XI.

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Capítulo 31

No sabía cómo pero, de un momento a otro, Mel se vio frente a Diego, tan solo a unos pasos de él. Definitivamente, no le había hecho caso a su instinto que le pedía huir a gritos. No obstante, ahí seguía, mirando anonadada y alternativamente el rostro de uno y otro hombre. Diego, con ira apenas contenida; y Daniel, con fría indiferencia, aunque su mandíbula estaba tensa. Finalmente, Mel pudo pronunciar:

–Daniel, él es Diego... un amigo –completó entre dientes y las miradas de ambos hombres centellearon, una con celos y la otra con satisfacción. Se evaluaron mutuamente y, sorprendentemente, se dieron la mano, aunque con evidente desconfianza y reto intrínseco.

–¿Qué es lo que quieres, Diego? –inquirió y él la miró, dolido.

–Necesitamos hablar.

–¿De qué?

– ¿De verdad quieres que te lo diga frente a este sujeto?

–Él lo sabe, Diego. No hay...

–¿Qué? ¿Estás diciendo que confiaste nuestra historia a este desconocido?

–Oye amigo, basta –Daniel empezó, amenazante.

–No, Daniel. ¡Déjalo! –Mel lo tomó del brazo–. No quiero peleas.

–Vamos a hablar, Melina –indicó Diego, haciendo uso de la poca fuerza de voluntad que le quedaba–. Ahora.

–No tienes que hacerlo –decía Daniel.

–Sí que debe... –explotó Diego–. Y tú no te metas. Tú qué sabes... se enfrentó a Daniel, que lo superaba en estatura con por lo menos diez centímetros.

–Lo suficiente para saber que no eres lo bastante hombre... –respondió Daniel.

–¡Basta! –Mel se interpuso entre ellos–. Esto no es un ring de boxeo y están haciendo un escándalo –respiró hondo, tomando fuerza–. Diego tiene razón, hay cosas que debo resolver con él. Sin embargo, no ahora –concluyó, haciendo que el asomo de sonrisa en Diego desapareciera–. En este momento estoy con Daniel y no quiero...

–Melina, tú eres mi novia –dijo, remarcando posesivo.

–No lo soy, Diego. Yo...

–Como prefieras pero eres mía. Mía y de nadie más.

–No, un momento, yo no te pertenezco –Mel lo pensó mejor–. Cuanto antes, mejor –murmuró y a continuación se dirigió a Daniel– lo más conveniente es que...

–Hables con él, lo sé –Daniel sonrió comprensivo y sin esperar réplica se alejó–. Adiós, Melina –se despidió sin mirarla.

–Daniel, espera... –por poco lo siguió, hasta que sintió una fuerte mano apresándole el brazo.

–Tú no te vas, Melina –Diego sonrió, irónico–. Primero te quedas conmigo antes de ir detrás de ese noviecito tuyo.

–Él no es mi novio. Es un amigo.

–Mejor para ti, Melina. Porque no creo que te acepte tal como eres.

–¿A qué te refieres? –Mel soltó, incrédula–. No, no me lo digas. Primero entremos y ahí hablamos.

Una vez dentro, Mel le hizo una seña a Diego para que se sentara en un sillón. Ella también se sentó y lo miró.

–Ahora sí, explícate –exigió, retomando la plática.

–Mel, tú eres mía. No, no lo niegues. A pesar de todo, siempre vuelves a mi lado. ¿Por qué crees que es eso? ¿Por qué? –Diego sonrió, seguro–. Porque me amas, porque siempre me amaste y no podías alejarte de mi lado –él se incorporó, meditando sus palabras–. Yo te amo, Mel. Sé que no he sido el mejor de los novios y que te he fallado muchas veces. Sin embargo, –se puso sombrío– tenía miedo, Melina. Miedo de amarte demasiado... de enamorarme como un loco de ti y quería evitarlo. No sabía cómo. Al principio pensé que si no tenía una relación seria contigo y alternaba con otras mujeres no perdería mi independencia. Podría controlar mis sentimientos y evitar que se desboquen, pero no fue así. Estaba equivocado.

Una rosa en la noche (Italia #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora