La cólera de Andreser H. Skyfler.

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   Paso un año, y la familia real solo fue a la textileria 3 veces.
   La tercera vez entraron a la isla con dos elefantes y un león encadenado.

— ¿Para qué demonios exhibir que tienen un león? —Pensó Dante— intimidar al pueblo incrementa su poder, pero no deja de ser un poder barato. Todo es barato y mísero cuando es brindado por un gobierno mediocre.
   Esa tercera vez se llevaron mucha ropa, tanto que el nagapurense Adelbert les dijo a los de la textileria que podían quedarse con los impuestos de ese mes. Al irse, uno de los hijos parecía hacer berrinches a la salida del pueblo:
—Déjame quedarme— Asmodeo era el menor, y también el más arrogante— solo una noche.
—No te puedes quedar, estas personas te pueden pegar enfermedades...
—Madame Lilith, yo podría cuidar del niño. La verdad es que mi cuarto es muy limpio. Yo mismo he traído poco a poco mis muebles y todo es impecable. Yo me encargare de cuidar a su angelito.
—Asmodeo, acompáñame al barco y tu quédate aquí, diplomático de quinta— Lilith tomo a su hijo y lo llevo al barco.
—Toma esta arma hijo, cuando te sientas en peligro, quítale el segurito y disparas. Tu papi y yo ya te hemos enseñado como disparar. Pero solo si estas en peligro.
—Muy bien mami.
   El nagapurense fue de su casa a la casa del presidente, para que le permitiera a Asmodeo quedarse esa noche:
  — Yo me asegurare de que no arme escándalos.
  — ¿Y que se supone que haga con Deya?  
 — Deja a Deya-Ni Raghmund en tu casa y que tu esposa atienda el restaurante.

  —Quizás Lilith quiera infiltrar al mocoso solo para buscar a Deya-Ni.

  — Lo dudo, el niño hizo un berrinche para quedarse, y yo mismo la convenci para que lo dejara. De esta manera podremos establecer buenas relacion, mon président de seigneur.

   —Bien— El presidente escribió en un papiro "atiende el restaurante, debemos esconder a Deya-Ni" y se lo dio a su esposa. 

Cuando el niño regreso, siguiendo la alfombra, fue acogido por el nagapurense. Adelbert le dijo que lo siguiera y que lo dejaria en el restaurante, para que comiera algo.
  — ¿Por qué hueles a loción de mujer? — Replico Asmodeo.
  —No es loción de mujer. Es la esencia de una mujer aprisionada en el cuerpo de un hombre.
   El niño fue llevado al restaurante, solamente a cenar junto con el nagapurense, y después iría dormir para que, mañana en la mañana, un barco pasara por él.
— ¿Qué mierda es esto?
— Aquí les llaman moros con cristianos. Pero en realidad son frijoles con arroz. Comételos, saben deliciosos.
— Está bien—el niño probo la comida e hizo gestos.
—Ahorita vengo, estaré aquí afuerita para fumarme un cigarro— El nagapurense saco una boquilla y coloco el cigarro—Tu no hagas esto, bébé.

 El niño se quedó sentado en la barrita del restaurante, y observo que la que atendía el restaurante estaba de espaldas acomodando los platos y los vasos.

—Oye estúpida, tienes algo de carne. Carne de caballo o algunos mariscos—ella no volteó y siguió en lo suyo.

—Pedazo de mierda, respóndeme, que acaso no sabes quién soy yo— ella se fue a la parte de atrás para tomar un poco de jabón y seguir limpiando los utensilios.
— ¿Por qué me ignoras? Soy un engendrado de Dios—su voz se escuchó por encima del bullicio del restaurante. Todos observaron detenidamente lo que sucedía.

—No me des la espalda—entre dientes, siguió maldiciendo hasta que su enojo lo llevo a sacar la magnum de su madre y disparar a quemarropa.

—Te dije que quería carne estúpida— las personas se levantaron de sus sillas. Lo que antes era bullicio y risas, ahora era silecion acompañado por el ruido sonoro del viento al entrar al recinto. Nadie sabia que pasaba. Estaban tan asustados que solo podian temblar de miedo. Asmodeo tomó a la esposa del presidente del cabello y la arrastró hacia la barra— yo quería carne. 

   El nagapurense apenas se estaba dejando envolver en el humo del tabaco hasta que escuchó el disparo.
    En eso el nagapurense entro corriendo y casi por detrás, el presidente Andreser H. Skyfler y Dante Bencupert.
— ¿Qué hiciste, Asmodeo? — Replico Adelbert.
— Yo le dije que quería carne.
Asmodeo mordía salvajemente la carne de la pierna de Aurora, una y otra vez.
   Dante intento sacar la espada de su paraguas y dió un paso hacia Asmodeo pero Andreser lo detuvo con una mano en el pecho.
  — Yo me encargo— dijo el presidente mientras se dirigia hacia Asmodeo. 
— ¿Por qué me miras a los ojos imbécil, no sabes quie...?— Andreser golpeo a Asmodeo tan brutalmente que incrusto su cara en la pared del restaurante.
— ¿Qué clase de niño eres?
— No soy un niño, ya tengo 26 años.
— Pedazo de mierda—Andreser H. Skyfler le quito el arma y la aventó lejos de donde estaban para luego seguir golpeandolo una y otra vez.
— Sigue asiéndolo— gritó Asmodeo con locura—soy inmortal.
   Andreser lo siguió golpeando, aun cuando los dientes salían volando despavoridamente y los ojos estaban reventados. La sangre empezo a impregnarze en el suelo de arena del restaurante y en cada golpe, esa misma sangre saltaba hacia las paredes dejando jirones, que dejaba la aparencia de una lluvia de gotas carmesí. Primero derecha, luego izquierda. Hasta que alguien noto algo interesante. Asmodeo ya no gritaba. No decía nada.
Todos estaban anonadados, solo observaron la escena de su presidente golpeando a un ángel.
— Maldito— Andreser tomo la cabeza de Asmodeo y la golpeo contra el piso. Andreser no podía dejar de llorar y gritar del coraje. Hasta que sintió la mano de alguien en el hombro.
— Está muerto—Deya-Ni Raghmund, con su kimono dorado, apretó fuertemente el hombro de Andreser— los ángeles caídos, ellos son simples mortales, como tú y como yo. La única diferencia es que nosotros no somos déspotas ni ruines como ellos— Raghmund pego su barbilla a su pecho— tú no eres así, no te dejes llevar. 
—Tú lo sabias.
—Le prometí a mi marido que no diría nada, pero ya está demás decirlo.
   Andreser H. Skyfler se enderezó con las manos y su rostro lleno de sangre. Y se dirigió a su mujer, que se encontraba recostada en la barra del restaurante. Con su pierna masticada y un agujero en la cabeza.
—Perdóname, Aurora—dijo Andreser, mientras lloraba y se acurrucaba en la barra para acostarse con su esposa—perdóname.

La ciudad que nunca cayó. #FDA17Donde viven las historias. Descúbrelo ahora