello, así que van a tener que esperar a que acabe con la reconstrucción de la Cabaña. Me parece más importante que nuestro  vecino tenga un hogar dónde vivir a que unas señoras tengan un mueble nuevo en sus casas que puedan lucir con orgullo diciendo que lo han comprado en una tienda de muebles de importación, cuando saben todos perfectamente que es obra mía pues dejo mi marca tallada en un lado poco visible.

Me levanté de la cama intentando mantenerme en pie. Mi cabeza estallaba a más no poder del dolor así que decidí darme una ducha para despejarme. Sentir como el chorro de agua caliente se disparaba en mi nuca dejando caer con rapidez las gotas de agua sobre mi espalda. Fue como si mi cerebro decidiera irse de viaje por unos minutos dejando un hueco totalmente vacío en mi cabeza, incapaz de concentrarse ni pensar en algo más allá que en relajarse y tomarse lo que le quedaba de tiempo en disfrutar de ese momento de placer a las seis y media de la mañana. Cuando regresé en mí, pensé en Álex. "Hoy voy a ir a verla", me dije a mí mismo. Si supiera ella las ganas que tengo  de poder estar a su lado como hicimos aquellas veces que nos veíamos en el puerto.... A diario me preguntaba que estaría haciendo y la razón por la cual dejó de asistir al puerto, dejándome noche tras noche como un paleto esperando en la barca. ¿Le habrá ocurrido algo? No tenía ni idea, pero tenía que llamar su atención con algo para que supiera que estaba allí,esperándole. Pero... ¿como? Salí de la ducha y me tapé con una toalla alrededor de la cadera y con la mano froté en el espejo para quitar el vao dejándome ver mi reflejo en él. Me quedé unos minutos mirándome, realmente sin pensar en nada rascándome el hombro derecho hasta llegar a la herida, todavía sin cicatrizar del todo, de la astilla el día del incendio. Unos segundos después mi padre petó en la puerta metiéndome prisa para ir al puerto. Ahora sí, gracias a esa interrupción, volví completamente al mundo y me vestí corriendo poniéndome una camiseta blanca y unos pantalones vaqueros azules. Bajé las escaleras y al entrar en la cocina abrí la nevera sacando un bote de zumo de naranja que me fui bebiendo de camino al puerto. En la furgoneta mi padre me vio los ojos a pesar de que intenté mirar lo menos posible para él y se fijó en las ojeras que tenía,  lo que provocó que me preguntara a que se debían y me notificó su preocupación sobre mi salud. "Tranquilo papá, me encuentro bien. Sólo necesito descansar más", fue lo único que le respondí. Al llegar tuve que ponerme una chaqueta de abrigo pues el viento que había hacía que me entrara un frío por la piel congelándome hasta los huesos.

- Mal día para navegar, capitán- dijo uno de los tripulantes del barco- prevén más viento y lluvia a partir de las once.

- No pasa nada, esperemos que los truenos no nos espanten a los peces- rió agarrándose de la capucha.

- ¿Que hacemos entonces?

- Tomaos el día libre, si a la tarde mejora haremos la recoleta de hoy. Os espero a todos aquí a las tres. ¿Entendido muchachos?

Todos asintieron ilusionados. Tanto mi padre como yo sabíamos que esta tormenta nos avisaba de que se aproximaba el invierno aunque aún faltara un par de meses aproximadamente. A mediados de octubre era bastante extraño que hubiera este temporal, pero la previsión exacta del tiempo en la zona en la que vivíamos era bastante imprevisible. Los trabajadores se fueron dispersando, algunos en coches conjuntos mientras que otros se iban cada uno por su lado. Mi padre me dejó la mañana libre, aprovechando que no se iba a trabajar para que descansara y pudiera ir a la tarde, a lo que respondí que no iba a poder pues sabía de sobra que estaba comprometido con el cazador para ir a ayudarle. Antes de ir a casa, fui a hacer una serie de recados. En primer lugar, quería comprarme el color turquesa para la escultura de madera que me faltaba por terminar, ir a por nuevos pinceles y herramientas para tallar y un par de bengalas para la barca. Cuando pasé por la cabaña sentí una rabia enorme ya que, desgraciadamente, había vuelto a caer.

Pequeño Lobo de MarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora