Un pitido extraño era lo único que sus oídos percibían.
Su cuerpo dormido no parecía querer responderle; sus párpados parecían pegados; su respiración era débil, y sus huesos le hacían doler de una forma que le gustaba, mandando así escalofríos placenteros por todo su cuerpo.
Intentó hablar, pero el silencio fue su única respuesta.
Su cuerpo no le respondía.
El sonido de las aves había empezado a escucharse con debilidad, al igual que suaves voces incomprensibles que no hacían más que relajarle.
Divagó, sumergido en sus más oscuros pensamientos intentando no caer en la desesperación, y no supo cómo sentirse al notar que era la primera vez en toda su vida que lo hacía.
La razón era simple; Gaspar.
Nunca habían estado solos, y no habían necesitado pensarlo mucho cuando estaban juntos ya que entre si, se entendían perfectamente.
Y, aunque entre ellos el silencio reinara, ambos -o al menos él- nunca habían necesitado escapar del otro, metiéndose hacía dentro en busca de un consuelo que, para su persona, era insano.
Se permitió pensar en su hermano como nunca lo había hecho.
Generalmente solía apreciar sus virtudes y sus defectos -los últimos, por encima de todo- logrando así comprenderlo, y sin poder evitarlo, comparar sus diferencias.
Debía admitir que le encantaba darse cuenta de que su hermano y él eran diferentes; como también le gustaba encontrar similitudes con las cuales fantasear su hermandad.
Sí debía admitir que amaba a su hermano, y que a pesar de que nunca en toda su vida habían tenido una pelea, las diferencias eran mayores que las similitudes.
Gaspar y él eran diferentes en cuanto a su percepción de la vida; su hermano no soportaba las cosas nuevas, quería tener siempre el control de la situación, de su vida, de los demás. Nunca le había gustado el hecho de depender de alguien más -económicamente- que si mismo, ni estar rodeado de personas.
Gaspar en cambio, se abría con emoción a lo nuevo, aunque le tomaba tiempo aceptarlo. Se regía bajo el hecho de que cada quien hace lo que quiere de su vida, y que si algo tiene que pasar, pasará. Le gustaba observar a las personas, estar rodeado de ellas en silencio, estudiando sus perspectivas de la vida, sus sueños y metas, aunque nunca compartiendo los suyos.
Eran muy diferentes, muchos dirían que demasiado.
Se permitió ir más hondo, recordar quién era en realidad.
Por lo menos él sabía que tenía a alguien; que antes de ser nadie, había tenido una madre y un padre -¡incluso un hermano!- que lo amaban.
Pero con Gaspar todo era más difícil.
Gaspar no tenía a nadie.
Simplemente había sido encontrado en un oscuro callejón, en una caja, con algunos papeles mojados que con una letra irregular decían:
"Nombre: Remus Mercurio Gaspar.
Fecha de nacimiento: 23/03/1915"
Fue muy triste ver que era lo único que esos papeles decían, que no había una nota, un adiós, o un te amo; una razón.
Desde ese momento, en el que se dio cuenta de cómo eran las cosas, Gaspar se volvió uno con su llamado hermano, y nunca volvieron a separarse.
No hasta ese momento.
No hasta que la guerra comenzó.
No hasta que él cayó.
El terror corrió por su sistema al llegar a esa conclusión; a la terrible realidad.
El rey no está: el rey se fue.
Un fuerte y alterado pitido le hizo abrir los ojos con desespero, notando el blanco del techo, y la fuerte luz que lo alumbraba.
Los muros de derrumban; los peones han muerto.
Su respiración irregular no era nada a comparación del fuerte nudo en su pecho, ni el extraño e irritante ruido en sus tímpanos que le impedía oír algo más que el mismo.
La corona perdió su valor.
Los gritos salieron disparados de su garganta y él siquiera lo notó. Sus ojos estudiaban frenéticamente todo, sin comprender nada, y mandando un horrible dolor a sus sienes.
El trono ya no vale la pena.
Su respiración se cortó, todo se veía borroso.
Los arrastraron los escombros; sólo queda lo que alguna vez fue un rey.
Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas hasta llegar a su mentón. Sus ojos desorbitados provocaban gritos de aquellos que allí estaban al dispararse saltonamente.
Sólo queda oscuridad.
Algo se hundió en su brazo, provocando un pequeño gemido de su parte.
No había notado que personas le rodeaban, -algunas reteniéndole- ni mucho menos el verde que se extendía por sus venas en sus brazos y piernas.
Cuando por fin se calmó y sintió como, poco a poco, todo su cuerpo se dormía, se permitió pestañear en busca de respuestas, recayendo entonces en el rostro de una mujer de piel bronceada que se movía borrosamente, causando interferencia; evitando que viera algo más que sus oscuros ojos tan azules y fríos como el mar congelado.
(***)
Una mujer de cabellos negros y ojos grises entró rápidamente por la puerta, seguida de un hombre rubio demasiado alto, llamando la atención de los alarmados enfermeros y doctores, quienes suspiraron aliviados al verla.
-¿Qué sucedió? -Su voz sonó más fría de lo que pretendía, pero nadie pareció notarlo.
El pelirrojo que estaba preparando la aguja para ser desechada habló mientras hacía lo suyo.
-El chico repentinamente se volvió loco. Comenzó a balbucear cosas extrañas y a intentar quitar las agujas de su piel. Sus ojos iban para cualquier lado, se le notaba fuera de lugar, mareado.-El hablar del doctor era aburrido, tanto como si ello fuera extremadamente normal para él.-Me sorprende que no haya vomitado cuando vio a Nuria, pareciera que hubiera visto un fantasma.-Tiró en un pequeño bote negro con bolsa blanca lo que tenía en sus manos, al igual que sus guantes. Se volteó y observó lascivamente a la pelinegra.-Algo lo alteró. No fueron las medicinas, no fueron las pastillas, ni fue la cosa que le metiste en el brazo. Nunca, en todos los años que llevo trabajando, vi salir a alguien de un coma como lo hizo él. -Todos se observaban entre si, y el hombre no pudo evitar tensarse al ver al rubio detrás de la doctora, desviando su mirada.-Algo está mal con él, lo sé. Y no sé ustedes, pero al menos yo voy a descubrir quién es, y porqué diablos soporta la UVER cuando todos esperábamos que muriera, justo como lo hicieron los demás.
Se retiró con elegancia de la sala, dejando a todos congelados en sus lugares, analizando la gran verdad que se les había proporcionado, y que tanto habían querido ignorar.
Fecha de publicación: 26/02/17.
¿Se lo esperaban? Yo no.
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La encrucijada y traicionera lid marginal - 1931
Historical FictionPrincipios de 1929. Comienza el atentado contra Alemania central, moviéndose hacia el este y oeste, mientras también se expande por el norte, dejando la mitad del mismo junto con el sur a salvo de las llamas de la muerte. Mueren millones de personas...