El Hotel Dorado.

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   Aquel gran edificio de renombre y empresarios adinerados, había tomado posición como uno de los mejores hoteles de huéspedes a nivel nacional. Pero a dos años de su época dorada, la creadora de aquel gran lugar se suicidó y su esposo, comenzó a dirigirlo y aparentemente parecía no tener ningún inconveniente.

Esa noche, el reeloj gigante de la entrada del Hotel Dorado, marcaba las diez de la noche y todos los huéspedes no podían salir hasta las seis de la mañana, ya que en ese período de tiempo, el servicio de limpieza estaría trabajando en el lugar.

Leonardo, esperó que el último hombre que deambulaba por el pasillo ingresara a una habitación, para comenzar su labor.

   El muchacho estaba a cargo de la limpieza de los quince pisos del sector Diamante, pero a causa de la ausencia de un colega, reubicaron a Leonardo al sector de su compañero.

   En la cuarta noche, limpiaba nuevamente su nuevo sector  asignado y a pesar que cumplía con su labor, había algo que inquietaba al muchacho.
Quizás era el extenso pasillo color rojo con puertas negras o las luces blancas que titilaban, o quizá, la razón de su inquietud se debía a la música clásica en el piano, que se empezaba a oír a las tres de la madrugada en punto.

A todas esas acciones, Leonardo se encargó de buscarle una lógica o ignorarlas, aunque le había comentado aquellos eventos a sus otros colegas.

  La séptima madrugada, Leonardo había tomado un descanso y se sentó en uno de los bancos  al final pasillo.

Mientras chequeaba su celular, comenzó a oír la música clásica del piano y el ascensor abrió sus puertas, como una invitación a que suba.

El aparato estaba a unos cuantos metros de Leonardo, y obviamente no podría hacerle ningún daño, pero el muchacho negó con la cabeza inconscientemente y de inmediato el ascensor cerró sus puertas fuertemente y la música cesó.

Esas acciones le parecieron sumamente extrañas, y al terminar su trabajo hablaría con su jefe, para que lo re ubique en un horario diferente o renunciar.

Cuando dieron las seis de la mañana, comenzó a guardar sus artefactos en la sección de conserjes, se dirigió hacia la oficina del jefe del hotel para explicarle su situación, pero antes de llegar, observó a una hermosa mujer pelinegra, de tez morena que llevaba un llamativo vestido azul brillante, de espalda descubierta y cola larga, zapatos negros a juego con el atuendo.
La admiró unos segundos hasta que desapareció por un pasillo y aunque sabía que no existía una razón lógica para seguirla, igual lo hizo.

¿Que debía decirle cuando estuviera frente a ella?

Seguramente, una mujer como ella debía tener dinero y no buscaba ni siquiera una amistad con alguien como él.

Aún perdido en sus pensamientos, llegó a donde estaba la mujer y la vio ingresar al ascensor, el cual se veía diferente. Las paredes eran de terciopelo negro, adornadas con unos estampados dorados en forma de enredaderas y un cuadro antiguo, sobre la pared lateral.

Cómo si fuera un ser enigmático, imitó la acción de la mujer e ingresó al espeluznante aparato, que horas antes le daba temor, olvidándose de las pequeñas y diversas acciones extrañas de aquel pasillo de hotel.

Las puertas metálicas se cerraron y un Leonardo nervioso y admirado, no cesaba de mirar a aquella mujer.

—¿Eres Leonardo? —pronunció ella observándolo fijamente y él se percató que sus pupilas eran de un color rojizo.

Tartamudeó una afirmación vacilante, para luego preguntarle quien era ella.

—¿Sabes lo que tuve que hacer para atraerte? —habló sensualmente acercándose al joven, logrando que se estremeciera, pero Leonardo no respondió. —Había pensado muchas estrategias y tuve que decidirme por una muy básica. Como ves, tuve que convertirme en una mujer atractiva. Ustedes los mortales no aprenden más.

El joven castaño, frunció su ceño ante la confusión y la mujer se alejó sonriendo, comenzando a tararear una melodía, que Leonardo había escuchado por siete noches en su pasillo asignado.

El joven comenzó a preguntarse que era lo que sucedía y observó que el ascensor no marcaba los pisos que estaban bajando.

—Funciona, pero a donde vamos no es un piso registrado en ésta cosa metálica.

—¿De qué estás hablando? ¿Qué sucede?

Quiso alejarse lo más que pudo de aquella mujer, pero mucho no logró, siendo que era un ascensor de espacio reducido.

Luego de unos segundos, el aparato abrió las puertas y mostró un pasillo similar al del Hotel Dorado.
Pero las luces ya no eran blancas ni titilaban, la iluminación era tenue y amarillenta, lo que alguna vez fueron las puertas de las habitaciones, ahora eran barrotes de pequeñas celdas, de las cuales salían diferentes brazos sucios, lastimados y flacos que intentaban tocarlos, mientras ambos caminaban hacia una puerta plateada.

Leonardo quiso aprovechar que la mujer caminaba delante de él para regresar al ascensor, pero al girarse, el aparato ya no estaba más allí y en su lugar había una pared.

—De todos los humanos que he traído, eres el más estúpido.

—¿Es un sueño? ¿Por qué hablas así?

La mujer sonrió y un humo comenzó a surgir debajo de sus pies, cubriéndola por completo.
Cuando se disipó aquella sustancia, el cuerpo de la fémina, tomó una forma para nada agraciada.
Su piel era viscosa y negra, poseía unos pequeños cuernos en sus frente, los dientes sobresalían de sus labios gruesos y de tonos marrones.
Sus brazos poseían una piel fina que mostraba sus venas negras, mientras que sus dedos eran anchos y un tanto alargados. O quizá era el impacto visual que se lograba con las uñas negras afiladas.

—Es un sueño. —pronunció seguro de sus palabras y riendo ante su imaginación absurda.

Abrió la puerta metálica, donde divisó una oficina y una figura igual a la que se convirtió la mujer, pero  poseía un cuerpo más robusto y grande.

—¿Y según mi imaginación que eres?

—No soy al que ustedes llaman Dios, ni tampoco soy el famoso Diablo. Soy alguien superior a ellos, que ni ellos mismos pueden comprender. Mis dominios se extienden más allá del mundo terrenal, de las galaxias que pueden descubrir y de las dimensiones que puedan encontrar. —habló mirándolo fijamente al joven. —El actual jefe que posee en estos momentos el Hotel Dorado, asesinó a su esposa hace ya varios años en una fiesta , y como tú trabajas para él, es como si fueras parte de su crimen. Luego de una cantidad específica de almas, ella podrá volver a su tierra y cobrará venganza, pero previo a ello, debe traerme almas jóvenes para que se sometan a mí eternamente.

En el lugar más recóndito de su mente, Leonardo seguía pensando de que aquello podría ser un sueño o algo similar.
Comenzó a reír y se retiró de aquella oficina, pero al salir al pasillo, nuevamente estaba la mujer que lo condujo al ascensor y personas desfiguradas, sucias y arapientas, mirándolo con desdén.
Entre ellos se encontraba su compañero de trabajo, aquel que se había ausentado de su empleo sin razón aparente.
Se observaron con miradas tristes, aunque Leonardo vio que en aquel colega la mirada era vacía y pudo entender, que aunque fuera una locura aquello era cierto.

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