17. Muéstrame tu humanidad

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Indra.
A escasos días de San Valentín Fausto y yo estábamos en el enorme terreno que mi jefe había comprado en la zona hotelera.

Uno de sus arquitectos me obligó a usar casco durante todo mi recorrido. La verdad no le veía mucha forma al nuevo lugar en forma de pirámide, si los planos tarde en comprenderlos. En físico era algo completamente diferente. Lleno de cables y estructuras metálicas sin forma que decenas de personas movían de aquí para allá.

Lo único que me había quedado claro cuando casi me caigo en un hueco de tres metros de profundidad, era que este lugar contaría con estacionamiento subterráneo.

Me separé del perfeccionista hombre que quería datos exactos acerca de los interiores para salir de nuevo al exterior.

La brisa me recibió y comencé a turistear en los alrededores cuando escuché un extraño ruido mientras doblaba por una montaña de tierra.

Solo alcancé a ver el hocico negro y un par de patitas cafés desesperadas que intentaban escarbar hacia la salida.

Mis ojos inevitablemente se llenaron de lágrimas.

Me acerqué rápidamente hacia la pirámide de tierra negra tropezando y cayéndome en el proceso. Mi pantalón blanco quedo batido en tierra, pero me pudo importar menos mientras gateaba hacia el cuerpo del pobre perro.

Metí mis manos en la tierra para poder escarbar también y sacarlo de ahí. Dios mío. Era solo un cachorrito criollo.

El intento aullar de miedo cuando me vio. Estaba demasiado lastimado para hacer otra cosa que no fuera llorar. El cachorro ni siquiera podía usar sus dos patitas traseras, estaba tan flaco que se le notaban los huesos, su nariz estaba llena de sangre.

Necesitaba ayuda o podría morir. Intente no moverlo mucho porque estaba aterrado.

Alguien lo había enterrado vivo a propósito.

El perro lloraba y yo patéticamente lo hacía con él.

¿Cómo los humanos podíamos ser tan crueles contra estos inocentes seres? ¿Qué nos habían hecho las animales? Nada.

¿Por que teníamos que ser tan inhumanos? Los animales habitaban en esta tierra desde antes que nosotros. No es justo.

Levante al cachorrito con todo el cuidado que pude y también el bolso que se me había caído.

Mi hermana me mataría cuando viera su Gucci crema manchada pero no me importo.

Le iba a comprar otro tonto bolso si eso la hacía feliz. No iba a cambiar la vida de un ser vivo por una estúpida bolsa de diseñador en este instante.

No pude evitar sentirme furiosa mientras lloraba.

¡Este perro no le había hecho daño a nadie!

Camine rápido de nuevo por donde había venido entre las pirámides de piedra y tierra. Hasta que tope con el improvisado estacionamiento donde Fausto se reía en medio de una llamada.

Sus hombres aguardaban pacientemente cuidando el área libre del lugar en el cual ya estaba oscureciendo.

El cordial y servicial Patricio fue el que reparó en el pequeño bulto que traía y mis lágrimas cuando hablo.

—¿Señorita está bien? —Patricio hablo y el fortachón de rulos negros a su lado frunció el ceño viéndome y luego al panorama alerta como si alguna catástrofe hubiese ocurrido.

—No. Encontré a este perrito, necesita ayuda— dije sorbiéndome la nariz.

Fausto corto la llamada cuando se acercó a mí. —¿Qué escaleras se te atravesaron ahora? — hablo mi jefe como si nada.

Prisioneros del poder ➀ #RomanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora