Silbidos.

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La oscuridad de la noche llegó acompañada de espesas nubes que opacaban las estrellas y presagiaban una gran tormenta.

Las calles estaban sumidas en una tranquilidad y silencio intimidante para el único transeúnte, un joven adulto que luego de observar el cielo determinó que debía apresurar el paso si deseaba llegar a su casa rápidamente.

Los minutos pasaban y la distancia que separaba al joven de su hogar, se acortaba con cada paso pero existía algo incomprensible para él que lograba intimidarlo.

Culpó el lugar donde residía, ya que era un sitio silencioso y un poco alejado de la ciudad, en la cual siempre había algún taxi en las avenidas, personas en bares o ciudadanos caminando.

De pronto, sus oídos captaron un sonido diferente a los que hacían sus zapatos en la vereda.

Era similar a los de un silbido sombrío y tétrico, que logró estremecer al joven ya que el sonido parecía provenir de un lugar no mundano.

Los vellos de su nuca se erizaron, su corazón comenzó a latir con mucha más fuerza y sus pies aumentaron la velocidad de los pasos.

El joven en ningún momento decidió mirar hacia atrás para saber de donde provenía aquel extraño silbido que parecía perseguirlo, pues su casa estaba cerca y trató de convencerse de que era su imaginación la que creaba aquellos extraños silbidos, a causa de su cansancio.

Sin dejar de caminar y con el miedo carcomiendo su sistema, comenzó a buscar la llave en su campera de múltiples bolsillos.

Luego de encontrar aquel objeto, lo sostuvo en su mano y al elevar su vista, observó una sombra, una oscura figura demasiado veloz para ser detectada por el ojo humano, desapareciendo detrás del gran árbol que tenía su vecino.

Su miedo se incrementó al igual que los latidos de su corazón y nuevamente volvió a oír esos particulares silbidos que eran tan suaves, tranquilos y claros cómo tétricos y espeluznantes.

Volvió a repetirse que era su imaginación, que todo estaría bien y buscó calmarse a través de una respiración lenta, pero eso no ayudaba demasiado, así que comenzó a correr los metros que lo separaban de su hogar y cerró la puerta principal tras de sí, respirando profundo, sintiéndose a salvo.

Pero el silbido comenzó a aumentar su volumen gradualmente, y ahora ya no provenía desde el exterior de su casa, sino desde todos los posibles ángulos.

En ese instante el joven comprendió que todo lo que sucedió no fue producto de su imaginación, ni de su mente cansada que le jugaba una mala pasada.

Todo era real.

Salió nuevamente afuera, a la calle, tratando de escapar de esa sombra que lo perseguía y ahora estaba en todo lugar: detrás de los árboles, en el tejado de sus vecinos incluso dentro de las casas mirándolo desde las ventanas.

El muchacho, cansado de correr y siendo presa de el miedo y el horror, tropezó con un pedazo de vereda rota que sobresalía y cayó de rodilla sobre las baldosas.

El silbido seguía siendo de un volumen alto y cada vez más cercano a su persona.

Intentó ponerse de pie pero al alzar la mirada, frente a él estaba esa figura amorfa, oscura casi imperceptible en aquella oscuridad.

Pareció sonreírle y en las cuencas vacías de los ojos, se formaron llamas grandes, pudo percibir lava y creyó que provenían del mismo infierno.

Convencido de que había llegado el momento de su prematura muerte, bajó sus párpados para no ver su final y con paciencia esperó lo peor.

Se despertó sobresaltado y totalmente empapado en su propio sudor.
Se sentó sobre su cama y observó su entorno con recelo y cautela.

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