III.

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Capítulo 7

–Diego –pronunció lentamente mientras temblaba. Su Diego estaba ahí, esperándola, apoyado en la puerta mientras sus ojos celestes refulgían de ira contenida. Se acercó para ponerse a su altura. Ella era casi tan alta como él; sin embargo, tenía un aire intimidante que hizo que quisiera retroceder.

–¿Con quién, Melina? –Diego preguntó entre dientes.

–Yo... no lo conoces –dijo por toda respuesta. Él estaba intentando controlarse. ¿Desde cuándo era posesivo?

–No me vuelvas a hacer esto, Mel –la estrechó en sus brazos y tomó su boca apasionadamente.

No supo bien como sucedió todo, pero se encontraba con Diego amándola en su cama. Como sucedía cada noche que él iba a verla.

–Te amo, Mel –pronunció anhelante, recorriendo todo su cuerpo.

–Una última vez –se prometía internamente Mel mientras se dejaba llevar otra vez. Pero, no importaba sus promesas, nunca era suficiente.


***

Se despertó en la madrugada. Curiosamente, Diego aún dormía a su lado. Acomodándose de lado para mirarlo mejor, empezó a recorrer con su mirada cada una de sus facciones. Era un hombre sumamente guapo, de rasgos suaves como un niño –sonrió– aunque alto, de metro ochenta (afortunadamente porque ella casi sobrepasaba el metro setenta y cuatro), sus ojos eran todo un espectáculo que le encantaba presenciar y él siempre sonreía al verla mirando detenidamente sus preciosos ojos celestes, que ahora, al estar cerrados le daban un aire aún más infantil, que estaba muy lejos de reflejar su verdadera personalidad apasionada, solo esos labios lo delataban, era lo único que denotaba su verdadero "encanto" cuando sonreía seductoramente.

Sí, era uno de esos hombres que atraían por su personalidad y su físico, pero había un gran problema entre ellos: él no podía ser fiel. No entendía el concepto de fidelidad y por lo tanto el respeto brillaba por su ausencia en su "relación" –suspiró, cansada de la situación–.

¿Hasta cuándo seguirían viéndose a escondidas? Siempre –le susurró una vocecita y temió que fuera verdad.

Diego... su obsesión, su fantasía, su amado Diego. Lo llevaba marcado en su piel, en su alma, en su vida. ¿Cómo podía estar tan equivocada? Sabía todo lo que él hacía y a pesar de ello, no lograba darle fin a toda esta situación. Nunca podría, porque él estaba en su mente a cada instante. ¿En qué momento se había enamorado así? ¿Y por qué de alguien que no era precisamente un ángel como aparentaba?

Siguió mirándolo entre enfadada y fascinada. Sus piernas se perdían en medio de las sábanas e impedían una completa visión, pero, su torso estaba descubierto y se podía observar claramente sus músculos perfectamente marcados. ¿Cuántas mujeres ya lo habrían tenido así? Ella sabía que no era la única. En realidad, nunca quiso ser la primera de un hombre... solo la última en su vida. Deseo acariciarlo una vez más, encender el fuego que los había consumido momentos antes y sin poder contenerse más recorrió con un dedo las facciones de Diego y bajo lentamente por su cuello hasta llegar a su torso. Se detuvo y colocó su mano sobre su pecho, como una súplica silenciosa de lo que quería de él. Quería lo que estaba bajo el calor de su mano. Quería ser amada por su esquivo corazón.

–¿No puedes dormir, Mel? –Diego abrió sus ojos perezosamente y sonrió en la penumbra de la habitación.

–No, Diego –Mel le devolvió la sonrisa y retiró su mano.

Una rosa en la noche (Italia #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora