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Hefesto perdió la compostura por un segundo, y lo observó detenidamente, casi oyendo como su armadura caía limpiamente, desparramándose en el suelo, dejando ver su indefenso corazón cubierto de espinas y pétalos marchitos.

Se quedo sin aliento por escasos segundos, pero al instante hizo todo lo posible por parecer segura y poco afectada por sus ciertas y terroríficas palabras, lográndolo casi por nada.

—Acuéstate, por favor. —Su voz sonó dura, pero en las profundidades de su ser, todo estaba temblando.

Para su sorpresa, Gaspar obedeció, y aunque él no manifestara su dolor, Hefesto pudo sentirlo en su mirar y caminar, que aunque parecían ser normales, escondían mucho.

Al verlo apoyado contra el encabezado de la camilla, se permitió dirigirse a un armario computarizado cercano de color blanco —como todo en ese cuarto— para tomar varias vendas blancas y botellas de diversos colores.

Al cerrarse el mismo se oyó un extraño "bip" con voz de computadora que llamó la atención de Gaspar.

Se encaminó hacía su persona, razonando sus tacones con el pulido piso de plástico barato, escaneando el pequeño cuarto casi vacío en el que se encontraba, deteniendo su mirada en una mesa blanca de patas de hierro, con diversas pastillas en sobres, y los sueros casi llenos, que se suponía debían estar vacíos.

Hizo una mueca alzando ambas cejas —pero no dijo nada— y se acomodó junto al chico, que pareció asustado por su cercanía y dió un salto que le hizo soltar varios quejidos por el dolor, al igual que una mueca de dolor agónica que intentó acallar con rapidez.

—Si te mueves mucho se te saldrán los puntos, y tendré que cocerlos, otra vez. —Gaspar se mantuvo inmóvil, sin dejar de estar alerta, y terriblemente incómodo por tener a alguien que no sea su hermano tan cerca.

Su hermano.

Desde que despertó sólo pensaba en él, y no supo por qué se dejó llevar con esa mujer, diciéndole esas cosas que se supone, debían quedar únicamente en su memoria.

Estudió cada uno de sus movimientos, extrañado de ver con la delicadeza que trataba sus doloridos brazos cubiertos de heridas y pequeños cortes, que a pesar de ser insignificantes, ardían como los mil demonios.

Parecía muy concentrada en lo que hacía, como si sanarle fuera de vida o muerte.

Quizás para ella así fuera.

Gaspar no pudo evitar observar sus ondulado cabello negro, y sus perdidos y grisáceos ojos, sintiendo un deja vú, como si ya la hubiera visto antes.

(***)

Berlín, Alemania - 1915

Datos: Año sin testimonios.

El clima era cada vez más frío, y aunque la lluvia ya no estuviera presente, el ambiente se sentía terriblemente pesado.

Una mujer de cabellera negra corría tras un niño pelirrojo con exagerados rulos bailando por y con el viento, tropezándose con cada raíz, charco de lodo, o roca en el suelo dispuesta a alcanzarle.

Ambos estaban empapados, pero ninguno parecía estar dispuesto a detenerse; uno de ellos por un juego, el otro por vida o muerte.

A pesar de tener tan sólo dos años de edad, Gaspar mostraba ser muy escurridizo y risueño, sin contar que le encantaba volver loca y jugar con los nervios de la mujer que le perseguía día y noche velando su bienestar como una madre a su hijo haría.

Ya una hora había pasado desde que el niño había escapado de ella soltando inocentes risillas que se perdían en el inmenso bosque que traería la perdición para ambos. 

Tenía miedo de gritar, de siquiera respirar, de pestañear; temía que sus lágrimas al caer provocaran el suficiente ruido para que Ellos los atraparan. 

A sus veinte años, ya se encontraba casada con un duque hijo único, primo del príncipe y sobrino de los reyes Eveen y Dalían, al cual estaba comenzando a aceptar pese a su desagrado por la pedida de su mano, cuando ella tenía planes muy diferentes a los que él le proponía.

Y para su desgracia, no era nada más ni nada menos el príncipe más joven a quien perseguía con ímpetu desde hacía mucho tiempo, y por si fuera poco, éste no parecía querer disuadirse por más de que ella llorara con una inmensa amargura e implorara con su más sinceras lágrimas, intentando hacerle entender que sus allegados podían no ser muy amables con ella si él no volvía a casa justo en ese instante.

Sería consolador decir que sólo era esa su preocupación, pero sería una vil artimaña ocultar la verdadera razón de su lamento y desespero.

En aquel reino sin nombre, el hablar de Dios tenía valor sólo para aquel que careciera de cabales, aquel que estuviera perdido para la sociedad y para si mismo; así lo dicto la realeza, y así fue.

Sin embargo, varias sectas de reducido tamaño se emplearon en la sombras, para castigar a todo aquél que según ellos, hubiera pecado, teniendo un profundo resentimiento a los reyes.

Los mismos se encargaron de que el país se volviera más democrático en algunos sentidos, más sin perder su monarquía predilecta desde siglos pasados; exterminaron a las sectas y por años, nadie alzó la voz en nombre de un Dios que, para Alemania, no tenía valor alguno.

Desde ese preciso instante, se formo El Evangelio; una secta que, a pesar de no querer a Jesús como su amo y señor, amparó a Dios como a un hijo querido, y un padre al cual llenar de riquezas. 

Le tomó años tener numerosas filas con las que causar severos estragos, castigos sin razón y torturas que duraban semanas; todo para alabar a su Dios, y probarle a los reyes que estaban terriblemente equivocados al borrarlos del mapa, y que no lo dejarían pasar así como así.

Quien dirigía aquel circo había adquirido un odio enfermizo a sus reyes, tanto que su mayor objetivo, era darles caza, uno por uno; no sólo para darles una enseñanza a sus pupilos, sino que su obsesión por la corona crecía segundo por segundo, y no sólo eso: su obsesión por la apariencia del rey lo había llevado a realizar varios cambios en si mismo con tal de ser como él.

El Evangelio se había enterado de los planes Eveen y Dalían de sacar a su hijo menor del juego, y no planeaba permitirlo.

Fecha de publicación: 10/04.

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⏰ Última actualización: Mar 02, 2023 ⏰

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La encrucijada y traicionera lid marginal - 1931Donde viven las historias. Descúbrelo ahora