Capítulo 1: La Casa de Campo

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POV ____

Me encontraba en la estación de tren, donde habían cientos y cientos de niños despidiéndose de sus padres. Estábamos en medio de la Segunda Guerra Mundial y Londres ya había sido víctima de varios bombardeos, por lo que no era seguro que los niños siguiéramos aquí, así que ahora nos estaban evacuando de la ciudad. Mi papá se había ido a la guerra, por lo que solo éramos mi mamá y yo. No quería dejarla aquí y yo irme, pero mamá insistió. Así que justo ahora me encontraba apunto de tomar un tren hacia las afueras de Londres con un tal Profesor Kirke.

–Te cuidas, ____, ¿sí? –me pidió mamá– No vayas a causar problemas.

Sonreí y bufé.

–No te puedo prometer eso –le respondí, a lo que ella me miró seria y agregué–: Pero, lo intentaré.

Mamá me sonrió y me dió un abrazo.

–Te extrañaré mucho, mi niña.

–Y yo a ti, mamá.

No pude evitar derramar unas lágrimas, en verdad que la iba a extrañar. Desde que papá se fue yo había sido su apoyo, y ella el mío. Y ahora nos separaríamos. Entonces un soldado empezó a apurarnos.

–¡Todos a bordo! ¡Súbanse ya! -gritaba.

Entonces me separé de mamá y me empecé a encaminarme hacia el tren.

–Cuídate, ____.

Yo solo asentí y subí. Me asomé por una de las ventanas, la mayoría de los niños hacían lo mismo, gritando adiós a sus padres.

–¡Adiós, mamá! –grité sacando la manos y moviéndola en gesto de despedida mientras el tren comenzaba a avanzar.

Cuando ya estuvo bastante lejos, comencé a buscar lugar en el tren hasta encontrar una cabina casi vacía. Dormí la mayor parte del camino y me desperté un poco antes de llegar a mi destino. Bajé del tren junto con otros cuatro que parecían ser hermanos, dos niños y dos niñas. El mayor parecía tener unos 16 años, era rubio y de ojos azules, bastante lindo. La que parecía ser la segunda más grande era ojo-azulada y castaña, al igual que los niños menores. Habíamos parado en lo que parecía ser la Parada Coombe.

–¿A dónde van ustedes? –pregunté.

Los cuatro me observaron, lo cual resultó bastante incómodo. Entonces el rubio habló después de un rato.

–Con un tal profesor Kirke –me respondió.

Me sorprendí al escuchar eso. Pensé que sería la única quedándome con el profesor.

–Están bromeando, ¿cierto? –les dije algo irónica.

Me miraron un poco extrañados.

–No –respondió la más grande de las dos castañas– ¿Por qué? ¿Tú a dónde vas?

–Aparentemente, al mismo sitio que ustedes –dije levantando mi maleta la cuál había dejado en el piso un momento–. Me dirijo con el profesor Kirke también.

El rubio intentó decir algo pero el sonido de un coche no lo dejó hablar, nos miramos y corrimos escaleras abajo de la parada. Efectivamente, un coche pasó pero no se paró como nosotros creíamos.

–El profesor sabía que vendríamos –dijo la castaña desconcertada.

–Lo mismo digo yo –comenté.

–Tal vez nos etiquetaron mal –dijo el niño castaño analizando su etiqueta.

Entonces escuchamos que alguien, una señora para ser más exacta, se acercaba en algo que parecía ser jalado por caballos.

Las Crónicas de Narnia: El león, la bruja y el ropero (Peter Pevensie & tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora