CAPÍTULO 1
CONNOR.
Era un día cualquiera en otoño. Me desperté. Lo primero que vi fueron mechones rubios tapándome la vista. Soplé. Volvieron a caer sobre mis ojos. Volví a soplar. Nada. Suspiré y me pasé la mano por la frente, echándome el pelo a un lado. Me senté en mi cama y miré a mi alrededor, intentando vencer a las ganas de dormirme de nuevo. Sobre mis pies se encontraba mi última creación. La agarré con ambas manos y la miré por última vez.
Bah.
Quién iba a comprarlo.
Tiré la espada en la que estaba trabajando a un lado de la habitación y me agarré las rodillas con los brazos, respirando hondo. Suspiré de nuevo y volví a mirar a mi creación. ¿Se ha roto una pieza? A quién le importa. Simplemente, a quién le importa. Tal vez nadie valore mi trabajo. Cogí la espada. Si, se había roto una pieza. La dejé en el escritorio, el cual estaba lleno de papeles con planos de otros experimentos en los que había estado trabajando. Los llamo experimentos porque nunca han salido a la luz. Siempre han sido fallidos. Siempre me he frustrado. Nunca he sacado ningún proyecto. Los únicos que he finalizado me los he guardado para mí. Nunca los he utilizado. Tal vez el mundo no esté preparado para ello.
Connor, a quién quieres engañar.
Tú eres el que no está preparado para que el mundo los vea.
Me pasé una mano por el pelo y bostecé. Me abrí paso entre el desorden que hay en mi habitación para abrir la ventana y ventilar la sala. Después de que el fresco aire me azotase en la cara, pude ver que el pueblo ya había comenzado a vivir. Miré mi reloj. Las nueve. Últimamente estoy durmiendo demasiado. Hice un esfuerzo y me fijé en las personas que había en la plaza. Bob el panadero ya está vendiendo sus pasteles y bollos. Parece que Mary tiene bastantes clientes en la lavandería. Todo parecía seguir su curso. Era tan tranquilo. Sonreí. Me dispuse a irme de mi cuarto cuando les vi.
Dos huracanes cuyos nombres eran Cathleen y Álex fueron hacia el centro de la plaza y empezaron a dar vueltas con la cabeza. Parece que estaban buscando algo. No pude evitar quitarme de la ventana. Álex señaló mi casa. Cath asintió con la cabeza y empezaron a andar hacia aquí.
Qué están haciendo.
Dejé la ventana abierta y salí de mi cuarto como un torbellino. Bajé las escaleras rápidamente y esquive a Rory, el perro que lleva con nosotros desde hace cinco meses. Estaba durmiendo en uno de los escalones. En verdad tengo que buscarle un sitio fijo para que duerma.
Me asomé por el cristal de la puerta. Mi padre ya estaba atendiendo. Cathleen estaba buscando por toda la tienda mientras que Álex hablaba con mi padre. Cuando vi que Cath se llevaba tres paquetes de papeles, supe que algo iba mal.
Álex y Cath son amigos desde hace mucho tiempo. Bastante. Ambos trabajan en una pequeña empresa de noticias, formada por sus padres, los cuales ya se dedicaban al oficio desde hace tiempo. Ellos dos han heredado el trabajo a sus 19 años.
El problema no estaba en el negocio. El problema está en ellos. Está en Cathleen. Está en sus noticias. No ha sido una vez. No han sido dos. Han sido muchas veces. El pueblo se alarma fácilmente con lo que ella escribe. Noticias sin sentido. Alarmistas. Noticias exageradas que se pueden mejorar en un abrir y cerrar de ojos. Todas y cada una de las letras que Cath escribe, acaban en catástrofe.
Me acuerdo de cuándo empezó todo esto. Fue por culpa de una luz encima de un árbol. La verdad, el tema había extrañado a todo el pueblo. Pero todo estaba en eso: un misterio. Un misterio el cual todos ignoraban. Pero Cathleen fue la que empezó a dramatizar, a ponerlo todo en lo peor, a decir que teníamos que apagar esa luz. Que teníamos que descubrir lo que era. Cuando la revolucionaria creó una oleada de personas dispuestas a apagar esa luz, fue cuando el pueblo empezó a querer a Cath. Y fue cuando el pueblo empezó a cogerme rencor.
Fui de las pocas personas que le plantó cara. Dije la solución lógica a todo este alboroto. No iban a poder apagar la luz porque se trataba de un hechizo. Una técnica poco común que solo saben algunos alquimistas de otros países. No se podía apagar porque lo que estaba haciendo ese hechizo, era intentar que ese árbol siguiese viviendo. Tenía una infección interna. Esa luz lo estaba manteniendo con vida. No es que fuese imposible. Es más, esa luz se podía apagar con el hechizo opuesto. Lo malo, es que Álex también es alquimista. Y podía apagar perfectamente esa luz si supiese el hechizo. Lo que provocaría que ese árbol muriese. Y tal vez, solo tal vez, que una cadena de árboles también lo hiciesen, ya que algunos comparten las raíces, gracias a otro hechizo, que consiste en unir sus raíces para que crezcan más fuertes y robustos, haciendo así, más papel. Favoreciendo al negocio de mi padre.
Lo único que le agradezco a Cath, es seguir vivo después de decir mi opinión - que al final se trató de una verdad. - la cual no fue muy respetada por los fieles seguidores de la chica. Recuerdo a una multitud abucheándome e insultándome a corro, tapando el campo de visión en el que yo conseguía ver la cara de Cath. Fue la chica quien pudo tranquilizar a las masas, consiguiendo que me dejasen en paz. Mientras que todos avanzaban, pude verla mirando atrás, mirándome a mí. No pude identificar qué expresión estaba poniendo. Pero Cath no tiene mal corazón. O al menos eso quiero creer. Al menos quiero vivir pensando que me dirigió una mirada apenada.
Y esa es la razón por la cual no saco mis proyectos a la luz. Nadie quiere ver los inventos del chico que llevó la contraria a los adorados Cathleen y Álex, ¿Verdad? Nadie quiere saber nada del chico que se pasa las noches trabajando mientras que, a ella solamente le vale una noticia sin sentido, un rumor falso que se extiende por las calles.
Es simplemente injusto.
- ¿En qué estáis trabajando? - Preguntaba mi padre, otro de sus súbditos.
- No es nada parecido a lo que hemos hecho antes. - Dijo Álex.
- ¿De veras?
- Es una crítica indirecta a la duquesa. - Dijo el alquimista. Me empezó a hervir la sangre. - Ya sabes, Cath no está muy contenta con la protección que da al pueblo. Y yo he visto un par de monstruos acercándose a las fronteras... - Mi padre abrió los ojos. - Ya sabes, puede ocurrir una catástrofe.
Catástrofe.
Catástrofe fue lo que crearon ellos dos cuando Cath se atrevió a escribir la primera palabra en ese dichoso papel. Me hervía la sangre. No podía creer que Álex fuese tan hipócrita de calificar eso como una catástrofe.
Decidí no seguir viendo la escena. Lo último que vi fue a Cath poniendo el papel en el mostrador. Subí de nuevo a mi habitación volviendo a evitar a Rory. Me senté en mi cama, algo molesto por ese comentario.
Joanna la duquesa. Huérfana. Sus padres murieron en un accidente cuando ambos teníamos trece años, convirtiéndose ella en duquesa, y reinando bajo este pueblo. Joanna y yo hemos estado juntos desde pequeños. Somos amigos. Buenos amigos. Joanna es justa y fiel. Ella solo intenta hacerlo bien con el pueblo. Intenta reinar lo mejor que puede. No es fácil convertirte en duquesa de un día para otro y a tan temprana edad. Joanna debería haber tenido un tutor propio para estos asuntos, pero tampoco lo ha tenido. Lo ha hecho todo ella sola. Y es cierto que en algunos temas había bajado el nivel, pero no es motivo para hacer eso. Conociendo a Cath, otra oleada de gente con ganas de revolución se abalanzará sobre Joanna. Suspiré agobiado y me pasé las manos por los ojos. Tenía que impedir eso. Tenía que proteger a Joanna.
Me lo he repetido varias veces a mí mismo. Joanna es mi amiga. Yo soy su amigo. No hay nada más entre nosotros dos. Aunque yo a veces quiera lo contrario. Es algo que no puedo evitar. El año pasado fue cuando empecé a aceptar mis sentimientos, y a fijarme en que Joanna cada vez está mostrándose más cercana a mí. Y tal vez, solo tal vez, sienta lo mismo que yo.
Pero no quiero hacerme ilusiones. Miré a la espada. Después de todo, esa era mi verdadera ocupación.
Escuché que la puerta de la casa se cerraba, y me volví a asomar por la ventana. Llevaban dos paquetes de papel cada uno. Todos les saludaban, y ellos les devolvían los saludos. Tanta popularidad solo significaba que el pueblo confiaba una vez más en ellos. Desvié la mirada para centrarme en el techo blanco de mi habitación.
Los huracanes solo traen problemas.