34. Quisiera que me leyeras la mente

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Indra.
Fausto nos esperaba sin playera a la entrada del área de lockers.

Madre mía, me fue inevitable no verlo de pies a cabeza. Fausto tenía un cuerpo de infarto, lo vi compartir sonrisas coquetas con un grupo de turistas asiáticas y ahí perdí la sonrisa.

Era un jodido mujeriego. No me debería de emocionar para nada querer estar con alguien así. Yo fui otra de seguro en su lista de conquistas y pronto pasaría página de mi.

El gruñido de amargura dentro de mi estómago me obligó a caminar rápido pasando de largo a Fausto para seguir las indicaciones hechas en madera hacia las tirolesas.

Pase por un corazón enorme de cerámica que literalmente sonaba y un flash me dio de lleno. Genial. Puras fotos horribles de seguro tendría el día de hoy.

Me detuve después de pasar otra cueva llena de agua, piedras y más estalactitas cuando noté todos los escalones que tendría que subir.

Tome grandes bocanadas de aire recuperando el aire tan solo de la caminata que según yo tuve muy rápida. Pero en dos parpadeos Emiliano y Fausto los cuales ya parecían mejores amigos llegaron detrás de mi.

—¿Quieres que te cargue?—Fausto me pregunto demasiado amable y yo no pude evitar voltear a verlo con las cejas alzadas.

Mi hermano menor ya había comenzado a trotar los escalones metálicos ajeno a nosotros.

—¿A que estás jugando Fausto?—le pregunté duramente.

El hombre de perfecto abdomen se quitó del camino para que una pareja de estadounidenses pasara y luego me respondió cruzándose de brazos.

—¿A que se supone que estoy jugando?—me ataco con otra pregunta Fausto y yo gruñi ignorándolo para comenzar a subir los escalones agarrada fuertemente de los barrotes.

Cuando logre llegar a el área donde nos ponían los arneses de seguridad las piernas me temblaban y moría de sed.

Solo hasta ahí realicé la altura de esta jodida cosa. Que horror. Di dos pasos hacia atrás rápida topando con el pecho de alguien.

El aroma de Fausto me embargó rápidamente y sus manos posándose sobre mis desnudos brazos me obligaron a caminar con el.

Hasta el casco lograba vérsele bien al maldito hombre.

—No, por favor. No me gustan las alturas— le supliqué a Fausto cuando nos toco nuestro turno para subir al hilo metálico mortal que podría acabar con mi vida.

Emiliano se aventó boca abajo haciendo un nudo en mi estómago; seguíamos nosotros.

—Debes de aprender a enfrentar tus miedos amor— me dijo suavemente Fausto orillándome a continuar la caminata.

La señorita deslumbrada por la belleza de Fausto le pregunto si nos tiraríamos juntos.

—Si—contestó Fausto.

—No—dije yo al mismo tiempo confundiéndola.

Pero como siempre Fausto gano obligándome a hacer que me colgara con el, sobre el estupido mecate de metal con ayuda de los arneses.

—Voy a morir sin haberme graduado. Te odio tanto Fausto Gutierrez— le susurré sin hacerle caso a las palabras del otro amable joven que me daba indicaciones de cómo movernos a través de la tirolesa.

La oscuridad y algunas antorchas de fuego era lo único que se veía en el panorama. El corazón me latió fuertemente y antes de que nos soltaran hice lo único que se me ocurrió.

Prisioneros del poder ➀ #RomanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora