IV.

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Capítulo 10

Era una mentira, por supuesto, dado que Diego había seguido con sus andanzas. Primero lo hacía a escondidas, para evitar que se enterara; sin embargo, poco a poco empezaron a hacerse públicas. Tanto que todos los que se atrevían le decían lo que ocurría a una Mel cegada, mientras otros tantos se limitaban a mirarla con lástima.

Ella sentía que se hundía en un abismo por Diego. Empezó a restarle importancia a su empleo y casi no se concentraba pensando en dónde estaría Diego y con quién. Él la había convertido en una celosa obsesiva y la situación era insostenible. Discutían y se reconciliaban en la cama. Se estaba volviendo una persona taciturna y su carácter alegre cambió notablemente. No, era insoportable.

Fue aún peor fue cuando todos empezaron a entrometerse en su vida, lo único que lograron fue que ella se aferrara más a él. Incluso Doménica había llegado a darle un ultimátum: o lo dejaba o se olvidaba de lo que ella había sido alguna vez, pues esa relación la estaba acabando física y mentalmente. Por primera vez, Melina se había distanciado de Doménica, aislándose aún más del mundo. Diego muchas veces no llegaba a dormir y ella sentía que moría poco a poco.

No recordaba exactamente qué fue lo que la hizo reaccionar. Tal vez empezó a darse cuenta de lo que Diego estaba haciendo cuando asistió a la boda de su hermana Danna. Allí vio, para variar, como él coqueteaba con las invitadas de casi toda edad. Sin embargo, estuvo con él un par de meses más, hasta que decidió alejarse definitivamente de Doménica y del mundo.

Cuando por fin se decidió a dejar a Diego fue porque lo siguió un día. Ver era mucho más efectivo que saber y fue consciente de lo que estaba soportando. Una pesadilla. Se separó de él y alquiló el piso en el que vivía hasta la fecha. Doménica la visitó, inclusive su hermana vino de Italia, solo para asegurarse de que su historia con Diego, era eso... historia.


***

–Mel, ¿Cómo estuvo el viaje? –Danna interrogó mientras la encerraba en un fuerte abrazo–. Parecen siglos desde la última vez que viniste.

–No por gusto, Danna –Mel la besó en la mejilla–. Mis ocupaciones no me dan tregua.

–Yo también trabajo, sin embargo te visito... –al ver el semblante de Mel, cambió–. Sí, sé que es una ventaja que mi esposo sea mi jefe –se sonrieron y caminaron al interior de la casa.

–¿Dónde está Leonardo? –preguntó, curiosa por su ausencia.

–Tuvo una reunión de emergencia –suspiró–. Naturalmente, yo escapé. Debo conversar contigo –replicó, seria.

–Danna, puede esperar, ¿verdad? –Melina sonaba cansada–. Quiero tomar una ducha y realizar un par de llamadas.

–Claro que sí, Mel. ¡Qué mala anfitriona soy! –Danna lucía mortificada–. Mira, tu habitación está lista. Ve y has todo lo que debas.

–¿No te opones? –Mel la miró, extrañada–. El matrimonio te ha sentado bien –volvió a sonreír. Danna hizo una mueca.

–Quiero hablar, Mel. Pero lo mejor será dejarlo para más adelante.

–Por mí está bien, Danny –soltó una risita al ver su cara de fastidio.

–Sé que lo utilizas para molestarme –gritó Danna, cuando Mel se alejaba–; sin embargo, no conseguirás librarte de la charla esta vez.

Melina reprimió una sonrisa al escuchar los gritos de su hermana. No se detuvo, pero recordó a lo que ella se refería. En todas las ocasiones que su hermana había tocado el tema de Diego, ella lo había esquivado hábilmente. Llevaba casi tres años escapando de esa charla. ¿Sería posible que hubiera llegado el momento de hablar? Esperaba que no.

Una rosa en la noche (Italia #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora