CAPÍTULO 19LEV
Solo de nuevo.
Ni Álex ni Cath. Ni siquiera Melodio. Aunque no me importaba mucho que no estuviera. No tenía derecho a atacarme así antes. Yo puedo tener mi vida personal. Pero para ella todo son excusas o mentiras. Luego me pregunta por qué me cae mal. Sin embargo, yo a ella tampoco la caigo muy bien que digamos. Pero qué más da. Es Melodio, no Jacob.
Jacob.
Le recuerdo con una amarga sonrisa y me meto las manos en los bolsillos.
Me voy a casa. El curso de arquitectura no era lo que ellos se imaginan. No era de edificios. Mi padre también sabe algo de alquimia. Y tenemos una sección familiar a la que llamamos "Arquitectura alquímica". Y sí, me iba a dar una especie de curso mi propio padre para mejorar en alquimia. A parte de ser un arte que se utiliza para derrotar monstruos y cosas parecidas, también se puede utilizar para la arquitectura, por increíble que parezca. Son dos cosas que me gustan, y están juntas por primera vez. Era inevitable que me gustase. Y de verdad quería dedicarme al "negocio familiar". Porque sentía que sería una gran ayuda.
Entré en casa y cerré la puerta con llave. Mi padre estaba sentado en el salón de la casa. Miré la mesa del salón. No tenía el equipo de alquimia preparado.
- Oh, Lev, ya has llegado. – Dijo. Y me miró por encima de sus gafas. – Pasa, pasa.
- ¿No ibas a darme clases de alquimia? – Pregunté acercándome.
- Sí, era por eso. – Empezó a decir, y me hizo un hueco en el sofá. Me senté a su lado y recosté mis brazos en mis rodillas. – Me temo que la sesión se aplazará unos días.
- ¿Qué? ¿Por qué?
- Porque he perdido todos los materiales. – Comentó mientras se reía. Yo permanecía serio. – Lo siento, hijo.
- ¿Lo siento hijo? ¿En serio, papá? – De repente me sentía muy molesto. – Conmigo todo se aplaza, pero cuando le enseñaste toda la alquimia a Karla todo estaba a tiempo y siempre estaba limpio.
- No tienes que tener celos de tu hermana, son cosas que pasan.
- ¿Celos? – Solté una carcajada. – Lo que quieras papá.
Comencé a alejarme del salón para subir las escaleras de casa. Pero de nuevo, él interrumpe mi paso.
- Quizás puedas hacer algo al respecto.
- ¿Qué?
- Ya sabes, sobre el equipo de alquimia.
- ¿No decías que lo habías perdido todo?
- Sí, por eso quiero encargarte algo. – Dijo, y se levantó cogiendo un papel y un bolígrafo. – Lev, ¿Por qué no vas a ese pueblo que está al oeste? – Silencio. Estaba intentando recordar el nombre. – No me acuerdo de cómo se llamaba. Pero ya sabes, el que es tan famoso en sus productos de alquimia y me compras todos estos materiales. – Dijo, y me entregó la hoja de papel como si hubiese aceptado al instante.
- Ah no. – Respondí de inmediato, e hice una bola con el papel. – No pienso hacer de criado ni de mula.
- Pues nunca aprenderás a controlar la alquimia si no eres valiente.
- Qué tiene que ver el valor en todo esto.
- Tienes miedo. Está claro. Se te nota en la respiración.
- No digas bobadas. – Y avancé un escalón.
- Si supieses de alquimia también notarías las emociones de los demás con solo observar su respiración.
Paré de lleno y me giré para verle la cara.
- No tengo miedo.
- Tal vez sí. Negarlo no te va a servir de nada. Sin embargo, no llego a saber por qué. ¿Tal vez porque tus amigos se han embarcado en una aventura y tienes miedo de que les pase algo? ¿A la soledad? ¿A no verles de nuevo?
- Solo sabes decir chorradas cuando no tienes la razón. La alquimia no puede percibir las emociones de los demás con tanta facilidad. Es magia, no una psicología.
- Nunca lo sabrás si no sabes nada de alquimia. – Cogió la bola de papel, que había tirado antes al suelo. – Y por algo se empieza.
Extendió el brazo con la pelota de papel aún en la mano, intentando sobornarme para ir a comprar de nuevo los materiales. Nadie hizo nada por un momento. Pero no sé si fue cosa de la alquimia que a veces él utiliza sin que ninguno de nosotros se diese cuenta, pero moví mis pies y cogí la bola de papel, abriéndola y aplanándola para que la letra fuese legible. Luego, mi padre me dio unos billetes con los que poder comprar todos los materiales. Me dijo que, si veía algún método de comunicarse con él en el pueblo al que iba, que lo hiciese. Los alquimistas tienen métodos específicos para comunicarse entre ellos a largas distancias... cómo si se leyesen la mente con tan solo recordar su imagen. Eso sí, como yo no era un genio en la alquimia, tendría que apañármelas para encontrar a un buen alquimista entre ellos que pudiese decirle todo a mi padre.
Y ahí me encontraba yo. Con una mochila a punto de embarcarme en mi diminuta aventura hacia el pueblo en el que vendían las piezas de alquimia. Pero no era un viaje de vida o muerte como el de Álex y Cath. Yo sabía que lo compraría, volvería a casa, me daría las clases, y todo sería como antes. Pero la sensación de ilusión no se me quitaba de la cabeza. En verdad tenía la impresión de que iba a ser un héroe durante unos momentos. ¿Habrían tenido esta sensación Cath y Álex?
Porque era alucinante.
Y creo que todo el mundo debería sentirlo al menos una vez, aunque sea para recoger un recado.
Salí del pueblo agarrando las cuerdas de mi mochila.