Cinco.

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El veintiocho de octubre sufrí mi primera crisis post Allen (como si no hubiera estado viviendo en una desde que lo perdí). Volví a sentir el desespero, el dolor y el gran sufrimiento que me había generado su partida. Ese día, desperté completamente confiada de leer una de sus cartas por primera vez, y tras hacerlo, regrese de golpe una vez al día de su muerte. Sabiendo nuevamente que lo había perdido para siempre, sin haber podido hacer nada para ayudarlo, sin haber estado ahí una última vez para decirle que todo estaría bien. Una gran culpa me invadió y el pecho me ardió tanto que me asusté al no saber cómo calmar aquel dolor, quise gritar, tan fuerte hasta que realmente ya no sintiera nada, pero no pude. Nada me salía y aun teniendo las lágrimas bajando por mis mejillas me preguntaba ¿Qué hacía llorando de esa forma? Porque algo dentro de mí se negaba a creer que Allen realmente se había ido, y supongo que ese algo era el gran vacío que estaba en mi pecho esperando con ansias ser llenado con algo.

Deseé tanto haber estado ahí en ese momento para abrazarlo cuando su corazón latió por última vez, deseé haber vivido otra historia con él y que esto no hubiera pasado. De la rabia y la impotencia arrugue la hoja lo más que pude, porque el muy maldito jamás dejo ayudarse más de la cuenta, porque todo siempre lo vio como una maldita broma y ahora estas son las malditas consecuencias de sus estúpidos actos.

Intenté arreglarlo, cuando ya me había calmado, pero nada funciono. El papel no volvió a tener esa contextura lisa, y ahí me vi reflejada, en un pedazo de hoja arrugada. Porque quizás sea imposible reparar ese dolor que mi mejor amigo dejó al irse.

Me encerré en mi habitación y no salí durante todo el día. Mamá se desesperó porque no contestaba a sus llamados. Papá me dio un gran regaño cuando lograron abrir la puerta. Se callaron cuando vieron el estado en que me encontraba, y finalmente, se fueron al comprender que no había nada que pudieran hacer para que yo dejara de sufrir.

Nada, a menos que pudieran traerme de regreso a Allen. Y todos sabíamos que no podrían.

El lunes a la noche, cuando yo aún me negaba a salir de mi habitación, y los escuché pelear en el pasillo. No fue mi intención realmente, pero al no querer hacer nada y estar sumida en un gran silencio dentro de mi habitación, eso fue lo único que se escuchó.

— ¡Se va a enfermar! —Reprocho mi mamá.

— ¡Ya no podemos hacer nada! Si esta es su forma de pasar el luto de Allen, pues ¡dejémosla que lo haga! —Me defendió papá.

— ¡No es una forma sana de pasar un luto!

— ¿Y según tu cuál forma lo es? ¡Dime, Marla! Allen no era un simple conocido, y eso ya lo sabes muy bien. Leah solo se está haciendo a la idea de que el chico que la acompañaba siempre ya no está, y esto debe de ser lo más difícil de toda su vida. Ya no podemos obligar a Leah a que salga, que este feliz y se ría a carcajadas cuando realmente no lo siente necesario.

—Está empezando a vivir...

—Y los planes que tenía para ello se vieron todos disueltos a causa de todo lo que paso. A ver... déjala, solo procuremos que coma y se hidrate. No la presionemos porque no vamos a lograr nada con ello, en algún momento se sentirá lista para salir por su cuenta.

— ¿Y si nunca se siente lista? —Papá suspiró y aunque murmuró muy bajo su respuesta, aun pude escuchar lo que dijo.

—Pues entonces ya veremos que hacer...

A partir de ahí me hice esa misma pregunta y trate de responderla: ¿Y si nunca me sentía lo suficientemente lista como para dejar ir a Allen? Me sentía mal de solo pensarlo, porque Allen era la única persona a la que llamaba cuando sentía que mi mundo se estaba viniendo abajo, y viceversa. Estábamos ahí para sostenernos y ayunarnos a caminar, sonriéndonos para darnos las fuerzas para seguir. Desde muy pequeña he estado junto a Allen en cada una de sus recaídas y no estuve en el momento más importante de todos ¿era posible olvidar eso alguna vez?

Dear LeahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora