Con las primeras luces de la mañana, y el ruido de una motocicleta pasando por debajo de la ventana del comedor, Paula se despertó la primera. Se preparó un buen café con leche y un par de tostadas. La confianza entre las chicas les hacía no esperarse para desayunar, ni para preguntar dónde estaban las cosas. Se sentó en la mesita de la terraza y dejó que el sol le diera los buenos días.
Que amargo, no le he puesto azúcar ni sacarina. Esto debe ser una señal. Debo ponerme a dieta ya, y la venganza que voy a preparar contra el cretino va a saberle a caramelo amargo. Se va a enterar lo que vale un peine.
Una vez se hubieron despertado todas, Paula se despidió y se marchó a recoger a las niñas.
En un momento estuvo en casa de sus padres. Las niñas jugaban pero se tiraron a su cuello y le regalaron un sinfín de besos y abrazos a su madre.
—Mamá, mamá, ¿lo has pasado bien?
—Claro, hijas, lo he pasado muy bien. Vuestras tías están tan locas como siempre.
—Hija, necesitas salir más. A ver si lo repites pronto. Casi nunca sales con tus amigas, y lo necesitas. Eres joven, guapa y estás soltera.
—Mamá, delante de las niñas no me hables de estos temas. Me da cosa, no quiero que piensen que me falta algo o alguien para ser feliz. Ellas son mi vida, lo único y más importante ahora y siempre.
—Paula, las niñas se harán mayores y no siempre estarán contigo. Tú lo sabes, crecen rápido.
—Mamá, no me agobies, por favor te lo pido. Sé que lo dices porque me adoras y quieres verme bien, pero... Bueno sí, la verdad es que un día de esta semana te pediré que te las vuelvas a quedar si puedes, claro. Tengo una cita con un amigo, no quiero demorarla más, aunque creo que no lo veré después en bastante tiempo.
—Que misteriosa, hija, no sueltas prenda. Claro, cuenta con ello, cuando quieras, tesoro.
—Eres la mejor, mamá, no sé qué haría sin ti.
Pasaron los días y Paula se armó de valor para llevar a cabo su plan de venganza.
Mientras tanto, Jorge no había dejado de pensar en el calor de su cuerpo, en su olor, en cómo ella se había dejado guiar en el sensual baile, pero también en cómo le había ignorado y se había ido al terminar la canción.
—¿Jorge?, ¿o debería llamarte Miguel? Soy Paula, la enfermera del ambulatorio.
—Paula, ¡menuda sorpresa! ¿Cómo tienes mi número? No recuerdo habértelo dado, aunque si me lo hubieras pedido no hubiera dudado ni un segundo en facilitártelo.
—El mundo es un pañuelo y yo conozco mucha gente. El dueño del local del otro día me lo proporcionó sin apenas preguntarme nada más. Nos vio bailar y eso le bastó.
—Pues le debo un favor a Luis, sin duda. Gran tipo, sí señor.
—Te llamo porque esta noche voy a ir a ver el monólogo de David Beta al paseo marítimo y me gustaría tomar una copa contigo. Creo que no fui muy simpática el último día que nos vimos.
—Claro, allí estaré ¿Te paso a buscar?
—No, no te molestes, iré acompañada. Me habían invitado hace tiempo y no puedo cambiar tanto los planes ¿Lo entiendes, verdad?
—Sí, por supuesto. Nos vemos allí. Ya estoy deseando verte y tomar esa copa contigo.
—Hasta luego, Jorge.
—Hasta luego, Paula.