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CAPÍTULO 28

CALEB.

Me pasé una mano por el pelo y me volví a colocar el sombrero.

- Y eso ha sido todo. – Dije. – Bienvenidos a Mark & Dazz.

Me retiré del escenario tras recibir un par de aplausos de unas personas del fondo. Las demás seguían a lo suyo. Markus me miraba desde la barra mientras limpiaba los vasos de cristal con un paño. Volvió a mirar al vaso y luego me volvió a mirar. Suspiré mientras nuestras miradas se cruzaban. Me dirigí a la puerta, donde estaba el perchero. Cogí mi chaqueta gris y me la eché al hombro. Cerré la puerta del bar intentando no armar mucho escándalo, mirando a Markus y a esos cuatro borregos desde la calle.

- Panda de imbéciles. – Dije cuando me aseguré del todo que la puerta permanecía cerrada y que no podían oírme.

De lo único de lo que me arrepentía, era de trabajar en ese bar. Pero últimamente ninguna de mis armas bioquímicas está teniendo el éxito planeado, así que solo me quedaba dar un espectáculo a un grupo de borrachos, o gente que se quería divertir. No cantaba, ni mucho menos. No valgo para eso. Una de las únicas cosas que se me dan excelentemente bien y que disfruto – eso último es muy importante. – es tocar el piano. Puede que no sea el mejor interpretador de piezas de música clásica, o de peticiones populares. Pero era lo único que amaba en esos momentos, y tenía que aprovechar que Markus estaba buscando a alguien para entretener a la gente que acudía a Mark & Dazz. Ese era el nombre del bar. ¿Quién era Dazz? Un muy buen amigo de la infancia de Markus. Pero se fue por asuntos de negocios al país vecino. Asuntos de negocios que han durado más de meses.

Es decir, que no iba a volver.

Se veía todo tan solitario por la noche, con la única luz de las antiguas farolas que nunca remodelaron desde que éramos niños alumbrando las calles. Me encantaba la noche. Podría desenvolverme en ella a la perfección. Era todo más íntimo. Más especial. Sin embargo, el día me resultaba todo lo contrario. Un lugar público. Donde todo el mundo te podía observar. Ver lo que haces. Y escuchar todo lo que dices. Juzgarte. Excluirte. Y eso da miedo. Supongo que siempre he querido jugar en solitario. Y la única pareja que he querido era a ella.

Quería a Amaelia Layton.

Y era una sensación que no podía describir con palabras, de verdad que no podía. Pero tenía la sensación de que ella era perfecta, aun cuando mis amigos me decían una y otra vez que estaba llena de imperfecciones y que se comportaba de manera inusual con los demás. Pero el caso es que yo no lo veía. Era tan diferente conmigo. Dulce, soñadora, tal vez con demasiadas ganas de vivir al igual que demasiadas ganas de que todo finalizase. Amaelia era la única persona con la que querría que el tiempo se parase para estar con ella. Llevo sintiendo esto durante dos largos años en los que ella no se ha dado cuenta de nada. Y tal vez debería seguir así. En silencio. Esperando a que algún día se diese cuenta. Pero había algo dentro de mí que no podía hacer eso. Yo no era así. Pero tampoco tenía el suficiente valor para hacer lo contrario. Pero siempre me perseguía el miedo de arruinarlo todo. De quererla y de perder todo lo que ya teníamos. Pero en verdad la quiero más de lo que he querido a nadie nunca.

Quién diría que eso no es peligroso.

Mi taller estaba a dos manzanas de Mark & Dazz. Rebusqué la llave en mi ropa y deseé no haberla olvidado dentro del bar, porque no me apetecía volver otra vez. No porque no quiera tocar de nuevo. Si no porque no quería ser recibido otra vez por ellos. Suspiré. Era increíble el cambio que había hecho Jacob. Cuando vino por primera vez no era nada comparado con lo que es ahora. Sí, tenía un pasado. Y ese pasado era tétrico. La muerte de su madre y el acoso de la reina. Dejar atrás a sus amigos, sus cosas queridas, y quién sabe qué más. Pero yo había conocido a un Jacob que daría su vida por proteger a alguien. Y ahora, simplemente, le daba igual. Era un cínico. Un hierático. Tan solo le daba igual hacer o no hacer algo. Se había convertido en la definición de una persona aburrida. No de comportamiento. Si no esa persona que está aburrida de todo. Y es que todo parecía agotarle. Cansarle. Hartarle. Pero siempre se callaba. Y cuando sonreía, era cuando estaba en el bar, con Mark, Roy, y todos ellos. Y a veces pienso que tal vez fue culpa suya que mi amigo sufriese ese cambio repentino, matando su personalidad y volviéndolo uno de ellos.

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