Epílogo

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Italia, (nuevamente), 1 año después.

–¿Dónde está Melina? –Daniel preguntó al ama de llaves, quien señaló el cuarto de la pequeña Aurora–. Debí imaginarlo, gracias.

Se encaminó hasta el cuarto de su hija de casi tres meses. Sonrió al ver como Mel estaba sentada con Aurora en el regazo. Lucía tan serena y enfocada en su nuevo papel de mamá. Y no era la única.

–Daniel, ¿qué haces ahí? –Melina elevó, risueña, su cabeza–. No te quedes en la puerta, entra.

–Como usted ordene, señora –bromeó, logrando que ella soltara una risita. Con paso firme, pero con inusual delicadeza, se acercó a besar la frente de la pequeña y a Mel le rozó la mejilla–. ¿Quieres que la cargue yo?

–En un momento –Mel la miró una vez más y sonriendo le extendió la niña a Daniel–. Quiero hacerte una pregunta, desde hace algún tiempo.

–¿Si? –inquirió, absorto en la bebé que tenía en brazos.

–Sí, pero no ahora. Evidentemente, no estas disponible.

–Por supuesto –él confirmó, sin escucharla.

–Aunque te dijera que estoy embarazada otra vez –soltó, irónica

–Tienes razón –ni siquiera la miraba–. ¿Algo más?

–Daniel, no me estás escuchando –se quejó haciendo pucheros. Finalmente él la miró–. Te dije que estaba embarazada y eso...

–Es imposible –comentó Daniel. Mel rió.

–Claro que lo es, pero quería saber que tanta atención me ponías. Por tu expresión, ninguna.

–No te enfadas, ¿cierto? –Daniel hizo aquel gesto que la volvía loca

–No. Puedo aceptar que pongas atención a otra mujer –Mel asintió–. Siempre que sea nuestra hija está bien.

–Sí –confirmó–. Ahora, ¿cuál era tu pregunta?

–¿Por qué tú... –ella se encaminó a mirar por la ventana– confesaste amar a Micaela?

–¿Qué? –¿a qué venía esa pregunta?–. ¿Por qué después de tanto tiempo tú...?

–Es algo que siempre quise saber –soltó, divertida. Él respiró aliviado, al comprender que no era un reproche–. ¿Me mentiste o no?

–Creo que si escojo una de las dos opciones saldré mal parado –se colocó junto a Mel–. Fue una forma de auto convencimiento, supongo.

–¿Auto convencimiento? Pensé que era a mí a quien querías...

–A los dos –aclaró–. Mel, desde que empecé a pasar tiempo contigo yo miré al amor de otra manera. Siempre estuve convencido de que el amor solo era un concepto utópico, propio del inicio de un romance; sin embargo tú, a pesar de lo herida que estabas, creías en el amor. Era impactante ver tu punto de vista tan distinto al mío. Yo era aún más práctico e independiente y Micaela no invadía mi espacio de ninguna forma. Hasta cierto punto eso me complacía. No teníamos nada en común y pensé que ese era algo a favor, ella cumpliría los compromisos que yo tanto odiaba y yo cumpliría con mi deber en los negocios que tanto la disgustaban. Era una unión esperada y conveniente. Estaba tan seguro de eso que el replantearme la situación fue un golpe severo a mi confianza y todo por ti. Por tus pensamientos –él tomó la mano de Mel– y como mi cerebro trataba de controlarlo todo, simplemente trató de convencerme de que era lo correcto, de que si seguía con Micaela era porque la amaba y surgieron las palabras.

Una rosa en la noche (Italia #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora