Los Trofeos.

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Descripciones sensibles para el lector.

Queda bajo la responsabilidad de cada individuo, la decisión de seguir con la lectura.

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Estoy en la pasimornia de mi hogar bebiendo un café frente a la chimenea encendida.

Observo sus ladrillos y sonrío, mi décimo quinto trofeo se encuentra colocado ahí.

Me observa con una mirada cargada de pánico, recuerdo que esa fue la última expresión que pudo vivir.

Aunque no lo crean, no me considero un individuo egoísta, pero al ver tan hermosa criatura no pude evitar la tentación que me generó tenerla.
Tenerla no solo bajo mi poder y mi juego, sino su cabeza sobre mi chimenea.

Levanto mi taza de café, en modo de saludo y me sonríe, puedo verlo.

Sus facciones se suavizan y decido dejar a un lado la bebida con cafeína y observarla.

Se muerde el labio inferior y yo comienzo a sentir gusto por aquella acción.

Su boca aclama por ver mi cuerpo, yo asiento y desabrocho mi camisa dejando ver mi torso.
Luego desabrocho mi pantalón y lo bajo hasta mis rodillas para después sentarme en el sillón individual.

Nuestras miradas siguen unidas, puedo observar su pelo rubio llegando a los hombros, su ojo color verde y su maquillaje, tan fino y delicado como aquel día en el cual nos conocimos.

Sin poder evitarlo, mi mano izquierda se dirige al interior de mi pantalón y de mi bóxer; me encuentro con mi miembro erecto y sé que los gritos de mis víctimas y mi mano, son las que lograrán calmarme.

Envuelvo mi miembro con mis dedos y con movimientos rítmicos me dejo llevar.

Su ojo me observa, puedo sentir que disfruta de lo que hago, al igual que yo.

A mi mente llega el recuerdo de cómo suplicaba.

El movimiento se incrementa, el ritmo de mi corazón se acelera y experimento esa sensación de expulsar todo del interior de mis testículos.

Siento que estoy por llegar al éxtasis y...

—¡¡¡Quiero irme!!! Por favor... Te lo ruego...

Escucho su voz, la cual acaba de interrumpir mi fantasía y me hace volver a la realidad de que ella aún no es mi trofeo y yo aún no disfruto de su rostro sobre mi chimenea.

Un suspiro de frustración escapa de mis labios y observo mi cuerpo.

Estoy sentado en una silla de oficina vieja, mi mano sostiene mi pene flacido y hay un mancha de semen sobre el pantalón, a la altura de mi rodilla.

La mesa frente a mí, me muestra varias bandejas de plata con diversos instrumentos para usar con mi víctima, quien se encuentra de espaldas a mí, atada en una silla atornillada al piso y con los ojos vendados.

Me pongo de pie y acomodo mi vestimenta, soy un caballero y respeto a las damas finas como ella.

Tomo varias herramientas  y las guardo en el bolsillo trasero de mi jean; antes de realizar el trabajo voy a entablar una conversación amena con la muchacha.

—La Gran Ciudad tiene tantas historias por contar... —comienzo hablar una vez que estoy frente a ella. —Podría comenzar relatando mi antigua vida o las situaciones que lograron convertirme en quien soy hoy, pero eso sería una pérdida de tiempo y ese es un tesoro muy preciado, aunque poco valorado.

Leyendas urbanas de Argentina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora