Pasé mis primeros cuatro días en casa de mi abuela con síndrome de abstención. Desde quefui capaz de levantarme, me vestía con el uniforme de los toxicómanos: chaqueta de piel, botascon tacones súper altos. Y salía a pasear al bosque con el perro de mi tía.Todas las mañanas era el mismo cuento: me disfrazaba y me maquillaba como si fuera a laEstación del Zoo y después me iba a pasear por el bosque. Mis tacones altos se enterraban enla arena, tropezaba cada diez pasos, y a fuerza de caerme me había llenado de moretones.Pero cuando la abuela me propuso darme unos "zapatos para trajinar" los rechacé horrorizadalasola expresión de "zapatos para caminar" me repugnaba. Me di cuenta, poco a poco, que mi tía recién había cumplido los treinta años, era unapersona con la que se podía hablar. Igual no me atrevía a contarle mis verdaderos problemas.Por lo demás, no estaba muy ávida de conversar ni de pensar. Mi verdadero problema sellamaba "droga" y todo lo que se relacionaba con ésta: Detlev, la Scene, la Kundamm, toparfondo, no estar obligada a pensar, ser libre. Intentaba no pensar mucho, también sin droga. Enrealidad, no pensaba más que en una sola cosa: pronto te mandarás a cambiar .Pero, alcontrario de otras ocasiones, no planifiqué ninguna evasión. Sólo estaba consciente de que Christiane F, drogadicta y prostituta, capítulo IXwww.apocatastasis.com Literatura y contenidos seleccionados 34algún día dejaría el campo. Pero, en el fondo, tampoco lo quería hacer, realmente. Teníademasiado miedo de aquello que durante dos años había conocido como "libertad". Mi tía logró apresarme como si estuviese dentro de una apretada malla de prohibiciones:tenía quince años, pero si por casualidad me daban permiso para salir, tenía que estar deregreso a las nueve y media de la noche. Yo desconocía todo eso a partir de los once años.Aquello me exasperó. Pero, curiosamente, cumplí casi siempre con todas las reglas. Fuimos a realizar compras de Navidad a Hamburgo. Partimos en la mañana temprano. Nosdirigimos a las grandes tiendas. Fue horroroso. Uno tardaba horas en transitar dentro de todoese gentío de pueblerinos miserables que intentaban atrapar algún objeto, y que luegohurgaban en sus suculentas billeteras. Mi abuela, mi tía, mi tío y mi primo estaban en lasección trapos. No encontraron regalos para la tía Edwige, para la tía Ida, Joachim ni para elseñor ni la señora Machinchose. Mi tío buscaba un par de plantillas para el calzado y despuésnos llevó a ver los autos, así podríamos contemplar el coche que deseaba comprarse. Mi abuela era muy pequeñita, se puso a luchar con tanta animosidad en las grandestiendas, que terminó por perderse entre aquellos conglomerados humanos. Tuvimos que partiren su busca. De tanto en tanto, me encontré completamente sola, y por cierto, pensé endesaparecerme de allí. Ya había localizado una Scène en Hamburgo. Me bastaba con salir a lacalle, entablar conversación con uno o dos tipos respecto de la droga y todo continuaría comoantes. Pero no me decidí porque no sabía qué era lo quería, en realidad. Por supuestopensaba:"Miren a todas esas personas: lo único que las hace vibrar es el hecho de comprar ycorrer en medio de las grandes tiendas". Era preferible reventar dentro de un asqueroso WCque convertirme en uno de ellos. Y sinceramente, si en ese instante me hubiera abordado unadicto habría partido. Pero en el fondo no quería irme. Cada vez que me sentía tentada a huir, le suplicaba a lafamilia que me llevara de regreso a casa."Ya no puedo más. Regresemos. Podrán hacer lascompras sin mí". Pero ellos me miraron como si estuviera a punto de volverme loca: para ellos,hacer las compras navideñas era, sin duda, la época más entretenida del año. En la noche, no pudimos encontrar el auto. Corrimos de estacionamiento enestacionamiento, y ni sombra del cacharro. Por mi parte, valoré aquella situación en la queestábamos todos juntos, nos habíamos convertido en una comunidad. Todo el mundo hablabaa la vez, a cada cual se le ocurría una idea diferente, pero teníamos un objetivo en común:encontrar ese detestable cacharro. Se me ocurrió que todo ese cuento era muy divertido y noparaba de reírme, mientras los otros estaban cada vez más desconcertados. Comenzó a hacerfrío. mucho frío, todo el mundo se puso a tiritar menos yo: mi organismo había sufrido cosaspeores.Para colmo, mi tía se fue a instalar delante del calefactor de aire caliente que estaba a laentrada de Karstadt y se negaba a moverse un milímetro de allí. Mi tío se vio obligado aarrastrarla por la fuerza desde su cómodo refugio. Todo el lío acabó cuando encontramos elfamoso auto y el asunto terminó con una risotada general. El viaje de regreso tuvo un ambiente especial. Me sentía bien. Tenía la impresión de serparte de una familia.Me fui adaptando poco a poco. Al menos, lo intentaba. Era difícil.Tenía que poner atención enmi lenguaje. En cada palabra. En cada frase. Cuando se me escapaba algún "mierda", miabuela me reprendía de inmediato: "Una palabra tan perversa en una boca tan hermosa".Como aquella frase me enervaba, me daban ganas de discutir, pero después me mordía loslabios y me tragaba la rabia. El día de Navidad se hizo presente. Mi primera Nochebuena en familia, bajo un alerodespués de un par de años: los dos años anteriores había pasado la Navidad en la Scene. Nosabía si estar si o no contenta. Decidí, en todo caso, hacer un esfuerzo por no aparentarlo, almenos, en el momento de los regalos. Pero luego no tuve que hacer ningún esfuerzo, ellosrealmente me habían logrado complacer. Nunca me habían regalado tantas cosas para laNavidad. Por un momento, me sorprendí haciendo un cálculo de cuánto habría costado todoaquello y cuántas dosis de heroína representaban...Mi padre vino a pasar la Navidad con nosotros. Como siempre, llegó retrasado. El 25 y 26 porla noche me llevó a una discoteca local. Las dos veces me tragué entre seis y siete Coca-Colascon Ron, después de lo cual me quedé dormida encima de la banqueta del bar. Mi padreestaba satisfecho de verme beber alcohol. Me decía a mí misma que terminaría por adaptarmea ese ambiente, a esos jóvenes provincianos y a la música disco.Al día siguiente, mi padre regresó a Berlín: había un partido de jockey sobre hielo que no podíaperderse. Esa era su nueva pasión. Christiane F, drogadicta y prostituta, capítulo IXwww.apocatastasis.com Literatura y contenidos seleccionados 35 Después de las fiestas navideñas, regresé a mis estudios. Entré al cuarto grado. Aquello meatemorizaba: no había prácticamente nada durante los tres últimos años, y durante el últimocurso, para colmo, me había ausentado en demasiadas ocasiones- por enfermedad, pordesintoxicación o porque me desaparecía simplemente de las clases. Sin embargo, la nuevaescuela me gustó a partir del primer día. Aquella mañana nos tocó hacer un dibujo grande,debía cubrir todo el muro de una sala de clases. Me incorporaron de inmediato para queparticipase en aquel trabajo colectivo. Dibujamos casas, bellas casas antiguas. Exactamentecomo aquellas en las que yo soñaba vivir algún día. Poblamos las calles con personassonrientes y también añadimos un camello atado a una palmera. El trabajo quedó genial.Escribimos debajo: "Bajo la acera, una playa". De repente recordé que había visto un cuadrocasi idéntico. Estaba en el Club de los Jóvenes pero la leyenda que se leía debajo decía:" Sinlágrimas y sin dolor, coge el martillo y la hoz". Al parecer, en el Club era la política la queimponía el tono del lugar...Pude constatar rápidamente que los jóvenes rurales, lo mismo que los muchachos del pueblovecino del nuestro, no parecían muy contentos. En apariencia, había grandes diferencias en elcomportamiento con los jóvenes de Berlín. De hecho, causaban mucho menos alboroto enclases. La mayoría de los profesores tenían autoridad sobre los alumnos. Los jóvenes deprovincia, a su vez, solían vestir de manera bastante tradicional. Yo tenía algunas lagunas mentales pero quería triunfar, a pesar de todo: al menos, obtenermi licencia secundaria. Por primera vez, desde la primaria, hacía mis deberes. Al cabo de tressemanas, comencé a sentirme cada vez más y más integrada en el curso: me dije que por finhabía logrado superar la etapa más difícil. Un día estábamos, en plena clases de cocina- me citaron a la oficina del Director. Estabasentado en su escritorio y hojeaba nerviosamente un expediente. Comprobé que era el mío.Había llegado recién de Berlín. Sabía también que mi expediente no disimulaba ninguna de misactividades extra-escolares. La Ayuda a la Infancia lo había informado a la Dirección de laEscuela. El Señor Director tosió durante algunos instantes, después me anunció con mucho dolorde su parte, que no me podían conservar en su establecimiento. Yo no tenía las condicionesexigidas para la educación secundaria. Debí creer que mi expediente lo había traumatizado detal forma, que ni siquiera había esperado a que terminara la clase para despedirme.No dije nada. Era incapaz de pronunciar una palabra. No quería tenerme más de una horadentro del establecimiento. A partir de la próxima Inter-Clase debía dirigirme al director delCurso Complementario. Obedecí como una autómata. Una vez en la oficina del Director delCurso Complementario me desbordé en una crisis de llanto. El me dijo que el asunto no era tangrave. Que tenía que trabajar a fondo en el Curso Complementario, que lo más importante eratrabajar bien y obtener un diploma.Cuando me encontré afuera intenté hacer un balance: era algo que no hacía desde hacíamucho tiempo. Ya no sentía compasión de mí misma. Tenía que pagar los platos rotos. Medaba muy bien cuenta de ello. De repente, me percaté que todos mis sueños de hacer unanueva vida cuando me hubiera liberado de la droga, eran una estupidez. Los otros no me veíantal como era hoy en día pero me juzgaban por mi pasado. T Descubrí también que era imposible cambiar de piel, transformarme en otra Christianne de undía para el otro. Mi cuerpo y mi espíritu no dejaban de recordarme el pasado. Mi hígadodestrozado se hacía presente de vez en cuando por lo que lo había sufrir. La vida con mi tía, adiario, no era muy entretenida. Me encolerizaba por un si o por un no; me enojaba todo eltiempo. Me enfermaba ante el menor síntoma de stress. Todo acto precipitado me resultabainsoportable. Y cuando estaba profundamente deprimida, me decía que un buen pinchazoacabaría con todo aquello. Después de mi despido del C.E.S., había perdido toda la confianza en mi éxito escolar. Nome atrevía a volver a intentarlo. Una vez más, se había deteriorado mi autoestima. Meexpulsaron y no había tenido derecho a defenderme. Por lo tanto, ese Director no podía saber,ciertamente, si iba a poder proseguir mis estudios al cabo de tres semanas. No hice másproyectos para el futuro. Bueno, podía ingresar a una Escuela Polivalente- había una o dos enlos alrededores; sólo debía tomar un autobús y probar allí la calidad de mi materia gris. Perotenía demasiado miedo de fracasar de nuevo. Comprendí poco a poco- me tomó un tiempo- lo que significaba aquello de "descender alcurso complementario". Al comienzo, iba al club de las liceanas. Después de mi retiro de laC.E.S. tuve la impresión de ser mirada con extrañeza. Entonces comencé a ir al del nuevocurso. Christiane F, drogadicta y prostituta, capítulo IXwww.apocatastasis.com Literatura y contenidos seleccionados 36Para mí se trataba de una experiencia completamente nueva. En Berlín no existía esa tipo desegregación. Ni en la Escuela Polivalente, ni con mayor razón, entre los drogadictos. Aquí lacosa comenzaba en el momento de salir a recreo: los grupos se dividían en dos mediante unagran franja blanca. Estaba prohibido franquearla. Por una parte estaban los alumnos del C.E.S. y por el otro, los del curso complementario. Siquería conversar con mis antiguos condiscípulos, debíamos mantenernos a un lado y al otro dela franja. Separaban también cuidadosamente a los jóvenes que tenían un futuro prometedorde aquellos que habían sido calificados como ciudadanos desechables- a nosotros, los delcurso complementario. Así era entonces la sociedad a la que me pedían adaptarme. "Adaptarme" era el términofavorito de mi abuela. Después de mi retiro de la C.E.S., ella me aconsejaba que evitara a loscompañeros del curso complementario fuera de las horas de clases. Decía que debíaseleccionar a mis amistades entre los liceanos y los colegiales. Yo le respondí:" Seríaconveniente que entres en razón: tu nietecita está en un Curso Complementario. Me adapto,por lo tanto, me haré amiga de mis compañeros de clase". Esa respuesta mía le daba tiritones. Mi primera reacción fue desinteresarme completamente de mis deberes escolares. Pero medi cuenta que el profesor principal era un tipo muy especial. Era de cierta edad, con ideastotalmente "retro", un auténtico "facho". También me dio la impresión de que no se había desnazificadoen un ciento por ciento. Pero tenía autoridad, sabía hacerse respetar sin vociferar.Cuando entraba a clase, todo el mundo se ponía de pié. Espontáneamente. Era con el únicoque lo hacíamos. Jamás daba la impresión de estar estresado y se ocupaba individualmente decada uno de nosotros. De mí también. Seguramente muchos de nuestros jóvenes profesores eran súper idealistas. Sólo que ellosestaban sobrepasados por su trabajo. No estaban mejor preparados que nosotros, losalumnos, para un montón de cuentos. En numerosas ocasiones, se armaba la debacle,empezaban los gritos...pero sobretodo, no tenían respuestas claras a los problemas que nosinquietaban. Siempre salían con un "si "condicional o un "pero" - y se sentían abochornadosdelante nuestro por no poder responder apropiadamente. Nuestro profesor principal no permitía que nos hiciéramos muchas ilusiones al egresar delCurso Complementario. No disimuló la realidad de que nuestro futuro sería difícil. Sin embargo,nos hizo saber que en determinadas materias estaríamos mejor preparados que los liceanos.Por ejemplo, en ortografía. Los bachilleres desconocían la correcta ortografía. El hecho desaber redactar correctamente y sin errores una solicitud de empleo nos brindaría una ventajacomparativa. Intentó que aprendiéramos a comportarnos delante de las personas que se creíansuperiores. Y siempre tenía algún proverbio que citar. Generalmente del siglo pasado. A vecesnos reíamos de ellos- por otra parte -la mayoría de los alumnos lo hacía- pero yo considerabaque cada uno de ellos contenía un grano de veracidad. No compartí siempre las opiniones deaquel profesor pero era lejos el que más me gustaba. Lo que más parecía agradarme de él eraque daba la impresión de que distinguía el negro del blanco. La gran mayoría de miscompañeros lo consideraban demasiado exigente. Los enervaba ese cuento de que siempreestaba intentando moralizar. En líneas generales, mis compañeros no estaban interesados ennada. Algunos se daban la molestia de estudiar para obtener su Licenciatura: sospechaban queles iba a abrir las puertas del mundo laboral. Realizaban sus deberes en forma puntual ysigilosa pero no hacían ningún esfuerzo por aprender o investigar algo fuera de lo exigido. Nose les pasaba por la mente leer un buen libro o interesarse en alguna disciplina de estudiosextra-escolares. Cuando, por ventura, el profesor jefe intentaba fomentar algún tema paradiscutirlo en clases, no conseguía escuchar más que risitas estúpidas entre dientes. Miscompañeros no tenían proyectos para el futuro como yo. Por otra parte ¿cómo podría unalumno de un Curso Complementario tener proyectos? Si al egresar tenía la suerte deencontrar una vacante como obrero, estaría obligado a tomarla, le gustase o no. Muchos, en realidad, se burlaban de todo lo que estuviera relacionado con el desempeñoprofesional. Razonaban de la siguiente manera: ¿Para qué vamos a preocuparnos si en estepaís nadie se muere de hambre? No tenemos ninguna posibilidad al egresar del CursoComplementario. Entonces ¿Para qué nos vamos a preocupar?"Algunos de estos muchachos se perfilaban como los futuros gangsters y otros ya habíanempezado a beber. Respecto de las chicas, ellas no se quebraban la cabeza. En algúnmomento se encontrarían con el hombre que se preocuparía de satisfacer todas susnecesidades. Mientras esperaban, podían trabajar como dependientas en una tienda o comoobreras de una fábrica. Necesitaban trabajar encadenadas- o también permanecer rezagadasen sus casas. Christiane F, drogadicta y prostituta, capítulo IXwww.apocatastasis.com Literatura y contenidos seleccionados 37 Todo el mundo no era de esa onda pero así era, en general, el ambiente general de laescuela: sin ilusiones y sobretodo, sin ideales. Yo estaba desmoralizada porque no era de esemodo cómo había imaginado mi vida después de abandonar la droga. Me preguntaba a menudo porqué los jóvenes se sentían tan desmotivados. Ya nada lesprovocaba placer. Una moto a los dieciséis, un cacharro a los dieciocho... Cuando no llegabana poseerlos, se sentían miserables. Incluso yo, que era de naturaleza soñadora, me visualizabaevidentemente en un futuro cercano, con un departamento y un auto. Era penca reventarsecomo mi madre por una vivienda o por un nuevo juego de living. Eso fue bueno para la generación de nuestros padres, con sus teorías pasadas de moda.Para mí- y creo que para muchos como yo- esos cuentos materialistas, ese pequeño confort,era lo "minimum vitale". Necesitábamos algo más, algo que le diera sentido a nuestra vida. Yaquello no se vislumbraba por ninguna parte. Pero un cierto número de jóvenes- entre loscuales me contaba- estaban buscando aquello que podía darle sentido a nuestras vidas. Experimenté sentimientos muy ambivalentes cuando debatimos acerca del significado delmovimiento nacional socialista en clases. Por una parte, me sentí profundamente asqueada portodas esas atrocidades- de sólo pensar que existieron seres humanos capaces de eso... peropor otro lado, pensé que antes todavía existían cosas en las que los seres humanos creían. Undía me descubría a mí misma diciendo en plena clase lo siguiente: "Desde un cierto punto devista, me habría gustado mucho haber vivido en el período del Nazismo. Al menos, los jóvenessabían en lo que estaban, tenían ideales. Creo que más vale que un joven se sientadesengañado por un ideal que no haber contado con ninguno en su vida". No hablécompletamente en serio, pero había algo de mi verdad en lo quería expresar. Los jóvenes de provincia, por su parte, se lanzaban en todo tipo de aventuras debido a lainsatisfacción que sentían ante una sociedad imaginada y recreada por los adultos. Nuestropequeño pueblo no estaba resguardado de la violencia: ésta había descubierto un sitio paraocultarse. El movimiento "punk" (llegó con dos años de retraso respecto de Berlín) logróconquistar adeptos de ambos sexos. Siempre me atemoricé al ver a aquellos individuos- queno eran tarados en lo absoluto- considerar a los "punks" algo extraordinario, cuando en elfondo eran símbolo de un gran brutalidad. También su música carecía de inventiva: aquello noera nada más que un puro Bum-Bum... Tuve un compañero que se hizo "punk". Hasta el día en que se largó a pasear con un alfilerde gancho en la mejilla y una culebra en el bolsillo, era un tipo interesante para conversar.Tiempo después se armó una tremenda trifulca en el bar del pueblo, le quebraron dos sillassobre la cabeza y después le abrieron el estómago con una botella. En el hospital le lograronsalvar la vida por un pelo... Para mí, lo más lamentable era la rudeza que utilizaban los jóvenes para relacionarse entreellos. Nos habían contado un montón de estupideces acerca de la emancipación y de laliberación femenina. Por mi lado, jamás imaginé que los muchachos trataran a las chicas contanta brutalidad. Se diría que les afloraba toda la agresividad contenida. Sedientos de poder yde éxito la descargaban con mujeres vulgares al no poder hacerlo con sus correspondientespares. La mayoría de esos gañanes frecuentaban las discotecas del pueblo y me inspiraban unverdadero terror. Quizás porque me veía diferente de las otras chicas, andaban siempre a lasiga mía. Aquellos silbidos acompañados de "Y entonces, mi vieja ¿Vamos a dar un paseo?".Me repugnaban más que los dimes y diretes de la Kurfurstenstrasse. Los clientes, al menos,hacían señas desde los volantes de sus autos y nos regalaban una sonrisa. Pero los pichonesdel pueblo ni siquiera se daban esa molestia. Estoy segura que mis clientes fueron másamables y tiernos de lo que eran esos mocosos de mala clase con sus pololitas. Llegaban y tebesaban sin decir una palabra. Tampoco se les ocurría hacerte un gesto cariñoso. Actuabansin la menor ternura- y no se les pasaba por la mente pagarte por ello. Todo ese asunto me llegó a desagradar a tal punto que no soportaba que un muchachome pusiera una mano encima. Todos esos cuentos de atracar con los muchachos del pueblome reventaban. ¿Porqué un tipo que salía contigo por segunda vez tenía derecho amanosearte? Y las chicas se dejaban hacer así no tuvieran la menor gana de que las tocaran.Lo aceptaban como parte de las reglas del juego. Y si una se sentía atemorizada y lorechazaba, el tipo contaba a diestra y siniestra que esa pequeña era una "maldita frígida". Yo no me conducía como las demás. Lo mismo ocurría cuando me gustaba mucho algúnmuchacho y quería salir con él. Ponía de inmediato las reglas del juego: "No intentes tocarme.Si debiera ocurrir algo entre nosotros, seré yo la que tome la iniciativa". Pero en honor a laverdad, después de permanecer seis meses en el pueblo, nunca volví a acostarme con un Christiane F, drogadicta y prostituta, capítulo IXwww.apocatastasis.com Literatura y contenidos seleccionados 38hombre. Y terminaba todas mis relaciones cuando me daba cuenta que mi pololo se queríaacostar. Eso también era parte de la cuenta que había que saldar por mi pasado. Yo había pensadode buena fe que la prostitución iba a tener un efecto secundario en mi vida, que había sidoparte de ser toxicómana. Pero afectó mis relaciones con los muchachos. Pensaba que mequerían explotar una vez más. Intenté sacarle provecho a mi experiencia con los varones. Ayudaría a mis compañeras declases sin decirles cómo había adquirido esa experiencia. Y mi mensaje fue entendidoperfectamente. Me convertí en una especie de "Correo del Corazón" a quién todas las chicasvenían a solicitarle consejos- ellas notaban que era más experimentada. Lo que no podíahacerles comprender era porqué debían comportarse de tal o cual manera. La mayoría de las chicas no vivían más que para los muchachos y aceptaban pasivamentesu crueldad e insensibilidad. Si un tipo plantaba a su polola y se iba con otra, no criticaban altipo pero si a la nueva pololita. Entonces ella era la puta, la desgraciada, la no sé cuánto... Ylos fulanos más brutales eran los más admirados. Todo aquello no lo había logrado comprender plenamente hasta que tuve la granoportunidad de viajar con mi curso al Palatino. Estábamos alojadas cerca de una discoteca, yla mayoría de las niñas querían ir allí a partir de la primera noche. Cuando regresaron nohacían otra cosa que hablar de unos tipos sensacionales con unos tremendos aparatos: sereferían los muchachos de la localidad. Para ellas, los palatinos eran unos verdaderos dioses. Fui a darle una mirada a la famosa discoteca. Lo que allí sucedía era fácil de explicar. Lostipos de los alrededores acudían allí con sus motos o con sus autos para enganchar a laschicas que venían en viaje de estudios.Me esforcé en hacerles comprender a las muchachas de mi curso que esos tipos sólo queríanexplotarlas. ¡Qué pérdida de tiempo! Al menos una hora antes de que abrieran la discoteca,estaban todas esas mocosas sentadas frente a sus espejos para maquillarse y ponersecachirulos. Después, no se atrevían ni a moverse por temor a despeinarse.Delante de esos espejos perdían su identidad. Ellas sólo representaban máscaras encargadasde complacer a esos montadores de hembras. Me quedé enferma de ver todo aquello. Hastahacía un tiempo atrás, yo también me maquillaba y me disfrazaba para agradar a esosinfelices: primero, a los fumadores de hachís, después a los drogadictos. También me habíadespojado de mi personalidad para transformarme en una toxicómana.Durante todo el viaje no hubo otro tema aparte de aquel relacionado con esos despreciablesfulanos. Sin embargo, la mayoría tenía a un cornudo esperándola en casa. Elke, mi compañerade cuarto, había pasado toda la primera noche escribiéndole a su pololo. Al día siguiente fue ala disco, después comenzó a estar más y más deprimida. Me contó que un tipo la habíamanoseado. Pienso que aquello le sucedió porque quería demostrarles a las demás que habíasido capaz de que uno de esos tipos increíbles se interesara en ella. Atormentada por losremordimientos, lloraba como una Magdalena. Para colmo, el tipo le había preguntado a otracompañera de nuestro curso si era fácil acostarse con una chica y señaló a Rosie. Eso fue unacatástrofe. Un profesor la descubrió besándose dentro de un coche. La pobre desgraciadaestaba completamente ebria, el tipo la había hecho ingerir una tremenda cantidad de CocaColacon ron, una detrás de la otra. Rosie era virgen y ahora estaba sumida en plenadepresión. Las otras chicas convocaron a una asamblea general para resolver qué haríamoscon ella: el retorno a su hogar fue solicitado por unanimidad. A nadie le importó un pepinocensurar al tipo que la obligó a embriagarse y que casi, poco más o menos, la violó. Yo fui laúnica que votó en contra. Por todo lo que ella señaló que habían visto y escuchado en ladiscoteca, los profesores tomaron la decisión de prohibirnos el ingreso a ese lugar.Esa falta de solidaridad entre nosotras, las mujeres, me desagradó. Desde que comenzó elasunto de los muchachos, los lazos de amistad pasaron a segundo término. Tal como ocurríaentre Babsi, Stella y yo cuando se trataba de heroína. Aún cuando aquella historia no me concernía directamente, me dejó un gusto amargo en laboca. Durante los dos últimos días sufrí una inmensa recaída. La voladura no se me pasóhasta que regresamos a casa.A pesar de todo, había pensado arreglármelas para adaptarme al mundo tal como era. Habíadejado de pensar en escapar. Sabía que si lo hacía, me refugiaría de nuevo en las drogas.Todo aquello lo mantenía en secreto y cada vez tenía más en claro que la adicción no era unasolución. Me decía que tenía que existir algún modo de sobrevivir en esta sociedad corruptapara luego poder adaptarme a ésta. Había logrado encontrar un apoyo: un amigo que mebrindaría mucha seguridad. Christiane F, drogadicta y prostituta, capítulo IXwww.apocatastasis.com Literatura y contenidos seleccionados 39 Con él se podía conversar de todo ya que siempre sabía ubicar las cosas en el lugar preciso.Tenía capacidad para soñar pero también sabía hallar soluciones prácticas en todas lascircunstancias. El también pensaba que algo estaba podrido pero estimaba que así como en lasociedad existían fuerzas del Mal también existían fuerzas del Bien. Quería dedicarse alcomercio, ganar mucho dinero. Después se compraría una cabaña con troncos de madera enCanadá, en pleno bosque, y viviría allí el resto de su vida. Detlev también había soñado conCanadá. Mi pololo era liceano y me enseñó a tomarle el gusto a mis estudios. Me di cuenta de queel Curso Complementario me podía aportar bastante a condición de que trabajara para mí y nopara la Libreta de Notas. Me puse a leer cantidades de libros. No importaba qué...El "Werther" del Goethe, las obras del autor de Alemania Oriental, Plenzorf, las obras deHermann Hesse, y sobretodo, los de Erich Frohmm."El arte de amar" se convirtió en mi Biblia. Me aprendí páginas enteras de memoria, a fuerza dereleerlas. También copié algunos pasajes para tenerlos a mano en mi velador. Ese Frohmm eraun tipo fantástico, un espíritu realmente penetrador. Si se hubieran puesto en práctica susideas, la vida debería tener algún sentido. Había dado en el clavo. Pero resultaba terriblementedifícil observar esas reglas porque los demás las desconocían. Me gustaría preguntarle a ErichFrohmm cómo se las arreglaba para vivir de acuerdo a sus principios en un mundo como elnuestro. Yo había constatado que si uno desea valerse de sus principios para enfrentar larealidad, la respuesta no era siempre positiva.Ya sea por lo que representa y por su contenido ese libro debería ser obligatorio en todas lasescuelas. Al menos, esa era mi opinión. Pero no me atrevía tampoco a hablar acerca de ellocon mis compañeras de curso, intentarían servirse de mi pobre cerebro para estallar en miltontas risotadas. En una ocasión, se me ocurrió abrir el libro en clases. Mi propósito había sidoleer un párrafo que aclaraba un problema que se venía arrastrando en nuestro curso. Elprofesor miró el título del libro y me lo arrebató de inmediato. Cuando terminó la clase, me dirigídonde el profesor para que me devolviera el libro. Se negó a entregármelo y dijo:" ¡Así que laseñorita lee obras pornográficas en horas de clases! ¿No es así?" estas fueron sus auténticaspalabras. El apellido Frohmm no le decía nada y el título "El Arte de Amar" no podía ser otracosa que pornografía, si provenía de una putita toxicómana. ¡Seguro que lo había llevado aclases para corromper a los alumnos! Al día siguiente, me regresó el libro del cual hizo un gran elogio. A pesar de todo, era mejorque no lo llevara a clases porque el título se prestaba a confusión. Sin embargo tuve disgustos mayores y ni más ni menos que con el Director de la escuela.Era un tipo que carecía de confianza en sí mismo. Era un frustrado. A pesar de su cargo, notenía ninguna autoridad sobre los alumnos. Entonces intentaba compensarse a costa nuestratratándonos pésimo. Cuando le tocaba hacer clases durante la primera hora nos hacía cantar yhacer gimnasia. Pretendía así ponernos en acción, alborotarnos, no sé, quizás despertarnospara el resto del día. Para obtener una buena calificación en su curso había que seguirle lacorriente, repetir exactamente lo que él decía. Lo teníamos también en clases de música. Un día intentó ser amable con nosotros y noshabló de la música de la juventud. Pero no dejaba de mencionar la frase:" el jazz de hoy". Noentendí qué era lo que nos quería decir... ¿Se refería acaso a la música pop? Le pregunté quéquería decir cuando se refería al "jazz de hoy". El pop y el rock eran muy diferentes del jazz.Quizás lo dije en un tono irrespetuoso. No lo sé, en todo caso, no pensé en las consecuenciasque iban a tener mis palabras. El Director montó en cólera, se puso furioso y me expulsó de laclase, gritando como un poseso. Sin embargo, antes de cerrar la puerta, estuve tentada de excusarme. "Yo creo, piensoque... tuvimos un malentendido". Me llamó para que regresara. Pero no lo hice, no queríaperder la gota de autoestima que me quedaba. Pasé el resto del tiempo en el corredor. A pesarde todo, no perdí el control y me mantuve en mi lugar. En otras circunstancias, me habríalargado de inmediato.Al final de la mañana fui citada a la oficina del Director. Tenía expedientes en su mano. El mío,por supuesto. Lo hojeó en mi presencia para demostrar que lo había leído. Después me dijoque no estábamos en Berlín. Que me había brindado hospitalidad en su colegio y que mehabían solicitado que actuara en consecuencia. Dadas las circunstancias, estaba en suderecho a expulsarme a partir de la mañana del día siguiente. Christiane F, drogadicta y prostituta, capítulo IXwww.apocatastasis.com Literatura y contenidos seleccionados 40 Perdí los estribos instantáneamente de la impresión. No quería regresar nunca más a laescuela. Era incapaz de hacerle frente, era demasiado para mí, que al menor incidenteintentaban deshacerse de mí.Me sumergí en mi concha. Anteriormente- y en parte bajo la influencia de mi pololo- habíaprometido trabajar muy duro para intentar salir adelante, a pesar de las dificultades que debíaenfrentar por egresar de un Curso Complementario, de repasar todas las materias de laenseñanza paralela para poder dar mi bachillerato. Después de lo ocurrido ya no había nadamás que hacer. Sabía que nunca lograría salir a flote. Era necesario pasar bien los testspsicológicos, obtener una autorización especial del Inspector de la Academia, etc. De hecho,sabía que además mi expediente me perseguiría por todas partes. Sólo me quedaba mi pololo, aquel muchacho tan razonable. Con el tiempo me empecé arelacionar con otros muchachos del pueblo. Personas muy diferentes a mí pero eran gratos.Individuos más seguros de sí mismos que los del pueblo vecino. Formaban una verdaderacomunidad. Tenía su propio club. Un club sin depredadores. Allí, de hecho, todavía reinaba uncierto orden, a la antigua usanza. Bueno, de vez en cuando, los muchachos bebían un pocomás de la cuenta. La mayoría de esos muchachos y muchachas me habían aceptado a pesarde lo diferente que era de ellos. También llegué a creer, durante un tiempo, que podría sercomo ellos. O como mi pololo. Pero aquello no duró. Me vi. obligada a terminar con él- al iniciode la mala racha- cuando se quiso acostar conmigo. Yo no podía hacerlo. No podía acostarmecon otro que no fuera Detlev. Ni siquiera podía pensarlo. Todavía lo amaba. Pensaba muchoen él aunque me esforzaba en no hacerlo. Le escribía de vez en cuando, a la dirección de Rolf.Pero fui lo suficientemente racional para no despachar las cartas.Me enteré que de nuevo estaba en la cárcel. Igual que Stella. Me volví a reunir con algunos de los jóvenes de los alrededores por lo que me había sentidoparticularmente atraída. Podía hablar más libremente de mis problemas. Junto a ellos mesentía considerada, no sentía temor por mi pasado. Su pensamiento acerca de la vida seasemejaba al mío. Era inútil intentar un personaje, un "rol". "adaptarse", transmitíamos en lamisma onda. No obstante, al comienzo los mantenía a la distancia. Porque todos ellos, de unamanera u otra, se sentían tentados por la ingestión de la droga. Mi madre, mi tía y yo creíamos que la droga era desconocida en aquellos parajes. Almenos, las drogas duras. Cuando la prensa hacía mención de la heroína, la noticia siempreprovenía de Berlín y con mayor seguridad, de Frankfurt. Estaba convencida de ser la única ex–toxicómana en miles de kilómetros a la redonda. El primer viaje de compras con mi tía me desengañó. Fue a comienzos de 1978. Fuimos aNorderstetd, una nueva ciudad, una suerte de ciudad-habitacional, en los suburbios deHamburgo.Como de costumbre, notaba de inmediato a los tipos que lucían un poco diferentes de losdemás. Me pregunté entonces:" ¿Serán fumadores, heroinómanos o simples estudiantes?"Entramos a un snack. Un grupo de extranjeros ocupaban una mesa. Dos de ellos se levantaronbruscamente de la mesa y se fueron a sentar a otra. No supe porqué pero noté en seguida laatmósfera que rodeaba el tráfico de heroína. Le dije a mi tía que quería retirarme de ese lugarsin explicarle el porqué. Cien metros más adelante, delante de la boutique de jeans, me sentí aterrizar en plenaScène. Reconocí de inmediato a los drogadictos. Y me imaginé que ellos me reconocerían. Sedarían cuenta que era toxicómana. Tuve pánico. Agarré a mi tía del brazo. Le dije queteníamos que irnos de allí en seguida. Ella estaba confundida pero intentó calmarme. "Tú ya notienes nada que ver con todo eso" Le dije:"Todavía no soy capaz de enfrentarlo". Apenas llegué a la casa, me cambié de ropa y me saqué el maquillaje. No volví a ponermelas botas con tacos de aguja. A partir de ese día, intenté parecerme- físicamente al menos, alas chicas de mi curso.Pero en el club cada vez me encontraba más y más seguido con personas que fumaban hachísy que se pegaban sus voladas. En cierta ocasión me fumé un pito y en otra ocasión se meocurrió una excusa para rechazarlo.Después ingresé a una pandilla fabulosa. Eran jóvenes de otros pueblos vecinos. Todostrabajaban como aprendices. (En Alemania, los obreros especializados pasan primero por el Christiane F, drogadicta y prostituta, capítulo IXwww.apocatastasis.com Literatura y contenidos seleccionados 41oficio de aprendices- tradición gremial instituida en la Edad Media.) y casi nunca andabanbajoneados. Eran personas reflexivas y que formulaban interrogantes. Cuando discutía conellos, siempre me aportaban algo. Y sobretodo, no eran brutales ni agresivos. Existía unambiente muy calmo entre nosotros. En cierta ocasión formulé una pregunta bastante idiota: ¿Por qué teníamos la tendencia a"volarnos"? Me respondieron que era evidente que necesitábamos desconectarnos de toda lamierda de la jornada diaria.Ellos estaban bastante frustrados en sus trabajos. Salvo uno: era un sindicalista y encargadode los problemas de los trabajadores jóvenes. Le encontraba mucho sentido a la labor quedesempeñaba a diario. A su modo de ver, la sociedad tenía posibilidades de evolucionar enforma positiva. En las noches, la mayoría del tiempo, no necesitaba fumarse un pito parasentirse bien. Se conformaba con saborear algunos pocos tragos de vino tinto. Los demás salían siempre frustrados y agresivos de sus trabajos, los que parecíantotalmente desprovistos de sentido. Todo el tiempo hablaban de abandonar sus trabajos.Cuando se reunían, siempre había uno que relataba un altercado que había tenido con elmaestro de obras o cualquier otro disgusto por el estilo. Los otros les decían: "No pienses másen tu trabajo" Luego hacía circular un pito y dábamos inicio a nuestro recreo nocturno. Por un lado, era más afortunada que ellos: mi trabajo escolar no me desagradaba del todo.Pero por otra parte estaba metida en el mismo cuento de ellos: no sabía para qué me iba aservir todo eso, ni qué beneficio me iba a aportar todo ese stress. Pude comprender entoncesque no aprobaría mi licenciatura ni el bachillerato. También me enteré de que a pesar deobtener un excelente certificado de egreso, una antigua drogadicta tenía escasas posibilidadesde conseguir un trabajo interesante.En efecto, en mi certificado de egreso obtuve excelentes calificaciones pero tenía posibilidadesde hacer una práctica. Me lancé a la realización de un trabajo temporal, en virtud de una leydestinada a impedir que los jóvenes sin trabajo anduvieran vagando por las calles. Hacía ya unaño que había dejado de inyectarme. Pero sabía, y lo entendía, muy bien, que me faltabanaños para estar verdaderamente desintoxicada. Por entonces, la drogadicción había dejado deser mi problema. En las noches, cuando nos reuníamos los muchachos y las chicas de la pandilla alrededorde una pipa de hachís y de una botella de vino tinto, los problemas cotidianos pasaban alolvido. Hablábamos de libros que acabábamos de leer, nos interesábamos en la magia negra,en la parasicología y el budismo. Estábamos en la búsqueda de algún personaje que noscomunicara una feliz ensoñación, con la esperanza de aprender algo nuevo. Nuestra realidadera bastante desagradable. Una de las chicas de la pandilla era alumna de enfermería y trajoconsigo unos comprimidos. Después de un tiempo, volví a ingerir Valium. No volví a tocar elLSD, me aterraba pasar por la experiencia de realizar un mal "viaje".Los otros miembros delgrupo los realizaban con bastante éxito. En nuestro pequeño pueblo no había consumidores de drogas duras. Si alguno se queríainvolucrar con éstas, se largaban de inmediato a Hamburgo. No había revendedores deheroína de modo que uno no podía adquirirlas a menos que se fuese a vivir a Hamburgo, Berlíny también a Nordersted. Si uno estaba realmente interesado en conseguirla, lo podía hacer. Había personas quetenían contactos. En ocasiones, los revendedores pasaban a nuestro lugar de reunión con todoun surtido de drogas. Bastaba con pedir algo para volar y ellos de inmediato ofrecían:"¿Desean Valium, Valeron, hachís, LSD, cocaína, heroína?" En nuestra pandilla todo el mundo pensaba que era capaz de controlarse, de no sufrir elriesgo de engancharse. En todo caso, la situación era diferente y mejor en algunos sentidos,que la que había existido hacía tres o cuatro años en el Sector Gropius. Si la droga nos brinda una cierta libertad, aquella no siempre es de la misma índole. Porejemplo, nosotros no requeríamos de un lugar como la "Sound" ni de su música estridente. Elcentelleante titilar de los letreros luminosos de la Kurfurstendamm no tenía ningún atractivoante nuestros ojos. Lo que aborrecíamos era el pueblo. Nuestra gran voladaera convivir próximos a la naturaleza. Todos los wikenes partíamos a la aventura porSchleswig-Holstein. Dejábamos el coche por algún lugar y continuábamos el camino de a piéhasta que llegábamos aun sitio localizado entre medio de los pantanos- allí estábamosseguros de no encontrar a nadie. Christiane F, drogadicta y prostituta, capítulo IXwww.apocatastasis.com Literatura y contenidos seleccionados 42 Lo más fantástico de todo era nuestra cantera de yeso. Un orificio gigantesco en plenacampiña. Tenía casi un kilómetro de largo por doscientos metros de ancho y cien metros deprofundidad. Con paredes verticales. Abajo, en el fondo, la atmósfera era muy dulce y apacible.No corría una gota de viento. Y estaba repleto de plantas que nunca habíamos visto en otrolugar. Ese pequeño valle maravilloso estaba surcado por arroyos cristalinos, por cascadas quebrotaban de los muros. El agua coloreaba la roca blanca de color castaño, el suelo era unaalfombra de piedra blanca, que semejaba osamentas reales de mamuts.Las gigantescas máquinas excavadoras y los tapices rodantes que durante la semana metíanun ruido infernal, los domingos daban la impresión de permanecer inmóviles y silenciososdesde hacía varios siglos. El yeso también los había vestido de blanco. Estábamos completamente solos, separados del mundo exterior por abruptas murallasblancas. Ningún sonido lograba traspasar este destino. No escuchábamos otro ruido aparte deaquel que provenía de las cascadas de agua.Decidimos, por lo tanto, comprar la cascada para que no fuera explotada en el futuro. Nosinstalaríamos en el interior. Construiríamos cabañas, cultivabaríamos un gran jardín, criaríamosanimales. Y dinamitaríamos el único camino que nos condujera a la superficie exterior. No tendríamos ningún deseo de regresar.
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Christiane F. 13 años, drogada y prostituida.
NonfiksiSinopsis: El 18 de abril de 1976, un mes antes de cumplir los catorce años, Christiane F. probó la heroína por primera vez. Todavía una niña, llevaba una doble vida: se inyectaba a la mañana escondida en el baño de su casa, llevaba su cuchara y su j...