Parte 2

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Habían pasado los años y Kageyama se convirtió en un joven y esbelto dragón. Sus alas y cola se oscurecieron en un tono casi negro, haciendo juego con su pelo, y bajo la luz se apreciaban los matices azul marino. Los pequeños cuernos que asomaban en la parte superior de su frente cuando era pequeño crecieron, curvandose hacia la parte posterior de su cabeza, y ligeramente hacia afuera. Su espalda se cubrió en gran medida por escamas oscuras y las espinas de su columna vertebral crecieron con forma redondeada hasta el final de su cola. Y, por supuesto, había aprendido a volar.

Lo único que no había cambiado era su capacidad intelectual y su necesidad de explorar y aprender cosas nuevas. Por otro lado, sus aptitudes físicas eran de las mejores de entre los dragones jóvenes, pero eso no suplía su falta de luces por lo que seguía metiéndose en algún que otro problema. Pese a haber crecido, Kageyama seguía siendo un simple de mente y algunos veían en eso la oportunidad de aprovecharse o reírse de él.

Era un buen día. Lucía el sol, hacía un calor agradable y Kageyama se sentía lleno de energía, preparado para otra de sus exploraciones. Hoy quería llegar a los límites de la tierra de los dragones y contemplar que hay más allá. Ya le habían advertido de los peligros de alejarse de la colonia, pero él parecía sentir la necesidad de buscar nuevas experiencias y retos con los que hacerse más fuerte. Si quería alcanzar a sus mentores y hermanos, Oikawa e Iwaizumi, tenía que sobrepasar sus límites personales cada día, solo así podría acortar la diferencia de experiencia que la edad les ha proporcionado a estos.

Sin prisa pero sin pausa descendió caminando desde su cueva a niveles inferiores.

- Enano, no es muy temprano para hacer de las tuyas? - un soñoliento Oikawa aparece a su espalda - No conseguirás superarme si te pierdes por el mundo, aunque si no te pierdes tampoco conseguirías superarme - se reía energéticamente.

- Hoy quiero ver que hay en la frontera de las tierras de la colonia - los ojos de Kageyama tenían un brillo de emoción.

- Aaahh... Conseguirás que los jefes te maten... En fin, buena suerte con eso - Oikawa sacó su lengua y se alejó perezosamente.

La colonia de dragones se encontraba en un lugar muy alto, rodeado por montañas, casi superando el nivel de las nubes. En un nivel más bajo, la tierra era caliente pues era una zona volcánica, con algún que otro volcán que de vez en cuando decidía despertar de su sueño. Sin embargo, más arriba donde estaba la colonia había vegetación y algún que otro lago, el calor acumulado de la tierra ascendía, por lo que la temperatura era agradable, el sol calentaba directamente la zona y llovía con relativa frecuencia. A parte de los dragones, eran pocos los seres que vivían en ese alto, por lo que debían bajar de vez en cuando para buscar alimentos y demás cosas necesarias para la vida.

Kageyama alzó el vuelo antes de que nadie más lo viese y pudiese disuadirlo de lo que iba a hacer. Descendió con rapidez por el sur hasta la zona de los volcanes y vió una charca de agua caliente. Decidió darse un rápido baño relajante antes de seguir su camino. El agua estaba realmente caliente pero su piel podía soportarlo. "Era realmente el paraíso", pensó. No permaneció mucho tiempo, salió del agua, se sacudió un poco y continuó a pie un rato para que el calor de la tierra secase su cuerpo.

Poco después estaba corriendo dentro de un bosque de árboles no muy grandes, pero se paró casi al instante en el que percibió el olor de una posible presa. Había olvidado que casi no había comido antes de comenzar su aventura y se estaba dando cuenta de lo hambriento que estaba. Se aproximó sigilosamente en dirección al olor y pudo ver a una liebre en la lejanía. No tenía mucho espacio para volar y cazarla desde el cielo así que decidió confiar en que sus piernas fuesen más rápidas que las patas de aquel animalito. Dió un gran salto y comenzó la carrera. La liebre percibió el peligro inmediatamente y corrió en dirección al árbol que tenía más cerca, se coló entre sus raíces y desapareció en una pequeña madriguera. Kageyama se quedó allí, frente al árbol, viendo la pequeña abertura por la que su caza había desaparecido, con una gran sensación de derrota. La liebre lo había derrotado casi sin esfuerzo y ahora él tenía más hambre. Gruñó, extendió sus alas y continuó su camino desde las alturas.

Poco tiempo después, Kageyama se encontraba en los límites de las tierra de la colonia de dragones. Miró el amplio panorama que aparecía delante de él por un tiempo e identificó el relieve a sus pies, con la intención de reconocerlo para poder volver más tarde. Continuó hacia el terreno desconocido y vio que era bastante diferente al lugar en el que vivía, en aquel lugar había mucha vegetación y muchos bosques con diferentes tipos de árboles, y de vez en cuando había prados coloridos con flores de todo tipo.

Volvió a parar en el aire para echar un vistazo a sus espaldas y no perder de vista el lugar al que debía regresar y siguió adelante.

En la lejanía apreció que había un lago, un gran lago, y a medida que se acercaba se daba cuenta de que aquello parecía que no tenía fin. Le llevó un rato llegar al lugar y descendió a la orilla de aquel enorme lago. Realmente no se veía el otro lado. Aquella era una vista muy bonita y relajante. Era diferente a todo lo que conocía.

Poco después decidió volar de nuevo para ver la vista desde el cielo. No muy lejos de donde se encontraba había una zona de la que salía humo. Se acercó un poco y vió que no había fuego, sino que el humo procedía de una especie de construcción hecha de piedra y madera. A medida que se aproximaba captó varios olores en el ambiente, algunos de ellos desagradables, pero otros muchos eran deliciosos.

- Será comida? - dijo Kageyama. Su estómago se quejó y no pudo evitar dirigirse hacia el lugar del que provenían los olores, que era el lugar en el que se encontraban aquellas raras construcciones.

Cuando se acercó más, Kageyama empezó a escuchar una serie de sonidos que no identificó. Parecía que había alguien gritando pero no sabía que decía ni quién o qué lo decía.

- Es un dragón!? Eso no es posible!

- A por él! Que no escape!

Los sonidos cesaron y entonces sintió que algo colisionaba contra su ala, atravesándola. Kageyama soltó un pequeño rugido de dolor y se paró para ver de qué se trataba, pero no pudo cuando vio a avalancha de proyectiles que se dirigían hacia él. Pudo esquivar muchos de ellos pero otros lo golpearon, y algunos de ellos explotaban, produciéndole graves quemaduras. Tenía que descender inmediatamente ya que sus alas estaban seriamente dañadas y no podía mantener el vuelo más tiempo. Pero sabía que una vez en el suelo aquellos seres irían a por él y lo matarían al momento, así que calentó su estómago y formó una bola de fuego que escupió por la boca en dirección a los atacantes y, entre ese caos, se alejó para aterrizar como pudo entre los árboles.

Buscó un lugar para esconderse pero no había ninguno. Empezó a correr en busca de uno y encontró un gran árbol que tenía las raíces un poco levantada. Pensó que sería un buen lugar y excavó un hoyo como pudo con sus manos, disimuló la entrada, dejando una pequeña abertura para que entrase el aire y un poco de luz y se quedó allí dentro, envuelto sobre sí mismo, temblando de dolor y miedo, y esperando que no lo pudiesen encontrar.  

Camino a casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora