Cuando se despertó, a la una, tenía el móvil que echaba humo; la mayoría eran de Jorge. Estaba preocupado y un poco enfadado. Sospechaba que había vuelto a casa sin llamarle y eso no era lo que habían acordado la noche de antes. A Paula le hizo gracia su enojo, pero no le contestó aún. No tenía tiempo para eso en ese momento. Dio un salto de la cama, se metió en la ducha, se preparó un bocadillo de pan de molde y, después de engullirlo sin bebida y de pie, se fue pitando hacia el trabajo.
Esa misma tarde dieron el alta a Rocío. No faltaría a la cena de chicas del viernes, claro que no. La cita con sus amigas prometía.
Mientras, Jorge tomaba un café con Mateo después de comer juntos.
—Papá, te veo diferente.
—Pues no sé, no he ido a cortarme el pelo, ni me he puesto bótox. Será que el color moreno me sienta bien, como a todo el mundo.
—No, no es eso, te veo... sonriente, y hacía tiempo que no te veía así.
—Puede ser, hijo, puede ser. La vida a veces te da sorpresas. A mi edad no crees en según qué cosas pero eso no quita que no viva el momento.
—Esa es la actitud, papá, te lo digo siempre: el presente es lo que cuenta, el futuro nunca llega.
—Pues sí, Jorge, hay que vivir el momento. Sin locuras descabelladas y sin pisar a nadie, pero lo dicho, vivir el presente.
—Bueno, algún día espero que me digas quién es la culpable de este cambio de actitud.
—Algún día, hijo, algún día. No olvides que estoy chapado a la antigua en algunos aspectos.
La tarde en el trabajo fue pasando lenta y pesada. Paula no veía el momento de colgarse el bolso e irse para casa a descansar, pero aún le quedaban dos horas para las nueve. El teléfono comenzó a vibrar y lo sacó de su bolsillo para ver quién se comunicaba con ella: era Jorge. Paula se despertó de golpe, un cosquilleo agradable y últimamente habitual se apoderó de ella. Probablemente esas eran las mariposillas de las que algunas personas hablaban, esas que te quitan el hambre, te hacen sonreír, incluso estar más guapa porque, como bien dicen, una sonrisa es el mejor vestido para una mujer.
«Paula, contéstame, no seas mala conmigo. Si he dicho o hecho algo que te haya podido molestar, discúlpame, no era mi intención ni he sido consciente de ello. Háblame, lo necesito».
«Hola, estoy en el trabajo, no puedo hablar mucho ahora. Perdona por no haberte llamado ni contestado a tus mensajes, pero he estado un poco liada. Te debo un favor, muchísimas gracias».
«Uf, que alivio, me tenías preocupado. No me debes ningún favor. Tú lo hubieras hecho igual en mi lugar, aunque.... espera, sí, me debes un helado».
«¿Un helado?»
«Sí, me pones demasiado caliente, no podría tomarme un café, mejor algo fresquito para refrigerar».
«Que bruto eres, no me digas esas cosas».
«Lo siento, lo siento, lo escribí sin procesarlo primero; no te molestes conmigo.»
«OK, olvidaré este último comentario».
«De acuerdo, pero ¿sigue en pie ese helado, o no?»
«Sí, claro, no sea caso que vayas a entrar en combustión, jajaja».
«Ja, muy graciosa, veo que ya le vas cogiendo el gusto a mi juego...»
«Déjate de juegos ni juegos. Es que me ha salido así, sin pensarlo. Lo siento, no ha sido un comentario muy apropiado».
«Pues a mí me parece que sí lo ha sido, porque así es como me pones tan solo con leer tu nombre en la pantalla del móvil».