El asilo abandonado.

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   La noche cubría con su oscuro y estrellado manto La Gran Ciudad y como es de esperarse, siempre hay historias por contar; hoy será la de Luis, un hombre que consigue empleo como cuidador de un asilo que se encontraba descuidado, pero el objetivo era que no ingresaran borrachos o personas de mala vida.

   La estructura del establecimiento era compuesta por tres pisos conectados por escaleras anchas de múltiples escalones; en el sector superior, se encontraba la oficina del director y dos habitaciones más que funcionaban como cocina y enfermería.

A pesar de los años, algunas partes del edificio seguían siendo funcionales, como las luces del tercer piso, por extraño que parezca.

   Era la tercer noche que Luis vigilaba la zona que rodeaba al antiguo asilo, le había llevado más de una hora recorrer el extenso patio decorado con bancas viejas, árboles gigantes mal cuidados y el césped sin cortar, consecuencia del abandono del sitio. 

Al llegar a la entrada principal, el anciano observó una banca de madera vieja en el exterior del lugar, cerca de unos arbustos y decidió tomar asiento, exhausto por la caminata de vigilancia.

Alzó su mirada al cielo nocturno estrellado y pensó en lo infinito que era aquel manto oscuro.

   En ese momento, un ave apareció en las alturas, elevándose de a poco con su majestuoso vuelo y por un instante, aquel anciano deseó ser como aquel pájaro: libre, sin preocupaciones y admiró al animal hasta que sus anhelos, fueron interrumpidos por el chirrido que emitió la puerta principal del establecimiento y casi instantáneamente comenzó a sentir un dolor punzante y localizado en su nuca.

El hombre cerró los ojos un momento, intentando disminuir el dolor, pero era imposible.

   Luego de un período incierto de tiempo, Luis escuchó gritos desgarradores dentro del asilo abandonado.

Al anciano, comenzaron a temblarle las piernas y su corazón palpitaba con demasiada fuerza, amenazando con salirse de su pecho.

Respiró varias veces, intentando calmarse y se puso de pie, encendiendo su linterna.

Quizás fue un instante de valentía y coraje que tuvo, o tal vez la necesidad de ayudar a quién pedía auxilio, lo que provocó que se adentrara con total sigilo al edificio.

   Guiándose por los gritos desesperados, comenzó a subir por las escaleras hasta llegar al tercer nivel, observando en el camino, las paredes llenas dibujos extraños, marcas de fuego y de manos con ¿sangre?.

De pie al final del pasillo, pudo ver que la puerta —que funcionó como oficina del director alguna vez. — estaba cerrada, pero debajo de ella escapaba la luz, que mostraba sombras moviéndose de un lado a otro y los gritos de agonía y auxilio llenaban el silencio de la estancia.

   El corazón de Luis, comenzó a latir con más fuerza que al principio, experimentando varias emociones; apagó la luz de su linterna para no delatarse y se quedó oculto en la oscuridad.

¿Debía llamar a la policía?
Tardarían en llegar por la distancia entre la ciudad y ese lugar aislado del centro.

¿Debía enfrentar a aquellos posibles torturadores?
Pero no tenía con qué defenderse.

   Lo que sabía con seguridad, es que debía ayudar a esas personas.

Se dirigió a la enfermería y encontró una habitación totalmente desordenada, sus paredes parecían tener un color negro impregnado, había sábanas, jeringas y pastillas desparramadas en el piso pero observando, divisó la pata de una camilla fuera de su lugar.

   Pensó que aquello ayudaría y sosteniendo con fuerza el objeto, caminó hasta el pasillo, más no pudo avanzar ya que la puerta de la oficina se abrió, dejando ver alrededor de siete personas con máscaras en sus rostros, llevaban remeras y pantalones grises, manchados de rojo, probablemente era sangre, pero lo curioso era el nombre que tenían sus remeras en la parte trasera.

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