De nuevo llegó el lunes. Otra semana más para tachar en el calendario de la cocina. Paula pensaba en Coral mientras se tomaba su café, el primero del día. Pobre chica, que poco se imaginaba la cara dura de su pareja y padre de su hijo. Tenía que olvidarlo. Por mucho que le atrajera, no era una opción para ella; ni buena, ni mala. Estaba fuera de sus reglas morales.
Terminó de desayunar y, cuando revisó los mensajes en su móvil, encontró uno que la hizo sonreír y sonrojar. Lo volvió a leer de nuevo con mucha atención:
«Hola, Paula, necesito un superfavor. La modelo de hoy me ha dejado más tirado que una colilla y no encuentro a ninguna que esté disponible con tan poco tiempo. Tampoco puedo cancelar el curso monográfico de hoy; viene mucha gente, incluso de fuera de la ciudad. Se trata de una clase muy especial. Está invitado un fotógrafo muy conocido, de mucho prestigio, y los asistentes han pagado mucho dinero para poder inscribirse. Tú tienes un cuerpo precioso. Te prometo que no se verá nada que tú no quieras que se vea. En fotografía no hace falta enseñarlo todo, a veces lo que se intuye dice mucho más ¿Te espero esta tarde en mi estudio? Va, di que sí, por favor. Me salvarías la vida. Besos. Llámame cuando lo leas».
Se sentó en un pequeño taburete de la cocina y, tan concentrada estaba en sus propios pensamientos que, no escuchó que sus pequeñas ya se habían despertado.
—Mamá, buenos días, ¿por qué sonríes?
—Buenos días, guapas mías. Sonrío porque a veces, en la vida, hay que hacer pequeñas locuras.
—No lo entiendo
—Ni yo, mamá.
—Ya lo entenderéis cuando seáis más mayores. Ahora a desayunar, venga, que no quiero que lleguéis tarde al cole.
Les puso el desayuno y, mientras se iba vistiendo, le mandó la respuesta a Víctor, su amigo fotógrafo. Éste le dio algunas indicaciones, como no ponerse sujetador durante las horas previas a la sesión, ni ninguna prenda de ropa que pudiera dejarle marcas en la piel. Paula llevó a las niñas al cole y volvió a casa para ponerse lo más cómoda posible. Además, Paula tenía muchas tareas pendientes después del fin de semana en la montaña. Qué suerte y qué coincidencia que justamente ese lunes se lo había pedido de fiesta.
Pidió a sus padres que fueran a recoger a las niñas al cole y que les dieran de cenar. No sabía a qué hora regresaría a por ellas y no quería estar sufriendo por la hora de finalización de aquella pequeña locura, al menos para ella.
Se duchó, se hidrató, se maquilló suavemente y se puso un vestido y unas sandalias. La ropa era lo de menos; nadie iba a fijarse en eso.
Jorge se levantó muy optimista ese día. Se había planteado muy seriamente conquistar a la enfermera. No iba a rendirse ante el primer desplante de ella. Estaba de tan buen humor que se concedió un capricho. Esa misma mañana iría a hacer la transferencia para ese curso tan caro, pero tan bueno, de salsa en Barcelona. Tenía muchos gastos pero se lo planteó como una inversión en su negocio. Tenía que estar al día.
Paula aparcó un poco lejos del estudio fotográfico, para disgusto suyo. Ir tan ligerita de ropa le incomodaba muchísimo. Bajó del coche y se dispuso a caminar todo lo rápido que le permitiesen sus pies.
Jorge caminaba despreocupado, contento, y decidió meterse a tomar un café en una panadería de la esquina. Se sentó, pidió un café solo, y disfrutó del ir y venir de la gente en la calle. De repente, alguien pasó, por delante del cristal, tan rápido que le costó distinguir quién era.
Dejó el dinero del café sobre la mesa y se marchó ¿A dónde iría Paula a esas horas? La siguió en la distancia hasta el estudio y, cuando ya hubo entrado, se planteó qué hacer. Entró en el local y una chica lo atendió muy amablemente.