El lunes llegó de nuevo, como cada inicio de semana. El día amanecía soleado y caluroso. A Paula le pareció un día ideal, brillante, maravilloso. Se sentía feliz, optimista y, como siempre, le entró el miedo. Se apresuró a vestirse para ir al trabajo.
La mañana era, como la de casi todos los lunes, muy atareada, pero transcurría sin mayor complicación y eso era de agradecer.
—Señor José, quédese aquí que ahora vengo, voy a buscar la maquinita para hacerle la prueba de la coagulación.
—Claro, Paula, tranquila. No te apures, no hay prisa.
—Vuelvo en un minuto.
Paula salió de su consulta, para ir a buscar la máquina en cuestión, pero cuando pasó por al lado del área de atención a la mujer se paró en seco. Al final del pasillo, en la sala de espera, vio a Jorge con una mujer en estado de buena esperanza, bastante avanzada. Estaban cogidos de la mano. Él la miraba con cara dulce, y tierna y ella le devolvía la mirada, sin decir palabra; no hacía falta.
La enfermera contempló la escena atónita. No podía salir de su asombro.
Aprovechando que la pareja no rendía cuentas a su alrededor, Paula se marchó sin decir nada. Para ella, ya estaba todo dicho.
Volvió a su consulta, donde esperaba su paciente, el señor José.
—Niña, ¿te encuentras bien? Estás muy pálida ¿Es que has visto un fantasma?
—Nada, tranquilo, estoy bien. Será que me hace falta un cafecito. Ahora iré a tomar algo, no se preocupe.
—¿Te lo traigo yo ahora cuando terminemos?
—No, de verdad, no se moleste. Ahora me lo tomaré con alguna compañera, muchas gracias.
Despidió a su paciente y se encerró en la consulta para poder serenarse un poco. En ese preciso instante, vibró su teléfono.
«No pasa un minuto del día que no ocupes mis pensamientos, Paula. No sé qué me das, o qué no me das, pero me tienes a tus pies».
«Mira, Jorge, olvídame; no quiero saber más de ti. Estoy muy decepcionada, aunque en el fondo sabía que esto ocurriría. Parece que el destino no tiene nada bueno preparado para mí. Cuanto antes lo asuma, mejor. Sigue tu vida, seguro que estás mucho más ocupado de lo que me cuentas. Hasta nunca y que te vaya bien».
Paula bloqueó a Jorge en un arranque de ira. No le dio opción a explicarse. Tampoco tenía ánimos para saber más. Tenía que olvidarlo y resignarse cuanto antes. Era la mejor opción. Como ya había terminado de visitar pacientes en el centro, pidió permiso a su jefa para ir a hacer una visita domiciliaria. Eso la ayudaría a despejarse un poco; y así lo hizo.
Jorge no salía de su asombro. No entendía qué podía haber pasado.
—Coral, espérame aquí. Vuelvo enseguida. Tengo que hacer algo urgente. Sólo tardaré cinco minutos.
—Jorge, eres muy buen amigo, pero ya te he dicho mil veces que puedo venir perfectamente sola a mis revisiones de control de embarazo. No pasa nada.
—De eso nada, tú no vienes sola. Para algo están los amigos ¿no?
—Amigos como tú hay pocos. Menuda suerte tendrá la chica que logre conquistarte.
—Ay, Coral, la conquista está complicada, pero por la otra parte. Ya te contaré cuando tengas a la criatura, que no quiero provocarte contracciones antes de tiempo.