Fotografía.

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   El matrimonio Benigret no estaba en su mejor momento, llevaban una vida atareada de siglo XXI, a eso se le sumaba el trabajo empresarial, tener que criar con modales, valores y educación a sus gemelos de tres años y mantener el orden y la limpieza en el hogar, además de no cargar con deudas que con el tiempo fueran difícil de pagar.

Veinticuatro horas no era tiempo suficiente para llevar a cabo todas esas tareas y era imposible tener tiempo para uno mismo.

   Los recién casados comenzaron a discutir por ciertas trivialidades y cuando no lo hacían, la tensión en el ambiente era notoria.
Él intentaba que todo fuera como antes y Ella, cada día parecía tener el ceño más fruncido y una expresión de enojo que crecía con cada minuto que transcurría, pero todo eso cambió, cuando el joven esposo, llegó a su hogar con boletos de un crucero en sus manos y un obsequio para su amada esposa.

   Ella al verlo, comenzó a reclamarle que sus deudas crecerían, que no podían darse el lujo de vacacionar en temporada laboral y sin llevar a los niños.

   El esposo, le explicó que los gemelos quedarían con sus padres en la casa de campo y que las deudas no eran un problema, ya que el ahorró mensualmente y cuando tuvo todo el dinero, compró los boletos.

   La mujer, un poco más aliviada y de buen humor, decidió ir a cenar junto a su familia, al restaurante favorito de los cuatro.
Antes de salir de la casa, el joven esposo decidió tomarle una fotografía a su pareja, quien estaba sonriente y eso era extraño.

  Una expresión tan casual y natural, pero parecía que Ella se había olvidado que existía.

  A ambos les había gustado muchísimo aquella fotografía, por lo cuál decidieron revelarla y enmarcarla para recordar siempre aquella velada especial.

La semana transcurrió sin discusiones, aunque el esposo tenía una actitud extraña.
A veces se quedaba varios minutos admirando la fotografía donde su esposa sonreía, y no es que no hubiera otras imágenes de ella, mostrando aquella expresión de felicidad pero a Él, le gustaba esa foto.

Demasiado.

  Ella le restaba importancia a esa acción pero una noche el llevó la imagen enmarcada de la sala de estar, a su mesa de noche.

Quizá sólo quiere tenerme cerca, pensó Ella.

Pero en la madrugada, faltando tan sólo cinco días para el viaje en crucero, él se despertó y comenzó hablarle a la fotografía.

La joven quiso saber que sucedía, pero el masculino respondió un: "Estoy hablando con mi esposa. No interrumpas."

   Ella un poco asustada y desconcertada, volvió a recostarse pero no pudo dormir en toda la noche.

Los días pasaban, el viaje se acercaba pero ella sentía que no deseaba ir, en principio por la actitud obsesiva de su esposo hacia una estúpida foto.

   Primero comenzó hablándole en la noche y le relataba como le fue en el día, luego la llevaba al baño cuando estaba por bañarse y escuchaba que hablaba solo, después la llevaba consigo todo el tiempo.
Al trabajo, en el auto, hacer las compras y aunque suene absurdo pasaba más tiempo con la imagen, que con su esposa e hijos.

   El día del viaje llegó y aunque la mujer de carne y huesos se negaba a ir, él la convenció diciendo que así lo deseaba su otra yo, la fotografía sonriente.

La mujer, al borde de la histeria, decidió enfrentar a su esposo, aclarandole que no era real lo que él decía, que ya no era gracioso fingir ese personaje demente que el hacía.

Ofendido, tomó la maleta, guardó la fotografía y se fue, diciendo que la esperaría en el puerto para viajar.

   La mujer suspirando, llevó a los gemelos a la casa de sus suegros y luego volvió a su hogar para darse una ducha y su desconcierto fue grande, al ver la imagen enmarcada que ea odiaba, sobre el lavamanos del baño y no dentro de la maleta de su pareja.
Para rematar parecía que la miraba fijamente a ella y sonreía con malicia.

   Esa imagen estaba llevando a la destrucción de su matrimonio y en un ataque de enojo e impotencia, tomó el marco de la foto y lo lanzó a la habitación, lejos del baño y se metió a la tina, balbuceando barbaridades a su esposo y su estupidez de pensar que una fotografía era más real que las personas que lo rodeaban.

   Salió del baño envuelta en una toalla y su expresión fue de temor y sorpresa, al ver una persona desconocida en su habitación y con una cámara.

   Cuarenta minutos hacía que el hombre estaba esperando con su maleta y su boleto en el puerto, en menos de quince minutos el crucero se iría y todavía faltaba presentar los papeles para abordar.

Estaba a punto de llamar a su casa, cuando divisó a su esposa bajar de un taxi, con un vestido rojo ceñido al cuerpo, tacones a juego, el pelo recogido en un rodete, una pequeña cartera y dos maletas grandes.

—Llegué a tiempo, ¿verdad? —preguntó sonriendo de la manera que a él le gustaba.

El hombre asintió embobado y una vez que estuvieron arriba del crucero, se dirigieron a uno de los laterales a observar el océano.

El joven le tocó la mejilla a la mujer.

—¿Qué te ha pasado?

Ella le restó importancia con su mano.

—Me caí y me corté con un vidrio, pero es pequeña la herida. No es nada. —respondió dándole un beso afusivo al hombre.

   Luego sacó de su cartera una imagen, era alguien idéntica a ella pero estaba envuelta en una toalla naranja, el pelo mojado pegado a sus hombros, de pie en la habitación y con una mirada cargada de temor.

Juntos la admiraron unos minutos y luego la arrojaron al agua, sabiendo que la madre biológica de los gemelos, no estaría más entre ellos.

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