VIII.

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Capítulo 22


Mel... esperé tu llamada. Pero surgió algo repentino y no quiero aburrirte con detalles. ¿Estás enfadada? Yo sí, porque aún estoy esperando. ¿Quién te tiene tan ocupada? Realmente... espero estar imaginando cosas. Te amo.


Era la quinta vez que lo escuchaba. No porque no lo hubiera entendido la primera, ni porque con una segunda quisiera identificar la voz. Obviamente sabía quién era, no obstante intentaba encontrarle sentido. Había un algo oculto que se le estaba escapando... ¿quién? Él había preguntado "quién" la tenía tan ocupada, no "que". ¿Sospechaba? ¿Entendía los alcances de aquellas palabras? No quería pelear, de verdad, no quería; pero, eso no se lo iba a permitir. Él la conocía perfectamente ¿o no? Claro que sí, sabía que ella no era así, sin embargo había desconfiado. Debían hablar.

–Diga

–Hola, soy yo... –Mel se vio interrumpida.

–¿Me puede llamar más tarde? –era la voz de Diego–. Estoy en medio de algo importante.

–Claro, pero no te entiendo... –Mel se sintió furiosa porque parecía pensar que la manejaba a su antojo y ¿no que la estaba esperando?–. No importa, nunca lo he hecho. Adiós.

Colgó frustrada y en seguida tuvo una llamada de vuelta.

–¿Sí?

– ¿Cómo estás, Mel? Estuve intentando comunicarme, pero...

–Llamada de mi madre –interrumpió a Dome, decepcionada.

–Te escucho... hummm... extraña. ¿Sucedió algo?

–Nada extraordinario –Mel se sentó, repentinamente cansada– Excepto que encontré varios rostros familiares.

–Como es de suponerse... –se rió Dome y eso alivió a Mel.

–Sin embargo, no te imaginas a quien.

–¿Quién? –preguntó tensamente.

–¡Daniel, claro! –Mel rió pues podía imaginarse la cara de Doménica– ¿el amigo de Edu, recuerdas?

–Sé quién es, Mel. ¡Muy graciosa!

–¿Por qué? ¿Tú de quien pensabas...? –dijo, fingiendo inocencia–. Ah, tú creíste que hablaba de...

–Sí, sí –para que negarlo–. Ahora que quedó claro, ¿qué pasó?

–Nada.

–Melina... –rebatió, en tono de advertencia.

–¿Recuerdas la primera vez que saliste con Sebastien? –Mel no esperó respuesta–. Claro que sí –se auto contestó–. Me dejaste intrigada... toda la noche.

–Pero no es lo mismo –protestó Dome.

–No pude dormir pensando en cómo había sucedido aquel beso. Tú... tan recatada...

–Mel... al grano –Dome no quería volver a evocar esos recuerdos.

–¡Qué no te cuento nada! –soltó riendo de golpe.

–¿Cómo? –Dome gritó–. No te vas a atrever a dejarme así.

–¿Lo apuestas? –Mel no escuchó nada–. Adiós, Dome.

–Pero, no es justo...

–Cuida mucho a Alex.

–No es lo mismo... tú no tienes fecha de retorno.

Una rosa en la noche (Italia #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora