Christianne

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Al fin de semana siguiente de haber ingerido mi primera dosis de heroína, me encontré con Detlev en la ''Sound''. Se me dejó caer de inmediato: ''Lo has hecho. Me parece que estás totalmente chiflada''. Astrid se había encargado de propagar la noticia.

Le respondí:''Calma., chiquito. Tú estarás enganchado pero yo no me pienso enviciar''.

Detlev no quiso responder. De todos modos, en esos momentos no estaba con crisis de abstención- todavía no había alcanzado el estado de dependencia física- pero ya había empezado a inyectarse con frecuencia. Terminó por decirme que andaba con ganas de comprar un poco de droga pero que andaba corto de plata.

Yo: ''Tú sabrás, chiquito. Ese es problema tuyo.'' Luego le sugerí que juntos consiguiéramos unos marcos. Estuvo de acuerdo pero lo mataba la curiosidad de saber cómo íbamos a solucionar el problema económico. En veinte minutos recolecté veinte marcos. Detlev consiguió bastante menos pero teníamos suficiente para ambos. A esas alturas del partido necesitábamos una dosis mínima para pasarlo bomba. El asunto de la repartija no entró en discusión, estaba tácitamente establecida. Aquella tarde Detlev se inyectó y yo aspiré. Ese fue mi despegue: mis auspiciosas promesas de no volver a aspirar heroína se esfumaron.

Detlev y yo comenzamos a andar juntos de nuevo. Como si nunca nos hubiéramos separado, como si esas semanas en las que nos vimos envueltos en la ''Sound'', cuando nos tratamos como extraños, no hubiesen existido jamás. Ni el ni yo hicimos ningún comentario al respecto. El mundo había vuelto a ser tan hermoso como ese domingo en el que cociné para Detlev y almorzamos después.

En el fondo, estaba contenta de que las cosas hubieran tomado ese rumbo. Si no hubiera insistido en la heroína, nunca más habría vuelto a ver a Detlev. Pensé que en el futuro me convertiría en una toxicómana de wikén. Uno siempre cree que puede cuando se inicia para luego comprobar que los toxicómanos de wikén no existen, que nadie se puede conservar en esa condición. Además, imaginaba que podía salvar a Detlev, que podía impedir que se transformarse en un drogadicto desde la punta de los pies hasta la punta de la cabeza. Me sentía satisfecha haciéndome esas ilusiones.

Es muy posible que mi subconsciente no compartiera aquellas ilusiones. No quería escuchar que me hablasen de la heroína: si alguien se atrevía a hacerlo me ponía de malhumor y le gritaba que desapareciera de mi vista. Como cuando Astrid me empezó a hacer un montón de preguntas después que aspiré heroína la primera vez. Me dediqué a odiar a todas las niñas de mi edad que tenían mi misma pinta. Las tenía súper cachadas . Las que estaban en el metro eran las mismas que iban a la ''Sound'' : mocosas agrandadas que desde los doce o trece años ya consumían hachís, andaban voladas y andaban vestidas en forma súper liberal.

Me repetía a mí misma: ''Esta mocosita va a terminar por inyectarse.'' Yo no era mal intencionada por naturaleza pero esas niñas me sacaban de quicio. Las odiaba, si, las odiaba con toda mi alma. En esa época no me daba cuenta que me estaba empezando a odiar a mi misma.

Después de ingerir heroína durante los fines de semanas sucesivos, dejé de hacerlo durante un período de quince días. No me pasó absolutamente nada, al menos, era lo que imaginaba. Físicamente, no me sentía ni mejor ni peor que cuando comencé a drogarme con heroína. Sin embargo, para los demás... estaba inmersa de nuevo en esa mierda. No sentía agrado por nada, comencé a reñir de nuevo con mi madre. Al cabo de unos días, se iniciarían las vacaciones de Semana Santa. Eso fue en el año 1976.

El primer sábado de aquellas vacaciones me encontraba en la ''Sound'' , sentada en una banqueta al costado de una escalera: Una vez más me pregunté qué era lo que estaba haciendo en ese sitio. Dos chicas descendieron por la escala. Debían tener alrededor de unos doce años pero andaban con sostenes camuflados, maquillaje, intentaban aparentar que tenían dieciséis. Yo también le contaba a todo el mundo- excepto a mis amigos íntimos- que tenía dieciséis años y me maquillaba para verme mayor. Esas dos niñas me cayeron como patada. Pero al mismo tiempo me comenzaron a interesar. Al poco rato, no les podía sacar los ojos de encima.

Christiane F. 13 años, drogada y prostituida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora