V.

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Capítulo 13

–¿A dónde van? –Diego no creía que Mel se estuviera alejando.

–A la fiesta –Miguel respondió, evidentemente molesto–. ¿Por qué? ¿Algún problema, Diego?

–No, tú puedes irte, pero Mel se queda.

–¿Disculpa? Ella va conmigo.

Mel veía impotente como ambos hombres se enfrentaban. No quería ningún escándalo y finalmente intervino:

–Basta –se interpuso entre ellos–. Yo voy a hacer lo que quiera y ustedes no me lo van a impedir. Regreso a la fiesta –dijo y Miguel tomó a Melina por los hombros en signo de posesión–, pero antes voy a hablar con Diego –finalizó sabiendo que Diego no se quedaría tranquilo.

–Bien, si eso es lo que quieres –Miguel estaba enfadado y se sentía un intruso–. ¡Quédate con él! –concluyó, empujándola contra el cuerpo de Diego.

Melina estaba aturdida y sentía como Diego la tomaba entre sus brazos acercándola más a su duro torso. Sintió como su cuerpo reconocía de inmediato a aquel hombre. A pesar de todo el daño, el amor seguía presente y ella no entendía cómo podía estar ocurriendo todo eso.

–Diego... –su voz estaba vacilante–. Suéltame –pidió. Él aflojó el abrazo y la dejó libre. Se sintió vacía y sola–. ¿Qué quieres? –quería que fuera claro y conciso. No necesitaba rodeos ni falsas promesas.

–Te quiero a ti –respondió con presteza, intentando acercarse.

–Basta de bromas, Diego –ella estaba nerviosa por su cercanía–. Quiero volver a la fiesta... –comentó, distraída.

–Vamos, pero primero debes escucharme –Mel no quería. Inconscientemente sabía que terminaría convenciéndola.

–No hay nada que... –Mel alzó sus ojos y se vio reflejada en la mirada de Diego. ¡Grave error! Estaba hipnotizada y ya no sentía como él acortaba la distancia.

–Yo te quiero a ti –repitió y Mel cerró los ojos con fuerza–. Mel, mírame –tomó con dulzura su rostro–. Yo quiero volver contigo.

–Diego, es imposible... –musitó sin convicción.

–Nada es imposible –pronunció suavemente mientras tomaba su boca en una caricia que ambos ansiaban y que ya no era factible retrasar más.

Mel sintió como las sensaciones aún ahora volvían a recorrerla y hacían que se estremeciera con solo evocarlas. No tenía remedio. Intentaba y fracasaba miserablemente al pretender poner distancia. Tal vez ella misma se saboteaba –pensó y continuó viendo las imágenes frente a sí de aquella noche.

No habían vuelto a la fiesta. Diego la llevó hasta su apartamento y ahí se fundieron en uno solo. Se desnudaron con avidez como si eso calmara su ansiedad por estar juntos. Había sido demasiado tiempo alejados y poco importaba el pasado. Solo estaban conscientes del mundo de emociones que se arremolinaban en su interior. Te amo –había repetido Diego hasta la saciedad–. Te amo, Mel –y esas palabras aún ahora retumbaban en sus oídos, recordándole que estaba condenada a escucharlas como su sentencia de muerte, porque no eran más que una dulce mentira.


***

Sintió como una ráfaga fría le helaba el corazón. Fue a cerrar la ventana de la habitación y empezó a quitarse la ropa. Se metió entre las cobijas, arrebujándose en un vano intento de entrar en calor. No quería hacerlo.

Una rosa en la noche (Italia #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora