II

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Sintió el corazón en su boca al oír las voces, y apuró a su hermano intentando mantener serena su respiración.

Disparos se oyeron en todo el lugar, y eso sólo hizo que las ganas de vivir se multiplicaran.

Les tomó aproximadamente diez minutos tocar fondo, y cuando así fue, ambos se sintieron más aterrados que nunca.

—No te separes de mí.—murmuró el Gaspar mayor, antes de indicarle que empujara la puerta frente a ellos.

—También te quiero.—dijo en respuesta tiernamente, logrando que su hermano cierre los ojos enternecido al momento que el cuadrado caía, provocando un sordo ruido que ambos lamentaron.

El menor se apresuro a bajar con cuidado, dejando camino libre para que el otro pasara.

Al estar ambos fuera, el anteriormente nombrado recogió la placa y la colocó en el hueco.

Calzaba tan perfectamente que casi ni se notaba que eso llevaba a otro lugar.

—¿Y ahora?—preguntó cerrando su abrigo para mantener el calor.

Su hermano lo observó fijamente por unos momentos, pensando nuevamente el plan.

—Iremos por las alcantarillas. —respondió observando el oscuro callejón en el que se encontraban.

—¿Y cómo llegaremos a ella? —Mordió su labio pensativo; las mismas quedaban en medio de las calles, generalmente, o en lugares muy concurridos.—Digo, seguramente los soldados hayan cubierto esa zona.

—No te muerdas el labio.—le reprendió, logrando que su hermano se sonroje. Se quedo en silencio por unos momentos, hasta que una sonrisa se posó en sus labios.—No en esa zona.—Su voz sonaba bastante traviesa teniendo en cuenta la situación.

Gaspar alzó su nariz pensativo; lo hacía desde que era pequeño, y su hermano siempre había creído que ello era adorable.

—No...—Sus parpados se alzaron en desacuerdo al darse cuenta de lo que hablaba.

No tuvo tiempo de quejarse ya que su hermano tiró de su mano, logrando que ambos quedaran en el suelo demasiado juntos.

Unas pisadas lentas y calculadas comenzaron a hacerse sonar cada vez más cerca, y el mayor estaba listo para noquear a la primera figura que se asomara sin compasión alguna.

Un hombre de cabellos negros como la noche paso junto a ellos, y Gaspar no dudo en tomar su tobillo y hacerlo caer al suelo, atrayéndolo lo más rápido posible a su posición, para poder interrogarlo.

Se montó sobre él, y el segundo Gaspar tapó su boca con lo primero que saco de su bolsillo, que afortunadamente era un lindo pañuelo que llevaba para ocasiones como aquella, tan comunes en su vida.

—Quién eres, y por qué es esta guerra. —Su voz sonó amenazante y tan cortante que al hombre le dio un escalofrío.—Va a quitar su mano, y si gritas, nada bueno pasará, ¿comprendes? —El hombre asintió casi al instante, y Gaspar indicó que hiciera lo dicho.

La mano fue retirada justo después, y el hombre de espectaculares ojos grises tragó saliva intimidado por los oscurecidos ojos del adolescente sobre él.

—Soy Gler Hermes, de la ADR y fui enviado aquí, con todo mi equipo, en busca de sobrevivientes de la guerra que acaba de comenzar. —murmuró señalando con sus ojos el escudo de la ADR de un color violeta fluorescente.Gaspar no mostró cambio alguno, y eso denotaba la poca credibilidad que tenía sobre ello.—Tengo mis papeles dentro de un bolsillo de la chaqueta.—Rápidamente con la mano libre que le quedaba, el pecoso se apresuró a afirmar su persona, asintiendo débilmente al ver que todo lo que él había dicho era cierto.

—Es de dólar. —afirmó el mismo.—Ese papel no puede ser falsificado. —Hizo una pausa y luego continúo:—Ahí está su rostro.

El chico observó fijamente al hombre, buscando similitudes.

Soltó un suspiro.

Gaspar se alejó lentamente de Gler al ver las pruebas que él presentaba.

Al pararse sacudió su ropa y les dirigió una mirada analizadora.

Ambos hermanos se observaron pensativos por unos momentos, hasta que el más joven se acercó al mayor y comenzó a limpiar su ropa. Al terminar sonrió tímidamente y se escondió un poco detrás del mayor.

Observaron como el sol se asomaba débil entre la oscuridad, y no pudieron evitar sentir nostalgia por dejar su vida anterior.

—¿Quiénes son ustedes?—Su incredulidad era palpable, en sus ojos había un extraño brillo que llamó la atención de ambos.

La seriedad en sus rostros, la forma en la que se apoyaban mutuamente, y no hay que olvidar como el mayor lo había prácticamente desarmado en dos segundos. No pasarían de los dieciséis años y ello lo asustaba.

Varias pisadas se escucharon por el lugar, y todos se agacharon al instante, intentando no hacer ni el mínimo ruido.

Gler colocó su mano sobre su arma, listo para atacar ante cualquier amenaza.

Una cabellera rubia salió de la nada, y el hermoso rostro de una mujer con las mismas ropas que el hombre se hizo visible.

Gaspar estaba por dejarla tumbada, hasta que su hermano le tomó por los hombros, casi provocando que caiga.

—Es una chica.—le murmuró para tranquilizarlo, al momento en el que Gler se paraba aliviado y miraba fijamente a la rubia.

Ambos hermanos se pararon, alejándose un poco de ambos con incomodidad.

No eran muy fanáticos de las mujeres, más aún cuando toda su infancia prácticamente los habían acosado por su belleza y misteriosa forma de ser.

—Hay que volver con los demás.—Su mirada paso a los chicos que la observaban fijamente.—Supongo que estabas ocupado.

Gler sonrió amargamente.

—Si supieras.

Todos se miraron entre si por medio minuto, hasta que la chica hizo una señal con la cabeza para que la siguieran, sin dar explicación alguna.

Gler les envío ánimos con la mirada, y espero a que ellos pasaran, para luego hacerlo él.

Lo que vieron no parecía diferente a como era habitual, quitando el ruido de las armas y voces extranjeras que cada vez se oían más.

No fue hasta que uno de ellos se alarmó para que el miedo volviera con más intensidad.

La Rguder... —Su voz salió quejosa, y el mayor sólo pudo apoyar su mano en el hombro de su hermano, intentando decirle que él sentía lo mismo.

Fecha de publicación: 17/05/2018

sin editar.

La encrucijada y traicionera lid marginal - 1931Donde viven las historias. Descúbrelo ahora