30. Toca la canción que me hará pertenecerte

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Indra.
Grite con mis amigas de la emoción ya de nuevo en la madera mojada de la isla.

La multitud parecía haberse duplicado en mi sensación pausada de tiempo. Me sentía tan ligera, mis problemas parecían haber desaparecido de la faz de la tierra.

Era libre y perfecta para ser yo misma.

No tenía idea donde habían acabado mis tacones.

La nueva energía que me embargaba era increíble. La fiesta digna de la segunda parte de proyecto X estaba saliendo de maravilla.

Valentina había desaparecido en búsqueda del pastel con Juan. Pero, me importó muy poco. Yo tenía sed, no hambre.

Sentí unos escalofríos en mi nuca los cuales me hicieron voltear la mirada hacia la entrada del patio trasero.

Mis ojos hicieron contacto con las esmeraldas de Fausto. Él estaba parado a los pies del inicio de su alberca con las cejas alzadas y los brazos cruzados. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí?

Los músculos de Fausto parecían querer romper su vestimenta semi formal negra de tan ajustada que estaba. Lo mire de arriba para bajo varias veces sintiendo como el calor comenzaba a querer salirse por mis poros.

¡Contrólate Indra!

El perfecto rostro de Fausto me mostró una sonrisa de medio lado y yo sentí que no pude pensar claramente en medio de mi extraña calentura corporal. Nadie nunca me había hecho sentir así. Quería a Fausto. Lo deseaba de una manera que no creí conocer en mi hasta el día de hoy.

—¡Ahora regreso!— grite soltando involuntariamente mi vaso de alcohol haciendo así un reguero innecesario en la madera.

—¡Hasta que llegó tu regalo! —Julieta me gritó a pesar de la cercanía y yo sentí que las orejas se me pusieron calientes cuando mi amiga señaló al hombre de ojos verdes.

—¡Dátelo Indra!— la morena gritó más alto. Pude ver perfectamente cómo la boca de Fausto se abrió en una perfecta sonrisa burlona.

Gruñí de la pena.

—¡Ya cállate Julieta!— le grite a mi amiga dispuesta a empujarla a la alberca solo que mi pie se resbaló haciendo que cayera de rodillas, aproveché para tomar a Julieta de las piernas haciendo que cayera encima de mi sacándome el aire unos segundos.

Ambas rodamos por la madera entre risas hasta que caímos al agua de nuevo.

Respire de nuevo sintiéndome al cien. No me dolió absolutamente nada.

¡Pero que genial me sentía!

Mis amigos hicieron bulla conmigo cuando alcé las manos victoriosas al aire. Atiné a seguirme riendo de algo que ni siquiera comprendía y comencé a nadar en medio del mar de gente que casi parecía tener una orgia en la alberca.

Mi vista analizo las hipnóticas luces arriba de mí que cubrían las estrellas y las nubes. Pronto en mi panorama se metieron unos grandes ojos verdes tan bonitos como las manzanas.

Mi vientre pareció rugir y no precisamente por hambre de comida.

Fausto me tendió una mano repleta de anillos que brillaron de más para sacarme de la alberca y la pizca de terror que sentí dentro de mi desapareció en un parpadeo.

Debería estar muriéndome de miedo. Estaba drogada en la casa de mi jefe, el cual era íntimo de mi padrino.

Sin embargo, mi mente solo se logró enfocar en el varonil rostro de Fausto dejando todas las demás emociones en segundo plano.

Prisioneros del poder ➀ #RomanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora